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Guillermo Peimbert

Había una vez, en un pueblo llamado Cuahunáhuac, un Dragón digital llamado Capitrum que se alimentaba del miedo y el consumismo y provocaba basura, incendios y una soledad sofocante. Cada vez con más frecuencia, exigía, además del tiempo en las pantallas de sus adictivos teléfonos celulares (que les vendía en cómodas pero infinitas mensualidades), el sacrificio de una bella damisela. La víctima en turno debía ser joven y con esperanzas. El Dragón había comenzado a incursionar en nuevos negocios modernos como el cobro de piso y la trata de personas. La Bestia sabía mucho de algoritmos mágicos, cálculos financieros y contaba con un ejército de jóvenes trabajadores precarizados que le ayudaban, por un mísero salario mínimo, a dominar el mundo ayudándose de la cosecha de datos personales y algoritmos diseñados científicamente para tal propósito. Ese pueblecillo (que en realidad era solo una sucursal más de su reino) vivía dominado por un ritmo musical de diseño, sabrosón y bien perrón.

Cierto día, llegó al pueblo una persona desconocida y su disruptiva presencia dejó embelesado a quien le mirara. Fue conocida como Julieto-Romea Le Quijot. Nadie nunca supo la verdad que escondía su fascinante presencia ya que no coincidía con los modelos de belleza entonces imperantes. A pesar de que la gente del pueblo no estaba segura si se trataba de un hombre o una mujer, a todos les parecía de una belleza e inteligencia inauditas, pero nadie se atrevía a confesarlo por temor al qué dirán.

Y llegó el día del sacrificio que cada vez era más despiadado. Y antes de que la bestia tomara a la damisela, con voz firme, Julieto dio un paso al frente y retó al Dragón a una partida mortal con su joystick encantado. Comenzaron a jugar un popular y conocido videojuego, de cuyo nombre no quiero acordarme. Nunca se supo cómo logró ganarle la partida. Pero cuenta la leyenda que, en un descuido, le pidió a una famosa y encantadora cuantacuentos, Sherezade Garinda, le platicara la historia del libro de José Agustín, Ciudades desiertas y, habiendo así quedado fascinado con la historia, siguió con Batallas en el desierto de José Emilio Pacheco y remató a la bestia el libro de Toño Malpica Abuelita, deja de flotar en el cuarto, que me pones nervioso. Ya con la guardia baja, le leyó poesías de Elsa Cross, Kenia Cano y Pura López Colomé. Poco antes de su derrota, le colocó unos audífonos y le obligó a escuchar con la cancelación de ruido activada, la Novena Sinfonía de Beethoven, completita e interpertada por Los amos del recreo, La sana rumba y Som bit. Antes de que aventara la llamarada final (que por cierto aprovechó un tlachuache que por ahí pasaba para robarle el fuego), se provocó un efecto en los multiversos donde habitaban todos y en vez de surgir un charco de sangre de aquella tremenda explosión (similar a los cuetes aventados en Ocotepec por esas fechas) comenzaron a brotar rosas de sus entrañas, que la gente comenzó a repartirse mutuamente a la vez que se regalaban un libro.

Desde entonces, en ese pueblo la gente disfruta libros y regala flores el mes de abril. En ese pueblo pacificado, se festeja de manera gratuita y presencial la Fiesta del Libro y la Rosa que organiza la UNAM Morelos. Con eventos artísticos y editoriales que conmemoran el paso de la locura consumista al bailongo y disfrute por el arte de contar historias, jugar y sobre todo, encontrarse en las miradas, dejar de producir basura y mirar menos las pantallas; desde entonces y poco después de una pandemia muy dura, sus habitantes vuelven a reconocerse como semejantes y renacen en la esperanza, a pesar de los pesares.

No dejen de acudir el viernes 19 y el sábado 20 de abril, a partir de las 10:00 de la mañana y hasta las 7:00 de la noche al Museo Universitario de Arte Indígena Contemporáneo de la UAEM (MUAIC), en el centro de Cuernavaca, (Av. Morelos 275, en el centro de Cuernavaca, frente al Cine Morelos).

Aquí pueden consultar el programa: https://www.crim.unam.mx/difusion-y-divulgacion/flyr2024/