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Trio de Amores

 

Cada mañana, al abrir mi bandeja de entrada en Instagram, me encuentro con un desfile interminable de mensajes privados. Entre la avalancha de notificaciones, nunca faltan las insistentes vendedoras que me ofrecen productos mágicos para adelgazar, los que quieren que invierta en Bitcoin, las mujeres con poca ropa que quieren que me suscriba a su OnlyFans y la gran mayoría son mensajes de personas de mi comunidad de internet que me cuentan que no encuentran el amor verdadero, o que han sufrido alguna ruptura amorosa recientemente, y muchas otras quienes simplemente me comparten que se han dado por vencidas porque definitivamente el amor no es para ellas.

Hace unos días, en medio de este desfile de mensajes privados, me topé con un video que alguien compartió conmigo. En él, se hablaba de una teoría que circula por las redes y que sostiene que los seres humanos experimentamos tres grandes amores a lo largo de nuestra vida: el primer amor, el amor imposible y el amor de nuestra vida. La idea me intrigó desde el principio y me sumergió en una profunda reflexión que tardé un par de días en procesar. Y no porque fuera una teoría compleja que involucrara ecuaciones de física cuántica, sino más bien porque las cuentas no me salen, no me cuadran y, de acuerdo con mis cálculos, yo ya llevo más de tres amores.

Sin embargo, al compartir esta teoría en mis redes, recibí una oleada de respuestas, de personas que se identificaron con ella y estaban convencidas de su veracidad.

Según esta supuesta teoría, el primer amor suele surgir durante la adolescencia, esa etapa en la que todo brilla con intensidad y los sentimientos se magnifican. Es un amor bello, inocente, lleno de idealismo, de sueños, de cursilerías, de “harta hormona” y de muchas primeras veces que con el tiempo se desvanecen sin que nos demos cuenta, a menudo por el crecimiento y la evolución personal que casi siempre nos lleva en direcciones distintas de nuestro primer amor. Cuando somos adultos y volvemos la vista atrás, no lo consideramos como “amor real”; tendemos a minimizarlo porque con nuestra madurez actual, creemos que a esas edades no sabemos nada de la vida. Pero este primer amor es fundamental, ya que nos introduce en el complejo mundo de las relaciones amorosas, las inocencias perdidas y el desamor. Al fin y al cabo, ese amor fue real porque en ese momento de nuestra vida, con nuestra limitada madurez, lo reconocíamos como amor y dolió como solo duele el amor.

El segundo amor llega y se siente como un torbellino. Es el amor que nos desafía, que nos enfrenta a nuestras propias vulnerabilidades y nos muestra quiénes somos realmente en lo más profundo de nuestro ser. Este amor suele estar lleno de altibajos, de pasión y, a veces, de dolor. Es el amor de las expectativas, de los planes para toda la vida que vienen acompañados con anillos de boda, suegras metiches y, la mayoría de las veces, con descendencia. Es el amor que nos reta, que nos empuja a nuestros límites y nos hace crecer. A través de este amor, aprendemos sobre la importancia de la compatibilidad, la comunicación y lo esencial que es el compromiso, así como la necesidad de tener una pareja que comparta nuestra visión de vida y esté dispuesta a crecer emocionalmente sin quedarse estancada en los aspectos básicos de la vida.

Con ese amor también aprendemos sobre el perdón y la resiliencia cuando todo termina. Sin duda, este segundo amor nos hace más fuertes y, a menudo, más sabios.

Y luego, cuando menos lo esperamos, llega el tercer amor. Este amor entra en nuestra vida silenciosamente, sin anuncios previos y, a menudo, en el momento más inesperado. Puede que inicialmente no nos demos cuenta de su importancia, o incluso puede que intentemos resistirnos a él, construyendo muros y excusas a nuestro alrededor. Generalmente, esta persona no es “tu tipo”; sin embargo, este amor tiene la habilidad única de traspasar esas barreras sin que te des cuenta, y de repente te encuentras amando a alguien no por sus perfecciones, sino por sus imperfecciones, que, con tu nivel de madurez y sabiduría, reconoces como únicas y humanas. Y así, sin más te das cuenta de que te gusta más de lo que te atreves a admitir en público y que esa persona te ama tal y como eres, te acepta y no pretende cambiar nada de ti.

Aunque esta “teoría” propone que solo experimentamos tres grandes amores, creo fervientemente que la realidad es mucho más compleja. Personalmente, me niego a aceptar que solo nos enamoramos tres veces; prefiero creer que he experimentado ese cálido y abrumador sentimiento en cuatro ocasiones, y si llegara el momento en que mi compañero de vida “colgara los tenis”, estoy segura de que el destino me brindaría una quinta oportunidad para volver a sentir ese amor tan profundo. Así, sin temor, porque el amor no conoce barreras, ni límites.

Porque cuando aprendes a amarte, entiendes que la esencia de la vida radica en amar, y aquellas personas de las que nos enamoramos, aunque en ocasiones nos desmadren el corazón y debamos recoger los pedazos para recomponerlo, siempre llegan con lecciones que nos harán crecer y evolucionar, sin importar si es el primer amor, el tercero o el quinto.

Porque hay amores que vivirán por siempre en nuestro corazón, aunque ya no estén en nuestra vida.

Imagen: cortesía de la autora