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¡Hay tantas maneras como disposiciones de visitar un Museo! Incluso un museo relativamente “pequeño”, antes visitado varias veces. Pues hoy decidí visitar el bellísimo Museo Robert Brady de Cuernavaca, con ojos nuevos, literalmente, y espíritu abierto a lo que su contenido me brindara, y ¡vaya sorpresa que me he llevado! Ha sido un intenso y tierno viaje a la sensualidad de su autor/donador, Brady, quien por voluntad propia y con apoyo de la Fundación que lleva su nombre, nos ha legado este sensual espacio. Me explico.

Sea en piezas de cerámica precolombinas, en tallas africanas de maderas oscuras, o bien en óleos y posters de serigrafía, los cuerpos desnudos o en danzas voluptuosas, hacen gala de formas curvilíneas, dinámicas, plenas de gozo. Se les ve cantando, celebrando ceremonias, gozando a sus parejas de todo género, admirándose mutuamente. Brady viajaba por el mundo como coleccionista de obras de arte y de piezas arqueológicas, llegando a formar una rica colección de más de 1300 piezas incluidas en este museo, de todos los continentes, de variadas etnias y ritos religiosos, en que los cuerpos lucen, se lucen, abiertamente.

Varios críticos de arte han resaltado que el museo brilla en especial por las armonías cromáticas logradas en cada sala, en combinaciones que pudieran ser poco usuales, pero que en conjunto y pieza por pieza, le dan su lugar a cada obra ahí incluida, pese a pertenecer a culturas lejanas, o de siglos distantes, o bien de costumbres con poco en común, salvo su sensualidad, su aprecio por los cuerpos y sus manifestaciones corporales, a solas y en grupos, en parejas.

En anteriores visitas a este museo puse atención a las obras con “grandes firmas”, y vaya que las hay, valiosas y únicas. Pero no menor aprecio en mi experiencia visual y sensorial, ha tenido este viaje a la sensualidad, a través de obras en que bailarinas morenazas o negras, amarillas, en equilibrio dinámico, circundando por los aires, despliegan brazos y piernas, sus cuellos y manos, sus dedos, de manera que además de invitarnos a danzar con ellas, me han dejado las yemas digitales urgidas de delirante contacto, de exploración de las posibilidades personales de dar y darse siendo fieles a las sensaciones del momento.

Si alguien me objetara críticamente esta interpretación de mi visita, dada la amplia presencia de varios Cristos crucificados e imágenes religiosas, dispersas por varias salas del museo, contraargumentaría lo que varios estudios literarios reportan sobre la sensualidad en los religiosos “místicos”, hombres y mujeres, sacerdotes y monjas, quienes precisamente por su exacerbada sensualidad, llegaron a expresar amores y relaciones afectivas, sensuales, con sus deidades o cristos, o entre ellos, quizás como una forma de sublimación de sus amores y propensiones a unir sus cuerpos con el ser amado.

Les deseo una pronta visita a este museo, con todos sus sentidos encendidos, dispuestos a encontrarse en ese plano vital.

Un dibujo de una persona

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Imagen cortesía del autor