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Davo Valdés de la Campa*

En 2016, Amaury Colmenares, Antonio Balboa y yo con celulares en mano, salimos a filmar a las calles por primera vez, lo que considerábamos que era la estética #ruinatropical de la ciudad de Cuernavaca. En esos tiempos, Amaury y yo habíamos dedicado muchísimas tardes a discutir sobre qué era lo que caracterizaba a la Cuernavaca que pertenecíamos. Era una ciudad ruinosa con un pasado glamouroso, una ciudad abandonada con un pasado revolucionario, una ciudad deslavada con un pasado tropical plagado de clichés, una ciudad en escombros con un pasado cosmopolita, un infierno que antes había sido un Edén internacional (o eso nos contaron). Un laberinto en el tiempo construido entre barrancas, andadores, puentes, curvas sinuosas y árboles rompiendo el pavimento. Esos eran algunos de los aspectos que creíamos que se repetían no sólo por las calles, en las fachadas, en la atmósfera de Cuernavaca, sino también en la manera de hablar de la ciudad y de representarla. De esas filmaciones amateur hicimos un rudimentario vídeo explicando estas ideas y anunciando la fundación de nuestro colectivo artístico Ruina Tropical. Para esa pieza, Diego Álvarez Icaza (guitarrista de Los Pápalos) y Nicolás Martínez realizaron una versión electrónica y rebajada de la canción de los chinelos, una de las canciones más representativas de Morelos, ya que se toca en todos los carnavales, bodas (y eventos públicos institucionales). La pieza era una reinterpretación contemporánea, con un halo de baile desganado. A la distancia me suena como una manera creativa de definir cómo suena Cuernavaca para una generación en particular: la nuestra.
En el texto anterior mencioné canciones que llevan por título “Cuernavaca” o que hacen alusión a nuestra ciudad. Por mencionar algunas: “Cuernavaca” de The Dinners, o piezas con el mismo nombre de Alejandra Moreno, Mark Pizzionia, Marangolo Sirkus Trio, The River Arkansas, Jean Marc Padovani o Mark Lipson. También destaco “Camino a Cuernavaca” del Tato Jiménez, “Cuernavaca Serenade” del Maxwell Price Jazz Quintet, “Back to Cuernavaca” de The Baja Marimba Band, “Plaza Cuernavaca” de Shua, “El Temblor en Cuernavaca” de Arely Perez, en la que se relata el temblor de 2017 y “Cuernavaca Nights” de Rick Jones y Valerie Neale.
Me llama particularmente la atención una canción titulada “Cuernavaca Starlight for Charles Mingus” del cuarteto de saxofones Rova, incluida en su disco Totally Spinning. La canción por supuesto se refiere a los últimos días de vida del icónico jazzista, quien desesperado por un extraño padecimiento, viajó a Cuernavaca para ser curado por un brujo local. Desafortunadamente la magia no logró curarlo y el contrabajista murió en nuestra ciudad enloquecido y con un delirio de persecución. Quizá por ello, muchas canciones del género llevan el nombre de Cuernavaca, el último destino de Mingus, misteriosa y ominosa travesía que documentó Jordi Soler en su texto “La oscura Cuernavaca de Charles Mingus”.
Algo similar sucedió con la soprano Maria Callas, durante un viaje a la “ciudad de la eterna primavera”. Callas fue una de las muchas celebridades invitadas por Robert Brady a Cuernavaca, a la “Casa de la Torre”. En su libro Maria Callas: prima donna assoluta, José Féliz Patiño Restrepo narra que en 1968 la cantante de ópera visitó Cuernavaca: “A comienzos de septiembre María Callas llegaba a Dallas procedente de Cuernavaca, donde había sufrido una caída y la fractura de dos costillas”. En ese momento fue que Callas se enteró del matrimonio de Ari Onassis (su gran gran amor) con Jackie Kenndy (viuda del ex presidente estadounidense asesinado durante un desfile en Dallas, Texas). La noticia fue devastadora para Callas, quien aunque murió en 1977, comenzó por aquellos años una muerte simbólica, un declive en su carrera artística y una profunda adicción a las pastillas que la alejó de los reflectores y los escenarios. Ese descenso sin duda inició en Cuernavaca, cuando se cayó en un baño de azulejos y se rompió algunos huesos.
A veces Cuernavaca me da la sensación de ser una trampa mortal. Los sonidos que evoca son tristes, de luto, paradójicos en el sentido de que la floración, la calidez del trópico, el ambiente de balnearios, carnavales, antros y casas de fin de semana, no impiden que sea ciudad intramuros solitaria y desolada.
Cuernavaca es una ciudad que existe en la imaginación. Es una ciudad que se añora como una idea. No existe en el pasado y no existe en el presente, sino en los recuerdos, en la nostalgia de testigos y narradores no confiables. Algo sucede que cuando uno abandona la ciudad, la idea de Cuernavaca cobra fuerza y uno desea volver, tan solo para encontrar una realidad confusa. Quizá la mejor manera que tengo para explicarlo es recurriendo a otra canción. En la entrega anterior hablé de mis alumnos, de cómo realizaron canciones o paisajes sonoros que aprehendieran la esencia sonora de Cuernavaca. Uno de ellos, cuyo nombre artístico es cheché.wav (¡escúchenlo en Spotify) compuso una canción titulada: “Entre bugambilias”. Su atmósfera me remite y me transporta a esa porción imaginaria de Cuernavaca que se construye con recuerdos de la infancia. Sus versos melancólicos y su voz suave cantan: “Quiero visitar Lomas de Cortés,/ comienzo a extrañar/ el parque aquél/ no pude jugar/ por última vez/ oh viejo lugar/ te volveré a ver. Me llevaré en recuerdos / todos los viejos tiempos/ como cuando corría entre las bugambilias”.

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