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Garrapatas al fuego 

Gabriel Millán*

“Suenan como palomitas”, decíamos una y otra vez al ver cómo las garrapatas reventaban en el fuego. 

Cuando era niño vi muchas garrapatas. No sé si era porque había establos cerca, por el clima caluroso, por las calles polvosas sin pavimentar, porque estaba despoblada la colonia o una suma de todo. Lo que recuerdo perfectamente es que los perros se llenaban de garrapatas con mucha rapidez. Teníamos perros no tanto por el gusto, sino por tener (o sentir) algo de seguridad en esa colonia agreste y en formación a donde llegamos. 

Cada fin de semana nos poníamos a revisar a las perras: eran dos hembras, una dálmata y una cruza de bull terrier con muchas otras cosas. Revisábamos orejas, patitas, lomo… recuerdo la sensación tan particular al acariciar el lomo de alguna de ellas, sentir bajo el pelo algo abultado, nudoso y descubrir una garrapata muy hinchada de sangre.

Con pinzas retirábamos las garrapatas una por una; pequeñas rojas o grandes grises por igual y las poníamos en una lata de sardinas con alcohol. En el proceso de retirarlas las más hinchadas solían reventar y de su regordete cuerpo manaba una sangre más negruzca que roja, espesa y particularmente desagradable al tacto, aunque sin un olor especial.

Al final de la faena lanzábamos un cerrillo encendido a la lata y veíamos con embeleso cómo ardía el alcohol y cómo las garrapatas reventaban en el fuego: “suenan como palomitas”, decíamos una y otra vez…

Lo que no sabíamos en aquellos años es que las garrapatas, además de lo desagradable que nos parecían a la vista y al tacto, pueden estar infectadas y, a través de su mordedura, transmitir enfermedades, rickettsiosis para ser específico.

Esta enfermedad es poco conocida y causa síntomas que se parecen a muchas otras enfermedades, como fiebre, dolores de cabeza, muscular y abdominal; náusea y vómito, diarrea, escalofríos, manchas rojas en la piel, entre otros. Como los síntomas se pueden confundir con otras enfermedades, puede pasar desapercibida hasta que causa complicaciones, hospitalización e incluso la muerte.

Aunque la mayoría de los casos de rickettsiosis se registran en estados del norte, existen en prácticamente todo el país, incluido Morelos. De acuerdo con la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud, en 2021 se registraron 105 casos nuevos; 2 de ellos, en Morelos.

Rickettsiosis no es una sola enfermedad, sino un grupo de ellas, entre las que están la fiebre manchada de las Montañas Rocosas, la fiebre botonosa mediterránea, el tifus murino y el tifus epidémico, todas ellas causadas por bacterias del género Rickettsia. Las garrapatas no son los únicos insectos que las transmiten, también algunas especies de pulgas y piojos. 

Justamente, los piojos fueron los protagonistas ocultos de una de las enfermedades epidémicas más importantes para México: el tifo, que tan solo en la Ciudad de México, durante el brote de 1915 – 1916, sumó entre 10 mil y 20 mil personas contagiadas. 

Les llamo protagonistas ocultos porque hasta antes de 1916 nadie sabía con certeza qué era lo que causaba el tifo. Incluso se hicieron concursos y lanzaron premios para motivar la búsqueda de qué causaba el tifo, su naturaleza y tratamiento. En 1879 la Academia Nacional de Medicina lanzó el famoso “premio de los 500 pesos”, la primera de una serie de convocatorias para la comunidad científica con el objetivo de fomentar la investigación sobre este mal y para 1909, el entonces presidente de la república, Porfirio Díaz, ofreció sendos premios, uno de 50 mil y el otro de 20 mil pesos, por el descubrimiento del agente del tifo y su cura.

En ese año, 1909, llegó a México Howard Taylor Ricketts, quien con su asistente Russell Morse Wilder se dedicarían a investigar el tifo. Cuando Ricketts llegó a nuestro país ya tenía una buena reputación por haber demostrado que la garrapata de madera (Dermacentor andersoni) transmitía la fiebre manchada de las Montañas Rocosas. Ambos anunciaron haber descubierto al piojo del cuerpo (Pediculus human corporis) como agente causal del tifo y a un bacilo tanto en los piojos como en la sangre de personas enfermas. Desafortunadamente nunca lograron cultivar el bacilo y, trágicamente para Ricketts, durante sus investigaciones en México enfermó de tifo y el 3 de mayo de 1910 murió. Este mismo destino lo compartiría Stanislaus von Prowazek, un científico austriaco que confirmo los hallazgos de Ricketts y que, como él, murió en 1915 a causa del tifo. El siguiente año, Henrique de Rocha-Lima, brasileño, llegó a las mismas conclusiones y, en homenaje a los dos científicos fallecidos, llamó a la bacteria Rickettsia prowazekii.

La crónica de cómo se descubrió que los piojos del cuerpo eran los transmisores del tifo y cuál era la bacteria causante, los países y actores involucrados es más parecida a una novela de intriga, argucias y resentimientos que a la historia de un hallazgo científico.

En 2010, la revista ISTOR de la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) publicó espléndido dossier de Mauricio Tenorio titulado “De piojos, ratas y mexicanos”, en el que retrata “la búsqueda de la etiología y la cura de lo que fuera conocido en náhuatl como matlazahuatl y que en España y Nueva España era denominado tabardillo: la fiebre del tifus endémica y epidémica”. Lo recomiendo ampliamente.

*Comunicador de la ciencia

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