loader image

 

Estamos en plena efervescencia electoral, circunstancia que confunde y hace suponer a muchos que ahí reside lo fundamental de la lucha política. Francamente, no. El camino es largo y escabroso, no podemos reducirlo a asuntos meramente coyunturales donde proliferan la propagación de mentiras, infundios, calumnias, disparates que la recalcitrante derecha utiliza para obtener el poder.

La Cuarta Transformación tiene que irse radicalizando, evolucionando hacia una auténtica revolución para hacer realidad el sueño bolivariano. Obviamente esto suscita el escándalo de la oligarquía que exclama airada al comprobar los cambios socioeconómicos que favorecen a los más necesitados.

Hagamos referencia a la Revolución Sandinista que despertó muchas esperanzas en el camino de liberación de nuestra Amerindia. Una revolución ahora desprestigiada y traicionada que muestra la necesidad de no abandonar la lucha, nunca, en ninguna circunstancia.

Convocados por el compromiso, muchos internacionalistas coadyuvaron a defender esa revolución acudiendo voluntariamente a colaborar en múltiples áreas de trabajo. Don Sergio Méndez Arceo fue nombrado Presidente Honorario de la Cruzada por la Alfabetización por ejemplo, tarea primaria de la revolución en el afán de cultivar, culturizar a su propio pueblo.

Estuvo también un buen grupo de universitarios, entre los cuales destaco la presencia del Maestro Alberto Híjar en tareas culturales y el compañero Rafael Sebastián Guillén Vicente animados por la urgencia de asentar el proyecto revolucionario. Y, bueno… yo mismo.

Bayardo Arce, combatiente sandinista nos ilustra en un texto revolucionario muy elocuente: “El difícil terreno de la lucha: el ideológico”. Don Ernesto Cardenal: “Cultura revolucionaria, popular, nacional, antiimperialista”. Y Sergio Ramírez, “La revolución: el hecho cultural más grande de nuestra historia”.

Nada de esto bastó para afirmar con contundencia el trayecto de una revolución en tierra firme que desde el inicio recibió ataques del Imperialismo yanqui utilizando las fronteras de los pueblos hermanos de Honduras y Costa Rica. El himno sandinista dice en su letra: Luchemos contra el yanke (sic) enemigo de la humanidad…

Más adelante los nicas fueron obligados a quitar esas frases de su himno. Lo que no quiere decir que hayan sido mentiras, vean nomás ahora cómo este mismo Imperialismo provoca las guerras en Siria, en Gaza y en Ucrania. Es sembrador de muerte y destrucción.

Permítanme citar al P. Giulio Girardi que aborda estas problemáticas con rigor académico y parcialidad sin reservas al lado de los más necesitados en “Sandinismo, Marxismo, Cristianismo en la nueva Nicaragua”. Muchos análisis, discusiones y prácticas solidarias enriquecían el proyecto revolucionario. Que no fue suficiente, insistimos.

Las clases populares, afirmaba, son el sujeto de la nueva cultura. Cultura popular significa, en un sentido más específico, que de ella llegan a ser protagonistas -no exclusivas, pero sí efectivas- aquellas clases que habían sido excluidas y que sistemáticamente habían sido proclamadas incapaces de cultura.

El pueblo, víctima de la dominación secular, ha sufrido la represión de su inteligencia. Se ha visto imposibilitado de expresar sus capacidades, ha padecido un enorme desgaste, no solo de riquezas, sino de hombres y mujeres, no solo de bienes materiales sino de arte, ciencia, inteligencia, cultura.

Recuérdese a Mariátegui: “no solamente luchamos por el pan, sino también por la belleza”. Y un proyecto cultural revolucionario debe tener como raíz la fe en el pueblo, en sus capacidades culturales y artísticas, es decir, la convicción de que su “inferioridad cultural” ha sido producto de una represión secular. Hay que rechazar la mediocridad disfrazada de popularidad.

Democratizar la Cultura no debe entenderse sólo como acceso de las masas a su consumo sino también a la investigación, a la creación a fin de que emerja el nuevo sujeto, una nueva sensibilidad y, de ahí, una profunda transformación cultural.

Así esperaríamos que el pueblo surja como sujeto cultural y como sujeto político dada la vinculación indisoluble entre poder popular y cultura popular. La confianza en las capacidades políticas es inseparable de la confianza en las capacidades culturales. El pueblo es capaz de tomar las riendas de su propio destino y es capaz de pensar autónomamente, de amar con generosidad, de trazar e inventar nuevos caminos.

Transformación cultural y también económica. Dice Don Giulio: apareció en Nicaragua (y en México y en nuestra Amerindia, agregamos) la “lógica de las mayorías”, o sea, la prioridad de las necesidades populares (Primero, los pobres), principio que debe subordinarse a otro: que el mismo pueblo oriente y controle la vida económica en su producción, su distribución y su consumo. Una eficacia económica que ya no se mida por el lucro sino por la respuesta a las necesidades.