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Respete a todos, pero a nadie le tenga miedo

 

Llegó a este mundo un 29 de febrero de 1948 en Temimilcingo, municipio de Tlaltizapán, Morelos. Fue el séptimo hijo.

Angelina Brito, su madre, nació en Zacatlancillo, su padre, Juan Salgado, en Teloloapan, Guerrero. Este, apegado a una costumbre extendida entre guerrerenses calentanos, se la robó. La llevó a Taxco y después a Temimilcingo, Morelos. Llegaron a principios del año 1937, a vivir de arrimados, por un tiempecito, con unos parientes, uno de los cuales presentó a su padre con el veterano general zapatista Zeferino “El Mole” Ortega, quien lo hizo su gañán.

El general Ortega, imponente e importante a nivel nacional, presidía el Frente Zapatista de la República Mexicana, era el más rico del pueblo.

—Algún día —se ilusionaba el niño Juan— seré como él y tendré lo que él tiene; sobre todo, el respeto de la gente.

El padre del niño Juan rentaba parcelas, trabajaba duro. Le iba muy bien. El general Ortega le alquilaba una yunta de bueyes para arar las tierras; de la cosecha, en pago, le retribuía ocho cargas de maíz. Y cuando se veía en apuros para pagar la raya de sus peones, el general le prestaba sobre la garantía de la cosecha. Aunque en la parranda derrochaba porciones importantes de sus ingresos, siempre fue puntual para pagar sus compromisos.

Una tarde que no llegaba don Juan a casa, su madre le ordenó:

—Vete a buscarlo, de seguro lo encuentras en la cantina. Tráetelo.

Lo encontró recargado en el mostrador. Tenía los ojos turbios, la mirada clavada en la calle. Por su facha —mal fajado, camisa desabotonada, sombrero ladeado— entendió que su padre había tomado más de la cuenta.

—Vámonos a la casa —suplicó, jalándolo de la mano.

Dócil, aceptó salir, pero agarró camino en dirección a la casa del general Ortega. Del costado izquierdo se sacó la pistola 38 super. Le quitó el seguro, dispuesto a soltar balazos. Con la mano izquierda abierta, golpeó varias veces la puerta de lámina, sin dejar de gritar:

—General, tizne usté a su madre, pinche viejo ladrón, bandido, usurero. Salga. Vamos a darnos de balazos.

—Papá, nos van a matar, vámonos —rogó con la cara empapada en lágrimas.

—Pérese cabrón, no se asuste —lo zarandeó, gritando— ¿A poco a los generales no les entran las balas? También se mueren. Usté no tenga miedo de nadie, respete a todos, pero a nadie le tenga miedo, a nadie, ¿me oyó?

Para tranquilidad del niño la puerta ni se movió. don Juan se guardó la pistola. Aceptó ir a casa, convencido de que el general era collón.

El general Ortega sí lo oyó, pero aplicó el dicho ese de que, “a gritos de borracho, oídos de cantinero”. Qué collón iba a ser. El grado de general se lo concedió Emiliano Zapata cuando, una madrugada, sigilosamente, al mando de cuarenta hombres, tomó el cuartel de Tlaltizapán. Cuenta la historia que “El Mole” flanqueaba a Zapata la trágica tarde del 10 de abril en que lo asesinaron. Dicen que se salvó de milagro, espoleando su caballo entre la balacera.

Don Juan y el general Ortega traían acumulados resentimientos viejos. Después hicieron las paces.

El general le aconsejaba:

—Mete en un internado a Juanito. Te ayudo con los gastos. Tu chamaco no nació pa’l campo, nació pa’la ciudad, hay que meterlo a estudiar, tiene con qué.

Foto: A los diez años, en Cuernavaca, cuando vendía chicles. / cortesía del autor