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(2ª. Parte)

Fernando de Ita

CUAUHNÁHUAC

Entre 1972 y 1992 Oscar Menéndez trabajó como funcionario en la televisión pública y los Estudios Churubusco, sin dejar de hacer documentales sobre Diego Rivera, los artesanos, el Circo, la hermandad con el pueblo vietnamita, la memoria de Pepe Revueltas, la música y los mixes, Guatemala; al tiempo que funda con Gonzalo Martínez el Archivo Etnográfico Audiovisual del Instituto Nacional Indigenista y se da el lujo de participar como guionista en la película de Sergio Véjar titulada, Discoteca es amor, hágame usted el favor.

Son 20 años de una actividad frenética que tiene al menos tres momentos estelares: El viaje a China en 1973, la llegada a Cuernavaca en 1985 y Malcolm Lowry. China porque faltaban tres años para el fin de la Revolución Cultural que puso a ese inmenso conglomerado humano de cabeza, y era muy raro que permitieran filmar tanta película como la que gastó Oscar para retratar un país es paz, pero esa tranquilidad que impone el orden, tan parecida al silencio. Repasando sus “fotos chinas” veo que son imágenes mudas, ajenas a la cámara en el sentido de que tanto el paisaje humano como el arquitectónico se ocultan para mostrarse. La poiesis de la imagen es captar lo que no se mira a simple vista; el destello o la sombra de las gentes y las cosas. Concluyo así que la experiencia vivencial, artística, cultural y política de Oscar en China fue de aquellas en las que para contar una historia debes estar en el corazón de la Historia: Oscar Menéndez fue uno de los pocos fotógrafos occidentales -y creo que el único mexicano-, que pudo filmar la China de Mao Zedong.

Cuauhnáhuac, la ciudad fundada por los tlahuicas “al lado del bosque” en el siglo XII, fue el refugio de artistas, empresarios y personalidades nacionales y extranjeros en los años 30.

Oscar recuerda que de muy niños él y su hermana llegaron a la paradisiaca ciudad de Cuernavaca huyendo de la tosferina que azotaba la ciudad de México: “En 1938 viví varios meses en El Casino de la Selva, y no se me olvida que mi abuela me llevaba a ver pasar el tren”. Lo que ignoraba entonces el cineasta es que en 1985 llegaría a vivir a la casa del centro histórico que heredó de su madre y que la noche del 21 de agosto del 2002 un gobierno panista lo metería a la cárcel por oponerse a la destrucción de hotel que fue el motor turístico y cultural de la ciudad por 70 años. Entre su llegada a Cuernavaca y su participación en defensa del Casino de la Selva, ocurrió Malcolm Lowry, el autor de Bajo el volcán, la novela que a partir de la crisis existencial de un escritor deja ver el claroscuro de un tiempo que nació de la terrible depresión económica de 1929 y terminó en la segunda guerra mundial.

En 1988 Oscar filmó el documental, Malcolm Lowry en México que mereció el Premio Nacional de Periodismo en Cine y Video en 1989. Lo sorprendente es que a primera vista el documentalista mexicano es el antípoda del escritor inglés que encontró en la embriaguez la iluminación para escribir una obra oscura que pierde al lector en su propio laberinto, Claro que el filme sobre Lowry no trata directamente de su libro sino del trayecto que cubrió el escritor en su estancia en Cuernavaca. Y trayecto es la palabra exacta porque Oscar aprovecha el periplo real de Lowry en la ciudad donde escribió su obra maestra para mostrar lo que restaba del señorío de Coadalbaca, como la llamó Bernal Díaz del Castillo.

Siguiendo las caminatas de Lowry Menéndez logra una remembranza de la historia de la ciudad que levantó Cortés sobre la ciudadela de los Tlahuicas en 1526, que Oralba Castillo Nájera llamó, en la estupenda crónica del filme que publicó este diario, “inteligente y sensible”.

