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MAGIA

 

Anastasia soltó la mano de su madre y volteó hacía atrás. Frente a sus ojos abiertos y maravillados, el escenario de los reyes magos diseñado por el encargado de la plaza comercial en turno: un sillón espectacular, una alfombra del mismo tono carmín, para cubrir la losa fría del lugar y recibir de manera cálida al público infantil ansioso por sacarse las fotos del recuerdo mágico.

Apagada la magia de la navidad con sus luces eléctricas, se alumbra una estrella más lejana y brillante en el cielo, la de los reyes magos que llegan del oriente.

“Ve a sacarte una foto si quieres Anastasia, aquí te espero”, le susurró al oído en señal de complicidad Blanca su madre. Anastasia replicó que como faltaba uno de los integrantes, prefería regresar después. Ambas acudieron a la tienda de juguetes. Anastasia abrazó a una muñeca de proporciones imposibles con un cariño especial y diciendo a su madre lo feliz que sería de tener una igual.

En la oficina de la gerencia, los empleados intentaban en vano contactar a la persona contratada para actuar de Baltazar, uno de los relevos de Santa Claus en el imaginario de grandes y pequeños. “Tiene apagado su celular, no contesta en sus redes ni en su correo electrónico” lamentó Samantha. “¿Qué hacemos al respectó?” preguntó la mujer a Javier escéptico. “Mira, su traje está aquí esperándolo, si te animas, le pido a mi hermano que lo venga a suplir. No te lo he dicho, pero resulta que lo despidieron el mes pasado del fast food en el que trabajaba desde el año pasado, reclamándole las hamburguesas que se comía a escondidas”. Javier intentó convencer a los presentes de adoptar por un día el papel de Baltazar. Nadie quiso aventurarse a oscurecer su rostro ni por el incentivo económico ofrecido por el patrón.

Frente al escenario, la fila de aspirantes A salir posando entre la realeza de los regalos. “Los reyes traen más regalos que Santa” afirmó campante el último niño formado, como para consolar a los otros por la espera a la que ningún adulto contaba con una explicación válida para aportar en ese momento. Desde la heladería, Anastasia no quitaba los ojos del sillón rojo, su helado de fresa derritiéndose mientras Blanca le aconsejaba disfrutarlo mejor, en vez de vigilar el escenario que seguía vacante de un personaje.

A Samantha no le resultó complicado convencer a su hermano de llegar al centro comercial en su misión encubierta. Lo acompañó al escenario con un micrófono para anunciar el inicio y el costo de cada fotografía tomada. El público la escuchó con tanta atención que nadie prestó atención al hombre barbón risueño y fortachón que salía del baño con una bolsa colgada del hombro.

Los reyes magos se encontraban por fin sentados en el sillón rojo luciendo sus trajes reales. Anastasia brincó de alegría y aplaudió de gusto: ahora sí quiero mi foto mamá. Blanca contó los integrantes: están Melchor, Gaspar y Baltazar, pero ¿quién es el cuarto rey ahí sentado?

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM