loader image

 

¿A quién de nosotros no le llama la atención un cuadro de Fernando Botero? Me equivocaría pensando que cabría la indiferencia al contemplar sus figuras humanas voluminosas, bellamente representadas con formas redondeadas y colores brillantes. Lo mismo inspiran sus esculturas, un caballo o un gato exageradamente corpulentos, pero sin perder un ápice de su belleza, fuerza y astucia. En un sentido, las obras de Botero sugieren un tema sensible de la sociedad contemporánea: la obesidad, aun cuando este tema este fuera las intenciones estéticas del artista.

La obesidad no solo es una cuestión estética; es una condición médica seria en la que el índice de masa corporal de un individuo supera los límites saludables. Este exceso de peso no solo aumenta el riesgo de enfermedades graves como la diabetes, la hipertensión y los problemas cardíacos, sino que también puede tener un impacto devastador en la autoestima de las personas afectadas, que enfrentan estigmatización y burlas.

Los factores que contribuyen a la obesidad van más allá de la genética y la alimentación; incluyen aspectos ambientales, estilo de vida, factores socioeconómicos y psicológicos. La magnitud del problema es evidente cuando vemos que un tercio de la población mexicana sufre de sobrepeso u obesidad, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición elaborada por el Instituto Nacional de Salud Pública. Se trata de una epidemia global que se prevé que afecte a mil millones de personas para el año 2030.

Este preocupante panorama ha dado lugar a un mercado lucrativo de supuestas soluciones milagrosas: desde dietas engañosas hasta productos herbales y estafas que afectan a miles de personas. Sin embargo, es crucial entender que no hay soluciones sin respaldo científico. Para las grandes compañías farmacéuticas el problema de la obesidad no pasa desapercibido. Desde hace décadas dedican recursos financieros significativos a la investigación de fármacos para combatir la obesidad. Algunos han conseguido aprobación de las autoridades médicas para su venta. Entre estos están los medicamentos que evitan la absorción de grasa y los que disminuyen el apetito, cuyo éxito ha sido moderado y no supera a la receta más barata y asequible: la combinación de ejercicio, dieta balanceada y eliminación del consumo de alimentos procesados y chatarra.

En años recientes, destaca el descubrimiento de semaglutida, un análogo de una molécula producida naturalmente por el intestino humano, conocida como GLP-1. Aunque inicialmente desarrollada para tratar la diabetes, la semaglutida ha mostrado prometedores resultados en la pérdida de peso, con estudios que revelan reducciones de hasta un 20% en individuos obesos, según lo destacado por la revista Science el fin del año pasado al nombrarla como el descubrimiento del año.

Aunque algunos profesionales médicos están divididos respecto a las perspectivas de la semaglutida, productos similares con mayor eficacia y seguridad están apareciendo. Aun así, es claro que para abordar un problema tan complejo como la obesidad, una píldora por sí sola no será suficiente por más promisoria que sea. Se necesita un enfoque integral que incluya estudiar las predisposiciones genéticas conocidas en la población mexicana, medidas de salud pública y una mayor conciencia sobre la importancia de una alimentación saludable y el ejercicio regular, como lo ha citado en estas páginas el Dr. Eduardo Lazcano. Un artículo editorial de la revista The Lancet señala la necesidad de esquemas de prevención de la obesidad y la eliminación del entorno obesogénico donde vivimos (Treating obesity and diabetes: drugs alone are not enough, en The Lancet, vol. 403, January 6, 2024). Después de todo, la obesidad no solamente es producto de las circunstancias individuales, sino del entorno social y económico.

vgonzal@live.com