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Víctor Manuel González

 

 

En enero 2020 la pandemia de COVID-19 reveló la fragilidad de la humanidad ante la agresividad del virus SARS-Cov-2, hasta entonces desconocido. Los científicos descubrieron casi inmediatamente características fundamentales del virus, como su morfología, genoma, y que pertenecía a la familia de los coronavirus presentes en animales silvestres. En menos de un año ya se realizaban pruebas de varias vacunas para prevenir la COVID-19. La enfermedad por coronavirus 19 o COVID-19, mostró efectos devastadores en el sistema respiratorio. La sociedad diezmada por las muertes y la gravedad de la enfermedad estaba paralizada. Conocimientos científicos usuales en medios académicos, fueron difundidos y asimilados por la mayoría de la gente. Hoy en día, es común escuchar a un familiar o amigo decir “me voy a hacer una prueba de PCR” refiriéndose a una prueba molecular confiable para la detección del SARS-Cov-2, y confirmar o descartar el contagio; o bien se dice a menudo “prefiero vacunarme con la Pfizer”, haciendo énfasis sin querer a una vacuna sumamente efectiva basada en la molécula del ácido ribonucleico del virus. La difusión de las causas de la enfermedad y la evolución de las variantes del SARS-Cov-2, nunca habían sido tan masivas y alcanzado a tantos pobladores del planeta. 

En abierto contraste, opiniones y criticas opuestas a las mostradas por las evidencias científicas, originaron polémicas que aún no terminan. Diversas personas opinaron del uso de sustancias como el hipoclorito, la ivermectina y otras más, para curar la enfermedad, basados en información poco confiable y opiniones propias más que en datos validados. En torno a las vacunas, algunos individuos y grupos sociales se negaron absolutamente a emplearlas; su desconocimiento del peligro que representaba no vacunarse e instar a otros a no hacerlo termino en la muerte lamentable de varios de ellos. En el balance, la disminución de la pandemia del COVID-19 se debe a que los medios preventivos y vacunas diseñadas, basadas en evidencias científicas han prevalecido.

La pandemia y la investigación sobre el SARS-Cov-2 no han terminado y prosigue la búsqueda de nuevas vacunas y terapias para combatirlo. Este es un ejemplo entre muchos más para ilustrar que las evidencias científicas son mucho más que opiniones. Simplemente son pruebas que conducen a hipótesis y conceptos de cómo funciona la naturaleza, y que están sujetas a revisión constante y contrastada con nuevas evidencias. Muchos de los conceptos científicos originados en los laboratorios tarde o temprano se traducen en bienestarsocial: medicinas, comunicaciones, alimentos, y muchos más. 

Estas situaciones nos han llevado a reforzar los vínculos entre la ciencia y la sociedad. Dada la situación de riesgo mundial muchos investigadores comunicaron de manera publica interpretaciones, opiniones, divulgaron el conocimiento sobre los virus, y participaron en foros y entrevistas dando a conocer muchos aspectos de la biología de los virus y los cuidados preventivos pertinentes a la COVID-19. Esta fue una respuesta rápida ante la contingencia. A corto y largo plazo debemos actuar para consolidar el pensamiento y la acción científica en todos los niveles de la sociedad. Desde los niños y jóvenes, hasta adultos, personas que viven en el campo y en núcleos urbanos, deberíamos tener acceso al conocimiento universal. Pero más allá, tenemos que fomentar una actitud crítica e inquisitiva hacia los fenómenos naturales basándonos en evidencias como método de conocimiento.

 

 

 

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