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Andrea Álvarez Sánchez

«Son so ro ro ki to to ki to to ki. Tú eres mi esencia, mi alma, mi niña». Cantas mientras brinco la cuerda en el patio. Me siento acompañada por ti, abuela. Me agarro de tus enaguas suaves; sacas de tu mandil cacahuates que pelamos y comemos. Vemos el cielo y las nubes nos hablan con sus diferentes formas. Me cuentas de cómo en tu pueblo, Real de Catorce, el viento formaba marañas de ramas que parecían pelotas enormes; y cómo San Francisco de Asís hizo tantos milagros, menos el de salvar a las minas de las inundaciones. Por ello se fue la gente en la época de la Revolución, así el caserío quedó desolado, pero se escuchaba el eco de quien sabe quién. Me gusta ayudarte a colocar las ligas en tus medias y a darte masaje con alcohol alcanforado en tus muslos gastados porque te quejas de que te duelen, por tantos años que tienes. Te ayudo a ensartar un hilo en la aguja porque tus ojos con cataratas ya no ven y los míos ven todo, todito. Abuela mía, te quiero porque me das rompope cuando dan las campanadas de la misa y luego mascamos chicley lo pegamos atrás de la cómoda, para que otro día nos quede un poco más de sabor. Abuela, me gusta cuando me duermo a tu lado, siento la calidez de tu cuerpo, así estoy protegida y no le tengo miedo a nada. Cuando estamos en la cocina, le das los huesos de pollo a la perra y ella los mastica. Tú te lamentas de que no tienes dientes y con tu boca arrugada y hundida sólo puedes tragar pan remojado en caldo. Abuela, me gusta que me cobijes, me des apretujones antes de dormir y me cantes tu oración: «Son so ro ro ki to to ki to to ki. Tú eres mi esencia, mi alma, mi niña».

«Ya entra a la casa, mi niña. Que ahí viene el agua y nos moja». Te levantas con pesar porque tus piernas entumidas te impiden caminar bien. Entramos y te sientas en tu mecedora. Es hora de ver llover desde la ventana, con un trapo en la cabeza, para que un rayo no nos chamusque como a los árboles del páramo.

«Trákete, trákete», cae un relámpago y se lleva la luz de la casa. Parece que, a pesar de los trapos, los dioses del cielo nos están castigando con sus latigazos blancos. El terror petrifica mi cuerpo, como las estatuas de marfil, uno, dos y tres así. Gritofuerte y corro hacia ti, abuela, ¡sálvame del diablo! Me tropiezo con tu bastón y caigo de boca en tu mecedora. Me duele la encía;percibo un sabor en mi lengua, es un río de sangre que cae como una cascada sobre mi vestido. Escupo sobre tu mandil y veo que mis dientes se han caído. Lloro y me secas las lágrimas con tu pañuelo. Cantas: «Son so ro ro ki to to ki to to ki». Meneas tu bastón con el ritmo de un ritual indio. Coloco mis dientes, uno a uno, en tu mano abierta como una hoja de palma real, la cierras y tu puño queda apretado como una roca del monte El Quemado.

Otro relámpago ilumina tu rostro: ¡qué suave se puso tu piel, abuela! Ya no tienes arrugas. Y yo tengo surcos en el rostro, la espalda me pesa como una roca, me duelen las piernas. Tocotu piel suave de durazno blanco y me percato de que mis manos están huesudas… y las tuyas ya no lo están. ¿Qué me pasó, abuela? Me sonríes y ahora tienes mis dientes color perla.  ¿Será un milagro maldito de San Francisco de Asís? Yo estoy vieja y tu joven. Te levantas, me colocas en la mecedora y me arrullas con tu canto. «Son so ro ro ki to to ki to to ki. Tú eres mi esencia, mi alma, mi niña».

 

 

Imagen: Portada del single Son so ro ro ki de Madame Andreyeva.

www.madameandreyeva.com

 

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