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Palimpsestos y ciudades intangibles

(tercera parte y última)

 

Esta última entrega sobre los palimpsestos –esos manuscritos que conservan huellas de otras escrituras anteriores en la misma superficie, pero que fueron borradas expresamente para dar lugar a la que ahora existe– termina con una reflexión sobre las ciudades y los signos. Si bien la arquitectura como sistema de signos permite comunicar mensajes, es cuestionable si el observador recorre las calles como páginas escritas, como afirma Calvino, o si los edificios significan determinadas cosas, es decir, transmiten mensajes codificados que tienen cualidades intrínsecas por encima del sistema de signos.

La arquitectura evoca o transmite mensajes a través de los signos (como ocurre en la columna de Filarete de la entrega pasada), pero nuevamente los códigos pueden diferir en su interpretación. En este sentido, Venecia transmite mensajes de valoración de la historia y el patrimonio, de la relatividad del tiempo y de la reutilización de espacios de otras épocas. Siguiendo a Calvino, “la memoria es redundante, repite los signos para que la ciudad empiece a existir”, de modo que la repetición de los signos se convierte en uno de los pilares de la memoria, e incluso de la identidad. La ciudad es considerada como el objeto simbólico por excelencia. En ella confluyen distintas narrativas, se pueden seguir múltiples recorridos y extraer conclusiones alternas.

En el caso de Calvino (1990), la ciudad representa, por una parte, el espacio geometrizado, racional y algebraico del intelecto, simbolizado en el tablero de ajedrez. La ciudad diseñada bajo esos principios —que son los mismos que identificaba el Kublai Kan— reduce la vida cotidiana a esquemas abstractos y deja fuera la dimensión sensible de las cosas. Marco Polo trataría de hacer entender al Kan esta distinción mediante una analogía con el tablero de ajedrez:

“—Tu tablero, sire, es una taracea de dos maderas: ébano y arce. La tesela en la que se fija tu mirada luminosa fue tallada en un estrato de tronco que creció durante un año de sequía: ¿ves cómo se disponen las fibras? Aquí se distingue un nudo apenas insinuado: una yema trató de despuntar un día de primavera precoz, pero la helada de la noche lo obligó a desistir —el Gran Kan no había advertido hasta ese momento que el extranjero supiera expresarse con tanta fluidez en su lengua, pero no era eso lo que le pasmaba—. Aquí hay un poro más grande: tal vez fue el nido de una larva; no de carcoma, porque apenas nacido hubiera seguido excavando, sino de una oruga que royó las hojas y fue la causa de que se eligiera el árbol para talarlo […] Este borde lo talló el ebanista con su gubia para que se adhiriera al cuadrado vecino que sobresalía”.

La ciudad es, por lo tanto, un espacio multidimensional y polisémico, en donde los significados dependen del código utilizado para descifrar los mensajes. Venecia, como lugar de reminiscencias, ha capturado la atención e imaginación de escritores, artistas y viajeros a lo largo de los siglos, y es pieza fundamental en la preservación de la memoria construida. Paradójicamente, su fragilidad se hace latente ante la amenaza de inundaciones, contaminación y sobreexplotación del patrimonio edificado. Ciudad festiva que alterna actividades internacionales con momentos efímeros, como la construcción de un puente sostenido por barcas durante la fiesta de la basílica de Santa María della Salute, en donde por unas horas, se conecta parte del archipiélago de islas.

San Marco es el patrono de Venecia, cuyos restos fueron robados por dos mercaderes venecianos en una incursión a Alejandría, en Egipto, para llevarlos de contrabando a la Serenísima. A partir de las reliquias se construyó una basílica que llegó a ser la más importante del imperio bizantino y prototipo de este estilo. La posesión de las reliquias sirvió para consolidar la identidad de la república y para legitimar su poderío y dominio territorial. Además, dichos tesoros adquirieron un sentido místico fundamental, que quedó grabado en la memoria colectiva de manera indeleble. Pero según Mark Twain, “aún hasta nuestros días, existen aquellos en Venecia que aseguran que si esas cenizas sagradas fueran robadas, la antigua ciudad se desvanecería como un sueño, y sus cimientos quedarían sepultados por siempre en el desmemoriado océano”.

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Marco Polo ante el Kublai Khan / ilustración cortesía del autor