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El ensordecedor rumor que viene del mar

Gabriel Millán*

¿Qué extraña fascinación produce en nosotros el mar? Qué ocultas reminiscencias se mueven dentro de nosotros cuando el mar se cuela en nuestra nariz, cuando nos anega la vista y nos ensordece con ese rumor áspero que emite; cuando “arrastra esos despojos silenciosos”, en palabras de Xavier Villaurrutia. 

Marguerite Duras, recomendadísima escritora francesa nacida en Vietnam en la segunda década de 1900, mantiene una constante presencia del mar en su obra. Para ella el mar es más que una parte del escenario en el que se desarrollan los acontecimientos; el mar tiene la función de un personaje casi omnipresente, una entidad que emite un constante sonido, un rumor, un rechinar salado, un murmullo que pareciera apenas audible pero que lo atraviesa todo. Ya sea en El mal de la muerte, en El amor o en Un dique contra el pacífico (por mencionar algunas novelas), el mar en la obra de Duras parece transportarnos a un sitio fuera del tiempo actual, a un momento antiguo, en el que solo existían aguas primordiales. 

Duras no es la primera que habla de estas aguas misteriosas y primigenias, evidentemente. Las primeras líneas del Enuma Elish, el poema babilónico de la creación, dicen: “Cuando en lo alto el cielo no había nombrado, y, abajo, la tierra firme aún no había sido mencionada con un nombre, solos Apsu, su progenitor, y la madre Tiamat, la generatriz de todos, mezclaban juntos sus aguas”. Algo similar se lee en Génesis 1.2: “La tierra no tenía forma y estaba vacía, y la oscuridad cubría las aguas profundas; y el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las aguas”. 

Las aguas primordiales no solo están en la literatura y en los mitos de creación. Las aguas como origen de la vida están en la historia de nuestro planeta. En otras palabras, que las aguas se consideren como el lugar en el que todo comenzó es una hipótesis reconocida por la ciencia. 

En 1924, el biólogo ruso Aleksandr Oparin postuló la hipótesis del caldo primitivo, o sopa primordial que, de forma muy resumida, parte de la idea de que la vida se originó a partir de compuestos orgánicos que existían en ese caldo primigenio y que, con la acción de radiación ultravioleta y energía eléctrica, fueron ocurriendo una serie de reacciones químicas cada vez más complejas hasta que surgieron las primeras protocélulas y de ahí, hace unos 4 mil millones de años, hasta nuestros días, con la fabulosa diversidad de vida que conocemos y la que aún desconocemos (al respecto recomiendo mucho leer “La historia de la vida en 1000 palabras” de Pere Estupinyà en El ladrón de cerebros).

Durante ese larguísimo recorrido en la historia de la Tierra, entre las formas de vida tan diversas que han existido hay algunas más impresionantes que otras. No me refiero a los muy famosos dinosaurios, ni a las “aves del terror” y mucho menos a los perezosos gigantes (u otra megafauna), sino a seres de eras anteriores, a la llamada biota del Ediacárico, nombrado así apenas en 2004 (Si revisan libros anteriores a ese año, no aparecerá registrado). 

Los organismos de este periodo parecen hojas de un helecho Asplenium (esos que llaman “nido de ave”), una esponja de mar aplastada, un tubo largo y otras formas extrañas; tienen una antigüedad de entre 600 y 542 millones de años. Se encontraron por primera vez en la década de los 40 en Australia, en lo que hoy es el Parque Nacional de Ediacarade Nilpena. Una de las cosas más impresionantes relacionadas con estos organismos es que la ciencia no se ponía de acuerdo en si eran animales, plantas, hongos o un reino de vida totalmente distinto que no logró sobrevivir. A pesar de que sus estructuras corporales son tan diferentes que resulta difícil incluirlos en alguna categoría, los estudios más recientes parecen indicar que estos organismos fueron animales, y que la mayoría no logró continuar al siguiente gran momento de la historia de la vida en la Tierra: la explosión del Cámbrico; otra era de animales sorprendentes, como Opabinia con sus cinco ojos, Hallucigenia que parece no tener cabeza y Anomalocaris, el terror de los mares con boca circular (Por favor, googlen esos nombres y deléitense con las imágenes). 

El Cámbrico y sus misterios es tan maravilloso que merece abordarse en un texto aparte… esa será la siguiente columna. 

*Comunicador de ciencia

Twitter: @Desertius

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