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Una pequeña fracción de la poesía que nos rodea

Agustín B. Ávila Casanueva*

En el bazar del libro que se coloca cada fin de semana en la calle de Comonfort, en el centro de Cuernavaca, he logrado encontrar varias gratas sorpresas. Hace un par de meses me encontré con un ejemplar al que mis manos saltaron intempestivamente, como si mi cuerpo mismo me recomendara el libro.

Ante mi tenía uno de los tomos de la Colección Científica de Time Life, cuyo título es: “El científico”. En la portada, de pasta dura y en bastante buen estado, está una foto de Jim Watson, en bata, frente a un pizarrón y dando la espalda a la cámara, mientras garabatea lo que parece ser un modelo de empaquetamiento del ADN —ignoro si también lo obtuvo de las libretas de Rosalind Franklin o si sí lo propuso él—. Al abrir el tomo,  noto que el primer capítulo lleva por título “Héroe y ser humano”. Solté un carcajada ante tan descarada y altiva declaración y me apuré a comprar el ejemplar.

Aplicando un giro profesional al gran enigma de ¿de dónde venimos?, este ejemplar me parece una gran oportunidad para comparar cómo se hacía la comunicación de la ciencia a mediados de los ochenta, con lo que intento hacer actualmente. Además, añadiendo a las gratas sorpresas, ya en casa y con más calma, descubrí que la primera edición —tanto en inglés como en español— es de 1985, justamente el año de mi nacimiento.

Después de la explosión de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos y el resto del mundo, se dieron cuenta de la importancia y el poder del conocimiento científico. Pero también notaron que ahora la reacción pública hacia la ciencia era de terror y de un alejamiento aún mayor a ciertas disciplinas cuyos descubrimientos conllevan consecuencias nuclearmente funestas. Realizar una campaña de comunicación a favor de la ciencia, era urgente.

Pero las buenas intenciones no suelen ser suficientes. Estaba claro que había que hacer comunicación de la ciencia. El cómo se volvía un tanto problemático. Estos primeros intentos quedaron clasificados, años después, bajo un modelo que lleva por nombre “de déficit”, en el cual se asume que el o la lectora no saben nada y la ciencia, desde su magnánima benevolencia, le entrega el conocimiento a la sociedad, como parte de sus deberes. De aquí obtenemos clásicas aproximaciones a la comunicación de la ciencia como el “Seguramente te has preguntado”, “Sabías qué”, y “La ciencia está en todas partes”.

La verdad, “El científico” de Time Life, es bastante bueno para su época, se propone construir una narrativa, el texto es ameno y la calidad y uso de las imágenes es impecable. Sin embargo, visto desde una actualidad inundada en las olas feministas y una América Latina que clama por la descolonización, la propuesta carga varias fallas.

En “Héroe y ser humano”, se narran una serie de anécdotas que buscan cambiar el estereotipo del científico y mostrarlo como una persona común y corriente con sus filias y fobias. Aunque no tan corriente, tampoco hay que exagerar. No solamente hay que dejar en claro que el científico es un héroe, el texto también le aconseja condescendientemente al público: “hay mucho que el profano debería saber del científico”. Y bueno, no queda más que agradecer los consejos para acercarnos a una deidad.

Lejos del lenguaje incluyente y la diversidad, en la colección de anécdotas científicas participan 27 científicos, todos ellos hombres y todos ellos europeos o estadunidenses.

El capítulo termina con una frase del filósofo Herbert Spencer: “La verdad es que aquellos que nunca se han ocupado de cuestiones científicas conocen solamente una pequeña fracción de la poesía que les rodea”. En esta columna, estimada audiencia, intentaré compartirles distintas cuestiones de la actividad científica, desde una visión crítica e inclusiva, buscando también la sorpresa y regocijo que puede generar la ciencia, y —espero— sin el regaño ni la condescendencia. Que estos últimos 37 años sirvan para editar un poco la frase, sin blandir LA verdad, ni llegar al regaño: “acercarse a la ciencia nos permite conocer una pequeña fracción más de la poesía que nos rodea”.

Divulgador Científico, UNAM/UAEM

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