loader image

 

Donde solían habitar los hermosos cactus 

 

Gabriel Millán*

 

 

Hace unos 15 años comenzó mi obsesión por los cactus. Empecé como muchos: comprando plantas baratas en tianguis y viveros, de esas que vienen en latas reutilizadas. Al principio para mí todos eran “cactus”: echeverias, euphorbias, suculentas, sábilas, agaves, cactáceas… todo me sonaba igual. Algunas tenían espinas y otras no; algunas, hojas y otras no; pero eso era lo de menos, solo quería tener más. 

​Poco a poco me convertí en eso que hoy llaman “la señora de las plantas”, con una terraza atiborrada de cuanta cosa me encontraba en venta, por no mencionar los “coditos” y trozos de plantas que cortaba aquí y allá para aumentar mi colección. Cada época de lluvias era una pesadilla meter todas las macetas cuando empezaba a llover y, al día siguiente, sacarlo todo de nuevo para que les diera el sol. 

​Las plantas eran tantas y tan diversas que empecé a buscar información. Usé Google, entré a grupos de Facebook, busqué foros de jardinería, descargué libros y artículos en PDF y conocí a otros que, igual que yo (o mucho más), estaban fascinados por las cactáceas. En ese punto supe que no todas las plantas de mi colección eran cactáceas; los nombres que otrora me eran indiferentes empezaron a tener sentido. Supe qué era una especie, un género, una familia botánica; entendí la importancia de usar los nombres científicos para identificar claramente una especie (El tema de los nombres científicos merece una columna completa).

​En resumen, pasé del coleccionismo de objetos-planta a interesarme por las cactáceas mexicanas como objeto de estudio. ¿Cuántas había? ¿Cuáles eran sus nombres? ¿En qué lugares crecían? Era un seductor enigma a resolver.

​Durante mis pesquisas descubrí que las cactáceas son originarias del continente americano, aunque ahora están dispersas en muchos lugares del mundo (¡hay nopales invasores en Europa!) y que México es el país con más diversidad de estas plantas. También me enteré que los cactus se diferencian de todos los demás vegetales por las areolas, un “órgano” súper especializado de donde salen las espinas y, en algunos casos, flores. 

​Algunas de las maravillas de los cactus son las adaptaciones a entornos altamente adversos. No tienen hojas (excepto un par de cactus “primitivos”, Pereskia y Pereskiopsis), pueden almacenar gran cantidad de agua en el tallo y la raíz para vivir largos periodos sin lluvia; además tienen un metabolismo “inverso” al de otras plantas, lo que les permite aprovechar al máximo la humedad pero limita su crecimiento. Algunos de los géneros más deseados entre coleccionistas, como Ariocarpus, Strombocactus o Aztekium, pueden tardar años en alcanzar un centímetro de diámetro en su hábitat, de ahí que en cultivo sea común injertarlos para acelerar su crecimiento. 

​Lo triste fue que, a la par de conocer las maravillas de estas plantas, supe de las terribles amenazas que tienen para su supervivencia: destrucción del hábitat; extracción y tráfico. 

Puede sorprender que exista un tráfico nacional e internacional de cactáceas, pero la evidencia es abrumadora. Es un tráfico descomunal, basta con buscar en las noticias y ver los enormes decomisos de plantas silvestres que ha hecho Profepa y la Guardia Nacional en zonas desérticas, pasando por viveros en ciudades e incluso en los aeropuertos, donde se han interceptado desde cactus ocultos en muñecas de trapo, hasta cajas llenas de plantas, con destino a Europa y Asia. Hace 10 años escribí un reportaje sobre esto y encontré muchísimas notas y boletines sobre decomisos. Hoy compruebo que, al buscar el mismo tema, sigo encontrando una gran cantidad de noticias sobre el tráfico, con la diferencia que Chile aparece como otro país gravemente afectado por el comercio ilegal de cactáceas.

Con la destrucción del hábitat pasa igual. Hace diez años, durante varios viajes a San Luis Potosí, pude ver plantas creciendo en basureros y entre escombros, biznagas (Echinocactus platyacanthus) destruidas por maquinaria y cerros enteros “comidos” por la minería. Hoy, quienes viven en lugares donde abundan las cactáceas, siguen siendo testigos de cómo al hacer una nueva carretera, al “desmontar” un terreno, al construir una presa o una unidad habitacional, cientos de cactáceas y otras plantas semidesérticas son despedazadas y removidas por los trascabos, como si fuesen basura. 

Los cactus son suelen estar restringidos a pequeñas zonas geográficas o a localidades aisladas y tienen condiciones ambientales muy específicas para poder desarrollarse. Aún no entendemos que, si el saqueo y la destrucción del hábitat continúan, no habrá marcha atrás y con pesadumbre diremos que, ahí donde se alza esa construcción era el lugar donde solían habitar los hermosos cactus. 

 

 

*Comunicador de ciencia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *