loader image


Oralba Castillo Nájera

Una caricatura en periodística, firmada por Patricio muestra a dos personajes: “¡Ya están las calaveritas chinas de plástico, el pan de muerto de Costco, la foto de Coco! ¡Vámonos al desfile de James Bond de día de muertos!
Sin respeto a la tradición de ánimas, única en nuestro país, enraizada en culturas indígenas y religiosas, se llevó a cabo un desfile en la CDMX con tintes turísticos y comerciales, opuestos a la significación sagrada, para los pueblos, de rendir culto a sus muertos.
La acción de reducir a espectáculo fraudulento, fechas que constituyen nuestra memoria, no es nueva. En el Centenario y Bicentenario de la Independencia y la Revolución, apareció la banalización de la historia, una apropiación a partir de intereses comerciales y folclóricos que distorsionaron el significado de las celebraciones.
En 2010 se contrató a un australiano para realizar los mega desfiles, (cobró 80 millones de pesos). Declaró: “es bueno que los niños que no pueden ir a Disney, gocen de este desfile”. Enormes serpientes doradas y plateadas, caricaturizaron a Kukulcán y Quetzalcóatl. El magno desfile nada tuvo que ver con las gestas que nos dieron patria. Como culminación, se develó el “El coloso” estrella del show. La gente aplaudió.
Un historiador reconoció al personaje: Benjamín Argumedo, quien apoyó el golpe de Estado de Huerta, tal era la confusión sobre la Revolución. A partir de ese grotesco show, los gobiernos de la ciudad se apropian de fechas patrias y tradiciones, para orientarlas al jolgorio sin sentido. Se trata de procurar olvido, borrar memoria, reducir todo a una fiesta que podría realizarse en cualquier parte del mundo, carente de raíces históricas. Es un espectáculo magno y global, afirmó el australiano.
Celebración de ánimas, para los pueblos, es un evento que fortalece su memoria. En cada región, según usos y costumbres, se limpian tumbas y se monta la ofrenda comunitaria. Acto sagrado e íntimo, no carnaval turístico.
Las “calaveritas”, a principios del siglo XX, se añadieron a la crítica política. Denuncia y resistencia popular.
Aquí en Morelos, los otomíes en la Casa de Samir Flores, montaron la ofrenda titulada “Contra la militarización y la Guerra Capitalista y Patriarcal”. Ofrecieron comida a: Zapata, Félix Serdán, Julio César Mondragón, Ramona, Eduardo Galeano, Rubén Espino, Jean Robert, Digna Ochoa, Lucio Cabañas, entre otros. Una calavera a las víctimas de la lucha encendió la voz comunitaria, cargada de muertos y memoria ancestral.
En Cuernavaca a la entrada a la Casona Spencer se levantó una ofrenda: “En Morelos nos faltan…” con nombres bordados, de mujeres asesinadas. En Amilcingo, por otra parte, la ofenda a Samir Flores, refrendó su lucha contra el Plan Integral Morelos.
En la CDMX, vecinos de algunos barrios en contra de inmobiliarias que despojan sus territorios, incorporaron al grito de la Llorona: ¡Ay mis hijos!, ¡Ay mis predios!
La banalización de las tradiciones y fechas históricas no es algo menor, en ellas se construye una sensibilidad, una narrativa. Los comentaristas en tv repetían: “esto es México”. El evento, culminó con una mujer disfrazada de “ombligo de la luna”, sacada de un show de las Vegas, quien traspasó la puerta del Mictlán. Parte del pastiche fue la selección nacional de futbol y una comparsa vestida de Juan Gabriel.
Símbolos y signos dan memoria y pertenencia. Se lucha por ganar mentes y corazones, construir una sensibilidad critica enraizada en la historia o turística y comercial.
Este show deja una derrama económica, más de 40 millones en la CDMX.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *