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Hoy es un día menos. El gobierno de Cuauhtémoc Blanco está llegando a su fin en medio del fracaso. Cifras, informes e indicadores así lo revelan, más allá del triunfalismo discreto del Quinto Informe de Gobierno. Una ola de violencia arrasa la paz del estado de Morelos. El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública estimó en 5 mil 279 los homicidios que se cometieron en lo que va del sexenio. De acuerdo con el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval), en Morelos 933 mil 485 carecen de servicios básicos de salud. Todo esto a la luz de lo que la Auditoría Superior de la Federación presumió como daños al erario por parte de diversas dependencias del gobierno de Morelos, y cuyo monto asciende a más de 710 millones de pesos, de acuerdo con la auditoría a la partida de participaciones federales de 2022.

Todo parece indicar que su solicitud de licencia del gobernador para separarse del cargo e ir por una diputación federal plurinominal será el patético cierre de la administración más desafortunada de que tengamos memoria: la más ridícula, anodina y vulgar. ¿A qué le teme Cuauhtémoc cuando escoge una vía facilona después de haber sido electo por las mayorías cuernavacenses y morelenses, como alcalde primero, y después como gobernador? El objetivo es claro, un blindaje a través del fuero, esa figura legal que en México constituye la expresión más cínica de los pactos de impunidad que la clase política institucionalizó de hecho y de derecho.

La gubernatura más corrupta sigue siendo la del graquismo que, como legión, persiste en su vigencia y retorno a través de la figura de Lucía Meza y las sinergias que posibilitan los arreglos políticos al interior de los municipios, donde también pervive el pragmatismo que busca garantizar los privilegios de figuras impresentables que los partidos han considerado de alta rentabilidad política, más allá de lo cuestionable de sus conductas, prácticas y sus valores ideológicos. Por sus hechos los reconoceréis.

Lo cierto es que, como gobernador, no como futbolista, Blanco Bravo se va en medio de la impopularidad de quien ha fracasado, del que ya sobra y al que ya se le cuentan los días para que se retire. Ha sido un visitante incómodo, un colonizador más, un saqueador al que se le dejó que atropellara la dignidad que debiera revestir la alta responsabilidad y dignidad de gobernar Morelos. De manera imparable e irreparable, él y su hermano han cometido el agravio y el oprobio en perjuicio del pueblo de Morelos, acompañados de una horda de vividores, de su red de nepotismo, de los propios y los extraños cómplices.

Para las y los morelenses siempre será desafortunadísimo, inexplicable e innecesario el manto con que el presidente Andrés Manuel López Obrador siempre le protegió. Pero Cuauhtémoc no será sacrificado, el sistema político no ha podido prescindir de este tipo de personajes, por eso vimos el advenimiento masivo de famosos e influencers. No importa que no puedan ni tengan nada que aportar. Son la expresión degradante que desborda las pasiones y despliega una morbosidad insaciable que nos remite a la capacidad de renovación que tiene el sistema político en estos momentos en que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Así es la sociedad del espectáculo.

Por eso no es extraño que, en la recta final, para atraer la atención y la presencia masiva de la población, los asesores de Cuauhtémoc recurrieron a la estrategia del circo y realizaron un concierto con la presencia de la Banda El Recodo. El espectáculo de la política llegó para quedarse en Morelos. Hace más de tres lustros que lo advertimos.

Morelos ha vivido la obscuridad de dos sexenios que no se explican el uno sin el otro. Todes los hemos padecido. No significa que los anteriores gobiernos sean un paraíso luminoso, aunque sí una nostalgia tentadora para liberales y conservadores. ¿Por qué volvemos a experimentar el sentimiento de la repetición y el reciclaje antidemocráticos? No es decepción, es la respuesta que nos arroja la descripción de lo que ocurre, porque es política, no religión, pero las listas de candidaturas para diversos cargos de representación no mienten.

El maromerismo y el chapulineo imprimen sello. ¿Acaso solo unos cuantos se creen los comendadores de la transformación y el “cambio verdadero”? Sí, se asumen como únicos y absolutos y cierran la oportunidad a una generación que, si quiere cambiar el orden y el caos de las cosas, tendrá que arrebatar el poder a quienes ayer eran lo que hoy dicen que ya no son; simuladores pues.

Graco y Cuauhtémoc han sido como el Tartufo de Molière, dos impostores que encarnan la hipocresía y el agandalle, encantadores de serpientes que llevan un costal vacío, prometedores de cambio, demagogos que tanto seducen a las mayorías, como los que también hoy rodean a candidatos y candidatas.

El oportunismo es cortesano y viral, apenas ve una estructura de poder se reclina y aloja. Vean a su alrededor, son tantas y tantos. Ojalá que las y los morelenses dejemos de ser herederos de promesas.

Por eso pienso que, si no es cultural, no es transformación.