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A partir de 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, el mundo experimentó una serie de cambios especialmente trascendentes. Por ejemplo, Estados Unidos se afianzó como la primera potencia económica del mundo. Sus principales competidores, Alemania y Japón, perdieron la guerra y tuvieron que pagar las consecuencias. De esta manera, en el periodo de la inmediata posguerra, se comenzó a construir un nuevo entramado institucional con la pretensión de regular la política internacional. La ONU, por ejemplo, fue fundada justo en 1945.

Además, se crearon discursos e instituciones que dieron sustento a este nuevo proyecto de organización global, entre los que sobresale un aspecto especialmente importante: las naciones más prósperas (“desarrolladas”, según una nueva clasificación originada en esa época) debían comprometerse en una mejora de la calidad de vida en las regiones más pobres del mundo (las ahora llamadas “subdesarrolladas” o “en vías de desarrollo”). Así, la ONU declaró a los años sesenta como “la década del desarrollo”.

De modo que, en este contexto, “el desarrollo comenzó a funcionar como discurso, es decir, creó un espacio en el cual solo ciertas cosas podían decirse e incluso imaginarse” (Arturo Escobar, La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo. Caracas: Fundación editorial el perro y la rana, 2007, p. 91). Estamos ante un contexto de competencia con el comunismo soviético, de modo que las intenciones estadounidenses tenían un trasfondo político: evitar que la URSS incorporara nuevos países a su órbita de influencia. Al mismo tiempo, también se trató de un periodo de descolonización en grandes zonas de Asia y África y del ascenso del llamado tercermundismo, esa serie de países que, durante la segunda posguerra y ya en un contexto de guerra fría, formaron el grupo de los “no alineados”; es decir, que no estaban del lado del capitalismo norteamericano ni del comunismo soviético.

De esta manera, el desarrollo era un discurso disputado: con diferentes propuestas sobre cómo alcanzarlo, era impulsado por Estados Unidos, la URSS y los miembros de la Conferencia de Bandug. Para entonces, ya era claro el dominio del concepto de desarrollo como paradigma para interpretar la realidad social, particularmente aquella relacionada con políticas públicas.

En el contexto latinoamericano, un evento especialmente trascendente fue la Revolución cubana (1959). Con ello, un país que era geográfica y políticamente muy cercano a Estados Unidos, logró superar la subordinación norteamericana. En parte, gracias al respaldo material e ideológico de la Revolución cubana, en las siguientes dos décadas (los años sesenta y setenta), los discursos en contra del imperialismo norteamericano tuvieron un auge renovado y ocuparon un lugar central en el imaginario de las izquierdas latinoamericanas.

A pesar de la evidente influencia norteamericana en la política mexicana, el gobierno de nuestro país mostró apoyo al régimen revolucionario en Cuba. De hecho, con el presidente Luis Echeverría (1970-1976), México tuvo sistemáticos acercamientos al grupo de los países tercermundistas. Sin embargo, a pesar de este “giro tercermundista”, no todos los sectores progresistas o de izquierda de la sociedad mexicana recibieron con simpatía los discursos y las prácticas del gobierno federal encabezado por Luis Echeverría. Incluso, en ese mismo contexto, existían varias organizaciones guerrilleras cuyo objetivo principal era acabar con el dominio del régimen priista.

Durante el periodo en cuestión, la política nacional mexicana estaba dominada por un partido de Estado, el PRI, el cual se presentaba como el heredero directo de la Revolución mexicana (en algunos sentidos lo era) y mostraba una fuerte tendencia a la concentración de poder, con todo y las supuestas intenciones de “apertura democrática” durante la presidencia de Luis Echeverría. Las guerrillas fueron una de las experiencias de resistencia más radicales hacia el régimen dominante en el México de los años setenta. De esta forma, mostraron ideas sobre política y economía que retaron la versión desarrollista dominante del régimen priista durante la época.

Para finalizar, deseo resaltar la importancia de conocer ideas sobre cómo organizar lo público que fueron derrotadas en el pasado. Las disputas no han sido la excepción, sino la regla en las sociedades contemporáneas. Mantengo que, en la búsqueda de soluciones para nuestro presente, vale la pena analizar cómo fueron construidas dichas ideas y por qué.

* Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora.