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-Francisco Moreno

La marca “Pueblos Mágicos” ya es mayor de edad, pero parece un jubilado sin pensión. Esta calificación surgió como una estrategia para impulsar el “desarrollo turístico, orientada a estructurar una oferta complementaria y diversificada hacia el interior del país, basada fundamentalmente en los atributos históricos y culturales de localidades singulares”. Sin embargo, el resultado de algunos diagnósticos señala que los costos asociados a esta política pública son la “exclusión de la población local, segregación socioespacial, tematización y comercialización del patrimonio y los lugares, además de la gentrificación de algunos centros históricos”.
Morelos posee dos poblaciones con esta calificación: Tepoztlán y Tlayacapan. Hoy por hoy, los atributos históricos y culturales que promueve el turismo del primero se resumen a subir el cerro del Tepozteco para observar los vestigios arqueológicos; visitar el exconvento de la Natividad; conocer y degustar la gastronomía del mercado así como recorrer el tianguis de artesanías, pero debemos ser enfáticos, Tepoztlán es mucho más que un “Pueblo Mágico”, en los términos que se maneja esta marca. Su historia se cimienta en la cultura, tradiciones, dinámica y demás características de sus poblaciones originarias, las cuales, a pesar del sincretismo religioso que han experimentado, aún conservan múltiples rasgos de sus orígenes y aspectos particulares, que dan a su gente ese carácter tan combativo y luchador que los distingue. Sus tradiciones son un pilar que sustenta a la colectividad. La gente de Tepoztlán tiene fuertes raíces que muestran con orgullo a través de sus festividades y celebraciones. Pero su patrimonio cultural no solo se desprende del legado indígena, ya que su historia también revela la participación e incursión por estas tierras de decenas de personajes como Diego Rivera, Carlos Pellicer, el “Dr. Atl”, entre otros, que han dejado su huella en el ser y en el hacer de la población.
A lo largo del año, las fiestas patronales de Tepoztlán suman más de cuarenta, y si bien su carnaval resulta sumamente atractivo para los turistas y gente que asiste, solo los locales participan de estas fiestas.
Innegable es que la denominación de “Pueblo Mágico” incrementó el turismo regional, nacional e internacional, pero cabe preguntarnos si esto resultó benéfico, porque a la par promovió una elevada y desarticulada oferta informal de comerciantes y artesanos improvisados. Para la mayoría de la gente que visita Tepoz para pasar sus días o momentos de ocio y salir de las ciudades, el pueblo es sinónimo de comer tacos de cecina o comida prehispánica, si es que esto en realidad existe, beber cervezas atiborradas de picante, tomar shots de mezcal, conocer el convento y deambular por el tianguis para comprar alguna baratija o artesanía, todo, claro está, a precios exorbitantes.
Como resultado de la inclusión de Tepoztlán en esta estrategia pública también se ha percibido el abandono paultino del cultivo de la tierra, pues el comercio informal deja mayores dividendos a los agricultores, que además tienen más a mano infinidad de productos chinos que ahora ofertan, ya que se ha incrementado la importación de los mismos. También es evidente la sobreexplotación de espacios privados, sin ningún tipo de regulación, que se usan como estacionamientos temporales, y hay un exceso de oferta de servicios tan “mágicos” como la propia marca, como la lectura del aura, los masajes de todo tipo, las limpias y temazcales, así como incontables artilugios que han convertido a este pueblo en un verdadero centro comercial popular en el que el consumo de alcohol se promueve en cada esquina.
La “Estrategia Nacional de Pueblos Mágicos” que planteó la Secretaría de Turismo en 2020 hoy es letra muerta. En ella se leen decenas de párrafos que inician con infinitivos tales como desarrollar, impulsar, fomentar, promover, fortalecer y contribuir, y terminan con formalismos retóricos muy alejados de la realidad. Por si esto no fuera suficiente, desde el 2019 el gobierno federal dejó de aportar recursos al programa, por lo que en el Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2022 estos, “mágicamente”, tampoco aparecieron.
Ante este panorama, la reivindicación y valoración del patrimonio cultural de dichos pueblos quedó sometida a una precarización de sus actividades y fuentes de ingreso, y, en consecuencia, se sometió el valor simbólico de las tradiciones culturales a las ganancias que el turismo derrama. Nada mágico, ni mucho menos extraño: la economía por encima de la cultura.

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