En efecto, hay una serena mirada en las tomas fijas y los movimientos de cámara que muestran los lugares emblemáticos de la ciudad, pero también el pueblo con 57 cantinas y 18 iglesias; las tortuosas calles que recorrió Lowry primero con sed y luego ahogado de mezcal; el México profundo. La casa de la calle de Nicaragua en donde el escritor convivió con sus fantasmas, hecha una ruina, como el pasado de Maximiliano y Carlota que nos recuerda el Jardín Borda, o el Casino de la Selva, a donde llegó a vivir el escritor con Jean Gabriel, su primera esposa, en 1936. Dos años más y se topa con el niño Oscar que muchos años después lo haría un personaje simbólico del tiempo real que ha vivido el cineasta en Cuernavaca.

Ojo. La novela de Lowry ocurre en 1938, año de la expropiación petrolera, y el día crucial en la vida del Cónsul, Geoffrey Firmin, ocurre el Día de Todos los Muertos de 1938. En el mundo mágico en el que creía Lowry, no es casual que el niño Menéndez llegara a vivir por primera vez a Cuernavaca en 1938. Acaso eso explique que el cineasta ha seguido honrando la memoria del Lowry reivindicando la cantina donde bebió casi hasta la muerte el autor inglés, y poniendo a disposición del público este sobrio y a la vez luminoso documental, que fue festejado por los lowryenos de México y Europa, como ocurrió en el Encuentro Internacional sobre ML celebrado en Lisboa en 2019 en donde el plato fuerte fue la película de Oscar, que puede decir, con el personaje de su cinta: “Edén, Torre de Babel, Infierno, Paraíso, Cuernavaca contiene al mundo entero”.

LOS MAESTROS, LAS INFLUENCIAS, LOS FANTASMAS

Por definición un documentalista es alguien que da testimonio. A Oscar le tocó dar las pruebas visuales de la acción más violenta de un gobierno mexicano en tiempos de paz: Tlatelolco 68. Historia y Mito. Más ocurre que una y otro lo hicieron hombres de carne y hueso (*), que posteriormente fueron encarcelados, y fue hí, tras las rejas, que Menéndez recibió sus más altas clases de política y humanismo. Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Heberto Castillo, José Revueltas. Bastan estos nombres para ver la dimensión social, intelectual e histórica de “los viejos” que acompañaron al Comité de Lucha del 68 no solo de palabra sino de obra.

– “Eran hombres de otro calibre, Particularmente Heberto Castillo quien fue uno los más consecuentes luchadores sociales de un tiempo de gigantes opositores. Y qué decir de Revueltas. Naturalmente su pensamiento y su ejemplo fue una guía para muchos de nosotros”, me dice Oscar en su casa de Cuernavaca, donde veo la foto de, Libertad de Expresión, el poderoso cuadro que Adolfo Mexiac hizo para protestar por la asonada de la CIA contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, circa 1954.

-Caray Oscar, te formaste políticamente con camaradas que no hacían vida diaria, hacían historia.

– “Sin duda, pero igual se tomaban sus mezcales”.

-Y fuiste alumno y camarada de algunos de los fotógrafos más importantes de México y el mundo: Walter Roiter, Nacho López, Héctor García, para solo mencionar a los artistas de la cámara con los que apareces tomando mezcal, aunque seguro conoces muy bien la obra de Manuel Álvarez Bravo y otros proceres de la cámara.

– “Pues sí, la mirada se educa mirando así que he mirado mucho”.

– ¿Y en la cámara grande, la del cine, que influencias…,

– “El cine socialista, recuerda que estudié cine en Checoslovaquia… ¡ah! …Joris Ivens, un cineasta holandés que conocí en París, él me ayudó mucho allá y me hizo ver que un documental con sentido social no tiene que ser descuadrado y aburrido”.

