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Bocas circulares, gusanos de arena

 

La segunda parte de Dune es espectacular. No solo es una historia trepidante, con intriga política y una trama con excelentes giros argumentales; también es una película estéticamente hermosa: el manejo de las texturas, la luz, la ambientación y las caracterizaciones me parecieron fantásticas. Además, con las sequías y crisis de agua que estamos viviendo, un mundo lleno de arena, en la que el agua se aprovecha incluso de los cadáveres, no puede ser más adecuado.

Aclaro que, a pesar de ser un gustoso lector de ciencia ficción, mi acercamiento con el universo de Dune, creado Frank Herbert, ha sido únicamente a través del cine. Primero con la versión de David Lynch de 1984 y ahora con las entregas de Denis Villeneuve.

En Dune, además del sistema monárquico, las Grandes Casas y el ansia imperialista-militarista, hay un personaje presente todo el tiempo y que hace posible la existencia de la especia, del ecosistema tal como se conoce en Arrakis y, por tanto, de la realidad del universo de Dune: los gusanos de arena. De acuerdo con la Dune Encyclopedia, los gusanos de arena reciben el nombre científico de Geonemolodium arraknis, o también Shaihuludata gigantica.

En la película, y si uno hace una búsqueda en internet, los gusanos de arena son la especie dominante del planeta. Verlos en la pantalla grande es impactante pues su colosal tamaño puede llegar a los 400 metros de longitud. Tienen un cuerpo cilíndrico, carecen de patas y tienen una boca circular provista de infinidad de hileras de dientes.

Inevitablemente, esta representación gráfica de los gusanos me hizo pensar en lampreas, conodontos y plantas parásitas africanas. Me explico: La planta en la que pienso es originaria de Sudáfrica, de ahí su nombre científico: Hydnora africana. Colectada por primera vez en 1774 por Carl Peter Thunberg, no saltó a la fama hasta que Gustav Kunze la presentó en 1836 durante una reunión de la Sociedad Alemana de Naturalistas y Médicos. Prácticamente toda la planta es subterránea y solo emerge de la tierra cuando florece. Como otras plantas parásitas, Hydnora africana perdió la capacidad de producir clorofila, de modo que los nutrientes que necesita los obtiene de sus hospederos, que suelen ser euphorbias y acacias. Cuando llega el tiempo de florecer, de la tierra surge una estructura carnosa de color café con tonos anaranjados que suele abrirse en tres partes, emanando un olor pútrido que atrae a moscas y escarabajos carroñeros y del estiércol, que son sus principales polinizadores.

Otra planta parásita de zonas áridas (solo que mexicana) es Pholisna sonorae, y sí, crece en el desierto de Sonora. Llamada comúnmente como “camote de arena” esta planta tampoco produce clorofila (de ahí que no sea verde sino prácticamente blanca) y se nutre de las plantas que parasita a las que se “conecta” a través de haustorios, raíces modificadas que entran en las raíces de los huéspedes, succionando los nutrientes como si fueran sanguijuelas, o lampreas…

Aunque recuerdan a las sanguijuelas, las lampreas no están emparentadas con ellas y aunque exteriormente se parecen a las anguilas, tampoco son peces. Las lampreas pertenecen a un grupo independiente, y se considera que evolutivamente están en la base del origen de los vertebrados. Las lampreas, como las sanguijuelas, se alimentan de sangre y, como los gusanos de Dune tienen una impresionante boca circular y varias hileras de dientes. Con ellos se fijan a peces y mamíferos marinos, luego usan la lengua para raspar el tejido y poder succionar la sangre que necesitan.

Las lampreas no tienen mandíbulas (se les llama agnatos) y es una de las características que remite a el otro bicho en el que pensé con los gusanos de arena de Dune: los conodontos. Así se le conoce a un tipo de animales marinos extintos que vivieron de la mitad del Cámbrico al Jurásico.

Las representaciones actuales de los conodontos los presentan con el cuerpo alargado como una anguila, con enormes ojos y una boca circular sin mandíbula, llena de pequeños dientes. La primera vez que se habló de los conodontos fue en 1856, cuando se habló de estos microfósiles parecidos a los dientes de un vertebrado, compuestos por fosfato de calcio. Con el tiempo los conodontos comenzaron a ser mucho más abundantes y la discusión sobre a qué tipo de animal pertenecían creció. Había quienes consideraban que podrían estar relacionados con los gusanos, mientras que otros pensaban que eran peces primitivos e incluso hubo especulaciones sobre un origen vegetal.

Más de un siglo después, en 1983 se descubrió el fósil de un organismo alargado en un museo de Escocia. Cuando se estudió con detenimiento se descubrió que poseía conodontos, naciendo el primer “animal conodonto”. El primer autor de esta publicación científica fue nada menos de Derek Briggs, quien estuvo involucrado en el estudio de la famosa cantera de Burgess y que dio origen a la maravillosa fauna de la que habla Stephen Jay Gould, con sus ya sabidas inexactitudes, en La vida maravillosa (¿todos los caminos llevan a Burgess Shale?). El misterio de los conodontos es sumamente interesante, hay un libro de Simon J. Knell que lo narra a profundidad: The great fossil enigma.

¿Cuántos misterios habremos de ver esclarecidos en los próximos años? Seguramente muchos y espero tener la dicha de verlos.

*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante