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Los cachos donde somos distintos: el pangenoma humano

Agustín B. Ávila Casanueva*

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En el 2001 se anunció que estaba listo el primer borrador del genoma humano. Tres años más tarde, el gran proyecto del genoma humano se daba por terminado. Sin embargo, la secuencia no estaba del todo terminada, faltaban cerca de un ocho por ciento bastante difícil de descodificar. Casi veinte años después, en el 2022, por fin se anunció la secuenciación completísima del genoma humano. Todas las letras que componen el ADN de nuestras células, de cabo a rabo. Trescientos mil millones de letras ordenadas una detrás de otra.

Pero ¿realmente existe EL genoma humano? Es decir, en una especie con casi ocho mil millones de individuos ¿cabemos todas y todos dentro de EL genoma humano? La secuencia de referencia que se utiliza para analizar cualquier genoma humano, la que se secuenció por completo, pertenece 73% a un hombre de Nueva York y el resto a unos pocos más. Tampoco malinterpretemos, este genoma de referencia —llamado T2T-CHM13— es un gran avance y resulta muy útil al momento de estudiar la estructura general de nuestro genoma, las incidencias y causas de ciertas enfermedades y también ha resultado ser un espacio de reencuentro con nuestros hermanos evolutivos: los neandertales y los denisovanos.

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Si vemos al genoma humano como un libro de historia, este genoma de referencia se parece bastante a nuestros libros de Historia Universal. Si bien cuentan de manera somera una historia de la especie humana, cuando lo analizamos con mayor detalle, nos damos cuenta de que es principalmente una historia de lo que ha sucedido en Europa y poco se conoce sobre el resto de la humanidad.

El proyecto del pangenoma humano busca, justamente, corregir esa omisión. En una serie de artículos publicados el miércoles pasado en la revista Nature, el Consorcio del Pangenoma Humano de Referencia publica el análisis del genoma completo de cuarenta y siete personas, junto con sus sendos padres. El prefijo “pan” proviene de la palabra griega παν, que significa “todo” o “completo”. Así el pangenoma busca conocer toda la diversidad, todas las mutaciones, todos los cachos en los que no somos igual al de al lado, los cachos donde somos únicos.

Si bien añadir cuarenta y siete genomas suena a un esfuerzo fútil —tomando en cuenta que somos casi ocho mil millones de personas—, este primer vistazo a la diversidad que desconocíamos ha cumplido bastante bien su cometido. Los artículos científicos reportan haber añadido 119 millones de letras más a nuestro genoma. Esto no significa que realmente haya crecido en tamaño, sino en diversidad. Es decir, qué hay ciertas zonas del genoma que ahora sabemos que tienen distintas variantes o mutaciones en su secuencia. Donde antes creíamos que sólo había una A, ahora caben también una C y una G, por ejemplo. Algunos individuos presentan genes duplicados o rearreglos en la estructura de sus cromosomas que hasta ahora no habíamos encontrado —y que al parecer no tienen un efecto evidente en el fenotipo de la persona—.

Las consecuencias de desenmascarar esta diversidad no son menores. Por un lado, las posibles aplicaciones médicas ahora cuentan con un mapa que sí tiene datos de las poblaciones de todos los continentes —salvo la Antártica—, haciendo que los tratamientos y fármacos derivados tengan una mayor probabilidad de funcionar a su máxima capacidad en todas las poblaciones y no solamente aquellas de descendencia europea.

En cuanto a la evolución de nuestra especie, el libro de historia, ahora podremos conocer a mayor detalle las historias de dichas poblaciones hasta ahora subrepresentadas. Incluso cuestiones bien estudiadas como la Eva Mitocondrial —la mujer que le heredó las mitocondrias a toda la humanidad actual y de quien todas y todos descendemos—, podría cambiar su antigüedad, ya que con una mayor diversidad estudiada, es probable que los tiempos de ancestría se hagan más profundos, más antiguos de lo que pensábamos.

El Consorcio del Pangenoma Humano de Referencia espera poder llegar a los 350 genomas secuenciados el siguiente año, buscando individuos de regiones que siguen siendo subrepresentadas como lo es el Medio Oriente.

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Nunca vamos a terminar de conocer la diversidad del genoma humano. Nunca acabaremos de secuenciarlo, siempre estará varios pasos adelante de nuestra tecnología y capacidad, pero ir tras su búsqueda nos hará caminar de una manera más incluyente a todos y todas.

La Jornada Morelos

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