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La democracia no consiste únicamente en el proceso electoral, es la participación efectiva del pueblo en las decisiones económicas, políticas y culturales. La Democracia es un problema moral (José Medina Echavarría, Ideología y Utopía) porque implica fe en las potencialidades variadas de la naturaleza humana: porque afirma el valor y el respeto de la personalidad y porque mantiene que una cultura humanista es la que debe prevalecer.

Pero es también cuestión de Sociología, de ciencia, porque impone el examen objetivo de los factores reales que la hacen posible y, no en abstracto, sino aquí y ahora (Hic et Nunc).

Y es, por último, un problema de acción en la medida en que mediante ella sea posible la introducción de modificaciones en esos factores de un momento concreto, de la trama de los cuales depende la vida de la libertad.

La lucha social no se limita a asuntos locales o regionales, tiene trascendencia universal. Es decir, esta parafernalia electoral que padecemos no se restringe sólo a colocar a mujeres y hombres afines a nuestra orientación en puestos políticos y tirarse a la inercia colectiva, se trata de constatar la necesidad de la Revolución. Una Revolución radical y lo radical no se halla en los extremos sino en la raíz. Una Revolución de carácter económico-político, pero también inevitablemente cultural.

De ahí la urgencia de circular la información a fin de votar conscientemente en favor de las mayorías sin olvidar que la inmensa mayoría del pueblo es trabajador y es pobre. Y es urgente porque la derecha mundial se ha venido radicalizando, es una agrupación que cuenta con infinidad de recursos monetarios, mediáticos bélicos que no duda en utilizar en la defensa de sus intereses egoístas.

Los países imperialistas son enemigos de la Humanidad. Uno a otro se protegen. Las guerras en Ucrania y el genocidio contra Palestina por Israel son vivos ejemplos trágicos. Se han enriquecido por la piratería, el saqueo y la esclavitud. Los ingleses basándose en el LEVIATÁN (Thomas Hobbes) promovieron un Estado poderoso que protegiera sus riquezas privadas antes que la distribución. Potenciaron al Mercado por encima del Estado (Adam Smith y su mano invisible). In-vi-si-ble sí, para que no deje huellas en el lugar del crimen, y promovieron la idea de la inutilidad de ayudar a los pobres (Malthus).

Fiel a su concepto de Economía mercantil, la pérfida Albión se negó a otorgar ayuda alimentaria a Irlanda e India a mediados del S. XIX cuando se desató la hambruna que cobró 2 millones de víctimas. Más de un millón de irlandeses emigraron a los EE. UU. y fundaron la Nueva York. La pobreza, para este inhumano país, era algo inevitable y ayudar a los necesitados algo tan moralmente innecesario como inútil.

La Plutocracia de los EE. UU. reproduce esta concepción de la sociedad. Los ricos pagan, financian las campañas de todos los partidos y reciben libertad para explotar, para contaminar, no pagar impuestos e imponer las guerras. El Congreso protege a los ricos de las demandas del pueblo en el combate a la pobreza y el cambio climático. La industria militar dicta la política exterior que pretende conservar su hegemonía mediante la promoción de las guerras.

 

CUBA sigue siendo un ejemplo de fortaleza. Sorprende -a pesar de todo- el avance cubano con tantas sanciones económicas y financieras. Tiene mayor desarrollo educativo que el mismo Estados Unidos y atención médica universal, un sistema de atención con escaso equipo y medicamentos. La cardiología, la genética, la medicina preventiva y otras especialidades no ocultan sus logros.

Llevar ayuda solidaria a los desamparados contrasta con la filosofía neoliberal que concibe como un negocio la industria farmacéutica y los servicios de salud. Cuando la Pandemia, en menos de dos semanas, once brigadas médicas cubanas se trasladaron a Venezuela, Nicaragua, Surinam, Italia, Granada, Jamaica, Belice, Antigua y Barbuda, San Vicente y Las Granadinas, Dominica y Santa Lucía. Otra más, partió hacia Angola.

«Con esta acción, el pueblo y el gobierno de Cuba dieron una lección al mundo gracias a una conciencia solidaria que sólo un régimen socialista pudo construir. Este tipo de acciones, surgidas desde la izquierda internacionalista y no desde el capitalismo neoliberal, son las que pueden enfrentar de mejor manera toda clase de pandemias.”

Cuando analizamos la obra de José Martí, referente intelectual en el siglo XIX queda claro que el ser humano es un ser trascendente un ser cultural y espiritual. Una particularidad que dependerá de la formación básica de la persona “del cultivo de valores, del idealismo, las convicciones y prácticas altruistas; en este sentido cualquier acción justa y sustentada en principios altruistas y nobles de engrandecimiento y desarrollo de la tierra en que hemos nacido y por las que luchamos siempre será humana y nos hará mejores personas”. Idea tomada íntegramente por la revolución Cubana, que más allá de los adjetivos de ser considerada socialista la podemos definir como Martiana, humanista.