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“Los Magistrados no emplean a los ciudadanos en trabajos inútiles y superfluos, ya que la institución y fundamento de la República se ordena principalmente a que, una vez satisfechas las necesidades públicas, se disponga del mayor tiempo libre posible para que todos gocen de libertad, y desarrollen sus valores espirituales, porque estiman que en esto consiste la verdadera felicidad.”

Tomás Moro, Utopía.

Esta historia sucedió en un lugar y en un tiempo precisos, pero no es necesario decir dónde y cuándo porque a lo largo de los siglos es algo que se ha manifestado y seguirá manifestándose hasta que las tinieblas del fin de las Eras nos visiten. La naturaleza de la raza humana es muy propensa a no ser humana. Cierto, esto tiene sus variaciones de acuerdo a la cultura, el clima, la ubicación de los astros, la historia y otros ingredientes que le dan forma a la idiosincrasia de cada pueblo. Pero no hay pierde, en mayor o menor grado, siempre sale a relucir el cobre. Esto, por supuesto, no es un alegato que pretenda una inmersión en la amargura. Al contrario, es el punto de partida para buscar el oxígeno que requieren los actos de sobrevivencia.

¿Se podría decir que el mundo de hoy es más injusto que el mundo de antes? ¿La humanidad es cada vez más perversa y malvada? La población ha crecido de una manera desmesurada, eso es inobjetable. Según los cálculos de Naciones Unidas, somos 8 mil millones de terrícolas, una cifra adecuada para el Apocalipsis. La dimensión de este número basta para dejar claro que en el mundo presente hay más dolor que en el mundo de antes. Aunque, además, la naturaleza del dolor no se puede medir con números. Una muerte en la familia tiene el poder de un cataclismo. Estamos muy acostumbrados a escuchar noticias avasallantes con miles de muertos, pero el dolor es verdaderamente contundente cuando nos daña directamente. La muerte es un suceso íntimo. El ciclón Bohla, que el 12 de noviembre de 1970 azotó Bangladesh, provocando la muerte de 300 mil personas, seguramente cimbró la sensibilidad de media humanidad, pero sólo cada uno de quienes tuvieron perdidas en esa catástrofe sintieron el ramalazo de la realidad. El mundo se ha vuelto un camposanto.

¿Qué es lo que habita en la mente de un hombre como Benjamín Netanyahu, en las mentes de un sicario o de un torturador, cuando se entregan a la minuciosa práctica de aniquilar a otros terrícolas? Son mentes que han cruzado esa frontera donde la indiferencia y la crueldad se disfrazan de males necesarios. Las circunstancias los llevaron a ese lugar inhóspito, en la intemperie de un mundo sometido a la venganza.

Que una mujer o un hombre de los suburbios de una metrópoli, que esos suertudos que no hicieron nada para heredar una riqueza que le sobrevivirá por los siglos de los siglos, descubran una tarde cualquiera que todo ese prodigio de bonanza tenía un origen atroz, por supuesto que no basta para encaminarlos a ese acto de valentía que consiste en renegar de su fortuna, para humildemente emprender una extenuante ruta en busca de la humildad. Claro que no. Eso jamás sucederá. El mundo es una jungla, hábitat de la ponzoña, escenario cruel donde una multitud de hormigas son capaces de arrasar con un bosque, donde los salmones son los únicos que han elegido la ruta correcta, aunque los usemos como símbolos de la contracorriente. Ya lo dijo alguna vez un arlequín de Montevideo: “tiempos aquellos en que las acciones eran fruto de las convicciones y no de las conveniencias”. Palabrería que no alimenta la barriga, le replicaría cualquier sensato del presente.

Con una frecuencia delirante, abundan las tribus de quienes ven certezas en sus miserias, y así se pasean por el mundo, abrigados por lo que no son. La verdad es que la verdad ha sido una de las primeras víctimas de este holocausto subterráneo, este planeta donde es tan común desaparecer en fosas comunes.

Mientras lo anómalo esté siempre en el otro, en la otra, en los otros y las otras, el lúgubre caminar rumbo al vacío seguirá despeñando ese ya débil halito de lo que alguna vez fue la Utopía de Tomás Moro.

Imagen que contiene pasto, foto, edificio, parado

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Apocalipsis – Zdzislaw Beksinski / imagen cortesía del autor