loader image
Fotografía del Monumento al ratón de laboratorio. Irina Gelbukh / Wikimedia

Los ratones de nuestros errores

Agustín B. Ávila Casanueva

En la mañana del primero de julio del 2013, un ratón de setenta centímetros se apoderó de una plaza pública localizada enfrente del Instituto de Citología y Genética de la Academia Rusa de Ciencias, en la ciudad de Novosibirks, en Siberia. El ratón en cuestión, bastante antropomorfizado, tiene la apariencia de una abuelita, está cubierto con una frazada, sobre su nariz sostiene unos quevedos y se encuentra tejiendo un par de hebras de ADN. El Monumento al ratón de laboratorio, obra del artista Alexei Agrikolyansky y el escultor Andrei Kharkevich, se erigió en honor a todos los ratones de laboratorio sacrificados en la búsqueda de un mejor entendimiento de la fisiología de los mamíferos y de enfermedades que aquejan a los humanos.

Si bien la práctica de experimentar en animales vivos es cada vez más cuestionada, el estudio de ratones, ratas y otros animales de laboratorio nos ha permitido realizar tratamientos y terapias para enfermedades cardiovasculares, problemas de sordera, y problemas de socialización y desarrollo cognitivo, como el autismo. Todos ellos, problemas de alta incidencia en nuestras sociedades. Por lo que no hay duda de que al menos una muestra de agradecimiento y reconocimiento a estos roedores, es necesaria. Pero ¿sabemos exactamente a cuáles roedores agradecer? bueno, igual no por nombre, pero ¿de cuántos ratones estamos hablando?

En el 2020, un grupo de investigadores coordinados por Mira van der Naald y Steven A J Chamuleau, de la Universidad de Utrecht en Holanda, decidieron analizar los registros de los años anteriores sobre experimentos realizados con animales en su universidad. Se dieron cuenta que de sesenta aplicaciones aprobadas por el comité de ética para llevar a cabo investigaciones que implicaran animales, menos de un tercio de los animales utilizados terminaron siendo descritos en un artículo científico.

De un total de 5590 animales utilizados en experimentos por la Universidad de Utrecht —la lista incluye ratones, ratas, conejos, cerdos, perros y borregos—, sólo 1471, es decir, el 26% terminó siendo parte de una publicación científica ¿Y los demás? Si bien los experimentos se llevaron a cabo: los animales fueron observados, medidos, pesados. Todo se anotó cuidadosamente en libretas de laboratorio. Las y los investigadores obtuvieron resultados. ¿Dónde quedaron estos animales entonces?

El método científico no es un proceso lineal. Los experimentos, en principio, responden a una asunción, a una apuesta que se hace sobre nuestra realidad, en aras de avanzar un poco más el conocimiento científico. De probar una hipótesis, de construir un nuevo y mejor modelo de la realidad. Pero no siempre los resultados obtenidos son positivos. Es decir, que se comportan como lo esperábamos. A veces destrozan nuestra propuesta, a veces simplemente no salen. Pero la academia tiene la mala maña de darle muchísimo más valor a los resultados positivos que a los negativos.

Los resultados positivos se presumen en artículos científicos en un sinfín de revistas académicas. Se habla de ellos en congresos y seminarios. Los medios los cubren en las entrevistas y reportajes sobre las personas de ciencia. Sobre los resultados negativos guardamos un silencio cómplice y aunque todas y todos sabemos que ahí están, no hablamos de ellos, salvo con colegas muy cercanos.

¿Qué peligros genera esto? Cuando se obtiene y se cacarea un resultado positivo, la gente de ciencia se entera rápidamente y —salvo algunos casos— no es necesario repetir el experimento. Ahí están los datos y la evidencia para disposición de la academia. Pero un resultado negativo del que no se habla se puede repetir varias veces porque nadie se enteró de que ese experimento no salía o no generaba los resultados esperados. En principio no suena tan grave, perder un poco de tiempo. Pero cuando se traslada a la vida de miles de animales, debemos de hacernos responsables.

Derivado de este estudio, se han realizado esfuerzos como la base de datos https://preclinicaltrials.eu/ buscan justamente tener esta información. Cómo son los protocolos de todos los experimentos que se llevan a cabo en animales, tanto los que dan resultados positivos como negativos. Cuántos animales usaron. Qué midieron y cómo. Saber, a ciencia cierta, a cuántos ratones debemos de agradecer por el avance en la ciencia.

Y tal vez, construirles un monumento tres veces más grande.

*Coordinador de la Unidad de Divulgación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM y miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *