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(SIN) VERGÜENZA

 

Isabella se sentó alegre junto a Lucero. Las dos amigas por fin reunidas después de una larga gira de Lucero por todo el país estaban llegando en punto de las nueve al desayuno convidado por la esposa del político en turno. A Isabella le resultaba igual el color del partido; en algo tenía que ser útil ser daltónica. Y como a Lucero tampoco le importaba, inició la conversación con dos mujeres mayores sentadas en la misma mesa que ellas. La primera era empresaria en la rama textil a nivel nacional y la otra dueña de un conocido restaurante de la capital del estado. Los meseros sirvieron el jugo de naranja o de toronja, al gusto de las participantes, antes de los huevos rancheros, del café acompañado con un surtido de pan dulce. Una música de fondo empezó a sonar con algunos desajustes de sonido que fueron afortunadamente resueltos. Tres magistradas se instalaron en los asientos faltantes mientras los meseros veloces velaban por su bienestar inmediato.

Isabella reconoció a primera vista y sin equivocación posible, a la responsable de la infamia de la que había sido víctima cinco años atrás. Volteó a ver a su amiga y le dijo con una voz apagada por la ira contenida: fue ella la que me quitó a mis hijos. Tranquila le respondió Lucero: “la culpable es ella, no tú”. Y, dirigiéndose a las tres magistradas, preguntó por sus nombres, no sin antes haber mencionado ella su identidad y su profesión de cantante por si acaso hacía falta refrescarles la memoria respecto de su fama internacional.

Isabella miró a Azucena intensamente hasta obligarla a bajar la mirada y quedar absorta en el contenido de su plato. Sus ojos brillantes alumbraron los recuerdos de su enemiga. La magistrada recordó de pronto el caso, sus acuerdos inapropiados y el soborno recibido. Procuró a continuación buscar mejor comodidad en su asiento cruzando las piernas, pero su zapato de tacón chocó con el pie de la mesa. Intentó sin éxito esconder la mueca de dolor que sus facciones estaban esbozando. Isabella se dio a la tarea de observar sin parar un segundo a Azucena quien comía rápido sin platicar con sus dos colegas con tal de abreviar el suplicio de tan inoportuno reencuentro.

Los meseros dejaron de servir café, pero no retiraron los platos. Desde el presídium, la esposa del político tomó la palabra con el micrófono ya bien ajustado, agradeciendo la presencia puntual de todas las invitadas. Habló sobre la importancia del papel de la mujer en la sociedad, seguido por varias banalidades más, para concluir sobre el potencial infinito de lo femenino, sin olvidar mencionar la inevitable siguiente fecha de encuentro ya programada. Azucena no revisó su agenda, sino que se levantó como resorte sin impulso, pretextando una llamada sin duda ficticia, para retirarse a pasos pesados, arrastrando un poco de tierra en los tacones que se sumían en el pasto recién regado del jardín de eventos. Isabella la siguió con la misma mirada insistente hasta que la presencia inhóspita se desvaneció por completo. Hoy es un gran día, me siento ligera, tan ligera, dijo para sus adentros.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM