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Vicente Quirarte

Lo conocí un mediodía en una comida en casa de María Helena González. Aprecié en él su agudeza, su inteligencia, su rapidez y su extraordinario sentido del humor. Más adelante, un día en que caminábamos por la Avenida Madero invadida de peatones, Helena y yo le dijimos lo que no nos cabía en el pecho: que estábamos juntos. Lo celebró con auténtica alegría. Íbamos a casa de Graciela Mota y antes de la hora prevista nos metimos al Bar la Ópera, donde reanimamos la tarde. Los demás lo supieron después de su “bendición nupcial”.

Con el paso de los días, creció mi admiración por su persona, no sólo por lo que significaba para mi Helena, sino porque él era una persona admirable: honesto, sencillo, noble e inteligente. No admitía dobleces ni vacilaciones. Exigía en los otros lo que él se exigía a sí mismo y eso lo hacía invulnerable.

Dos virtudes lo animaron el tiempo que tuve el privilegio de conocerlo: la curiosidad y el asombro que despertaba su juguete preferido: su cámara Leica de la que nunca se separaba. En una ocasión me tocó verlo deslumbrado por unas plantas que a ojos profanos como los míos pasaban desapercibidas, pero no para sus pupilas educadas y siempre listas. Con ellas exploró la flora, la fauna, la arquitectura del mundo y sobre todo la de su estado natal.

Tengo la fortuna de ser dueño de varios de los libros que él preparó con minuciosidad y profesionalismo: las vistas aéreas de Haciendas de Morelos, más que fotografías que servían de ilustración al libro, son testimonios gráficos de quien explora las entrañas de un México que él contribuyó decisivamente a hacer grande en todos los sentidos.

Titulé vanidosamente estas palabras “mi amigo Adalberto”, y ahora estoy seguro de que fuimos amigos. Él me invitó a su programa de radio y para tal objeto le envié algunos de mis libros dedicados. Nunca se hizo la entrevista por radio, pero hablé con él varias veces, ya sin la venturosa intermediación de la dulce Helena. Adalberto me preguntaba sobre la Universidad y frecuentemente me daba su valiosa opinión sobre la marcha de los acontecimientos. El mundo académico era igual en todas partes, pero le preocupaba que su acervo fotográfico entrara de manera definitiva a la UNAM. Ahora ya no será posible hacer la entrevista prometida por radio, pero sí podré cumplir una deuda de honor al hacer posible su sueño.

Para estar siempre con Adalberto, termino con unas palabras del poema de Miguel Hernández:

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

Vquirarte19@gmail.com