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Miguel A. Izquierdo S.

Presentaré a ustedes, sugerencias de tratamiento de los cuentos infantiles siguiendo algunas pautas generales provenientes desde tres perspectivas: a) los planes y programas oficiales de estudio (SEP); b) los analistas dedicados a la literatura infantil, a través de revistas especializadas; c) mi propia práctica al visitar escuelas para contar cuentos, escuchar a infantes, y observar sus intereses literarios.

De entrada, advirtamos que los cuentos infantiles pueden “vivirse”, “experimentarse”, en los ámbitos doméstico como escolar y comunitario, tanto de manera oral como de manera escrita, con fines de ser “leídos”. De modo que podemos desligar su presentación, de fines legítimos, en ciertos grados, del aprendizaje de la lectoescritura, esto es, como goce estético y aprendizaje social, e individual, de la literatura en su forma de literatura infantil, escuchando narraciones, ficciones, historias, que muestran relaciones entre seres (humanos y no), que apelan a los sentimientos y a la inteligencia infantil, repito, sin interés inmediato ni mediato, de aprender a leer y escribir.

En esta dirección, y a cualquier edad de los infantes (como de jóvenes y adultos), el escuchar y participar en prácticas narrativas, poéticas, literarias, históricas, realistas o de ficción, genera magníficas oportunidades de desarrollo tanto del lenguaje como de otras expresiones del desarrollo. Al referirme a prácticas, y no solo a escuchar, sino que en ello incluyo comprensivamente: escuchar, contar, interpretar, platicar sobre lo escuchado, recontar desde la perspectiva del escucha, dramatizar lo escuchado (entre otras prácticas), se vuelven un conjunto de prácticas interconectadas, importantes de vivir cada una de ellas, como facetas de la construcción del mundo interior y del que nos rodea, desde la perspectiva del practicante.

Todas esas prácticas pueden y deben vivirse independientemente del propósito social de aprender a leer y escribir, desde fases muy tempranas de la infancia, muy antes de la escolarización. Por supuesto que cuando llegue la etapa curricular de aprender a leer y escribir, las infancias tendrán ya gran “experiencia” en los actos de lectura y escucha, claves para por ellos mismos, leer y escribir en su momento.

Es importante desde ya, explicitar que los practicantes, a su vez, infantes, son capaces y van desarrollando capacidades, en cada una de las acciones mencionadas en el párrafo anterior. Demos un ejemplo al menos: un infante al que un pariente le lee un cuento es “capaz” de “leer” el cuento a su modo, a través de las imágenes, antes de saber leer, formalmente. Puede demostrar su comprensión de lo que le han leído, a través de la representación dramática de lo leído, eso lo podemos conceptuar, como “su lectura”, su comprensión de lo leído, aún en una fase en que no es todavía capaz de hablar, digamos a la edad cercana a los dos años. Nuestra experiencia nos ha mostrado que así puede ser.

En ese sentido, son claves las expectativas que padres, docentes y familiares de los infantes, tengan acerca de ellos, que les crean capaces de “leer a su modo”, de interpretar lo leído. Es clave entonces alentarles a “dar su versión” de lo leído, partiendo de las imágenes del cuento, o de lo que vayan escuchando. Este sencillo acto parental y familiar, comunitario, una expectativa puesta en acción es prolegómeno del sentir infantil que podemos expresar como “mi mamá/papá me sabe capaz de leer”, o bien “sé leer como ellos”. Esto va sedimentando en confianza infantil respecto de sus capacidades, respecto del valor de sus actos, a los ojos de sus mayores, y de sí mismos también. En estos actos el logro infantil debemos verlo en la confianza ganada, no en los detalles o precisiones de su lectura, éstos y éstos irán dándose sobre la marcha, conforme participen en gran variedad de experiencias de escucha y lectura hecha para ellos, por otras personas.