A sus 89 años Oscar Menéndez ha enfrentado muchos retos profesionales y con la edad también los de salud. Recién venció un cáncer que sin embargo dejó secuelas como la perdida de la vista -perdí el ojo derecho, pero sigo viendo con el izquierdo, se apresura a decir el dueño de la credencial 1996 del Partido Comunista-, aunque no pierde el ánimo de llegar a los 90 en un mundo para él lleno de fantasmas porque muchos de sus afectos y de sus camaradas de diversos ámbitos ya están en la región del misterio. De ahí que el pasado mes de marzo, en la presentación de un libro del poeta catalán Serge Pey en la Casona Spencer, cuando el traductor del texto, Rafael Segovia, disertaba sobre las dificultades de su oficio, Oscar lo interrumpió súbitamente disculpándose por la intromisión, pero tenía que hacerlo porque ante su ojo izquierdo aparecieron algunos fantasmas trasparentes, como Federica Martín, la jefa de enfermeras de La brigada Lincoln, aquel célebre pelotón de extranjeros que combatieron en la guerra civil española del lado de la República. Estaba en La Casona Howard Fast, el autor de la novela Espartaco, Bill Miller, el cineasta que hizo posible terminar la película, La sal de la tierra, filmada en los Estados Unidos en 1954, con Rosaura Revueltas como la esposa de un obrero que se anticipa a la liberación femenina y protesta por la discriminación que sufren los trabajadores de origen mexicano. La filmación fue cancelada por la paranoia anticomunista del Macartismo y Bill hizo posible terminarla en el estado de Durango. La Casona Spencer, cuenta Oscar, fue casa de huéspedes en el medio siglo y ahí pararon muchos estadounidenses perseguidos por el senador McCarthy y muchos refugiados de la guerra de España, y como los gatos que miran la sombra que dejan algunos muertos en la tierra, Oscar miró ese pasado y se regocijó de estar ahí, entre su gente, en un tiempo irreal pero cierto para un artista y activista político que ha dedicado su vida a batallar por un mundo más justo, más humano y cinematográfico.

Podría seguir contando la historia de Osar Menéndez porque esta es apenas una semblanza de algunos hitos de su carrera, pero tan solo deletrear toda su obra visual y mencionar los premios y reconocimientos que ha merecido ocuparía miles de caracteres. Prefiero señalar la miseria intelectual de la secretaria de cultura, Julieta Goldzweg, cuya oficina en lugar de apoyar la magna exposición de la obra de Oscar que expuso el Museo MMAC en la sala Juan Soriano, en 2020, la boicoteó al grado de que Menéndez tuvo que pagar el catálogo de la exposición porque la secretaria de la incultura no movió un dedo para apoyar al museógrafo Guillermo Santamaria Lagunes, que dejó la piel en su trabajo y recibió como recompensa el despido. La exposición estuvo un año y no hubo una sola nota una sola mención de la secretaría para difundir una cultura que le era ajena porque el abuso de ineptitud que tiene al estado en bancarrota económica y moral es precisamente lo que denuncia Oscar Menéndez en su trabajo. Lo lamentable es que la gente de a pie de Cuernavaca no pudo pasear por aquel mundo en blanco y negro que alabaron pluma como la de Nacho López, José Revueltas, Alberto Híjar. De haberlo hacho sabrían que muy cerca del Museo vive uno de los pocos testigos del siglo XX que dejó el testimonio de su paso por el mundo, retratándolo. El mundo y sus habitantes. A Oscar le podemos decir, con Cavafis, el poeta griego de Alejandría, que lo importante no ha sido la meta sino el viaje pues el suyo, a su manera, también puede llamarse una odisea.

(*) Es de notar que fueron muy pocas las mujeres encarceladas en el 68 y acaso por eso se ha restado importancia a la participación femenina en la rebelión estudiantil, más existen varios libros que señalan lo contrario.

 

Óscar y Meche se conocieron en 1968 en París, donde ella estudiaba y Oscar salió de México con sus archivos fílmicos y fotográficos a cuestas…Se conocieron en el mínimo departamento de Eugenia Zavala y Enrique Cosío

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