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Francisco Moreno

Al señor Gutiérrez le gusta ir a los bazares, ventas de garaje y mercados de pulgas, va a la Lagunilla una vez al mes entre otros espacios. Descubrió que el mundo de la pintura, y con ella incluidos los dibujos, gráficas y esculturas, posee un encanto que seduce a las personas, reconoció que cuando habla del tema con cualquier persona es como acariciar su ego, ha visto como al conversar sobre el mundo del arte, aparentar que sabe mucho, y mostrarles alguna “obra” ellos osan montarse en una insulsa mascarada que los lleva a emitir opiniones como “me gusta”, “qué bonita”, o “qué belleza”, calificativos subjetivos e insustanciales que nacen del gusto estético de cada uno.

En ese andar el Sr. Gutiérrez halló una veta que le generó buenos ingresos: compra a bajo precio cuanta obra, pintura, dibujo, y aparente gráfica le parece interesante, y en su afán de darse un mayor nivel como vendedor de arte recaba información imprecisa o sin verificar de los artistas; él no sabe nada de originales, del vasto universo de las obras gráficas, y menos de falsificaciones, y con ese nimio empoderamiento emite argumentos relevantes del artista o de la obra. Sus clientes se sienten privilegiados pues creen que a precios de “ganga” adquieren un garbanzo de a libra, entonces la pinza se cierra y el Sr. Gutiérrez se convierte en un “marchante” o “art dealer”, adjetivos que le dan estatus y hasta cierto glamour. Ambos, tanto el que vende como el que compra se sienten bien, aparentemente ambos ganan, pero en realidad ambos se timan mutuamente, el engaño de comprar una “obra de arte” es pan de cada día.

Esta secuencia pervive hace décadas, es parte del bagaje cultural de nuestra sociedad. Hay miles de mexicanos a los que les gusta “decorar” sus casas con cuadros bonitos, enmarcan carteles y reproducciones para vestir sus hogares, del mismo modo que compran libros con pastas atractivas o enciclopedias que nunca consultan para colocarlas a la vista de todos, es una manera de demostrar que son “cultos”.

Para muestra un botón. Conozco hace años la carpeta” Zúñiga, 20 dibujos” que imprimió la Galería Misrachi en 1974. Se trata de reproducciones realizadas mediante la técnica llamada offset, impresión industrial que usa una plancha o placa que contiene una imagen, esta máquina tiene un cilindro (mantilla) intermedio que registra la imagen sobre un papel. El dibujo de tinta pasa de la plancha a la mantilla y de la mantilla, indirectamente, al papel. La plancha y el papel nunca entran en contacto. Con estas máquinas se hacen los libros y miles de impresos como folletos, carteles y revistas.

De esta carpeta se hizo un tiraje de 2000 ejemplares, y se destruyeron las placas fotográficas utilizadas. Es decir, son reproducciones, no gráficas u originales múltiples. Dicho de otra manera, son simples carteles. El mundo del grabado posee otros mecanismos para su impresión que no viene al caso describir aquí.

Estas reproducciones del maestro Francisco Zúñiga circulan en el mercado que husmea el Sr. Gutiérrez, en plataformas digitales como Mercado Libre, y hasta en algunas subastas domésticas; él enmarca cada una y las vende como “litografías”, el cliente se sorprende de la belleza de la obra y la compra hasta en diez mil pesos, o más, lo cual es una gran estafa pues la carpeta con las 20 piezas no alcanza un precio mayor a cinco mil pesos. Así se ha creado un círculo de ignorancia en el cual nadie esclarece la verdad. Del mismo modo, y por desgracia, el mercado del arte tiene graves deficiencias, entre ellas, un marco legal insuficiente que se puede constatar en la “Ley Federal de Derechos de Autor”, y en las medidas cuando ésta se infringe.

Tenemos un enorme trabajo por hacer para proteger los derechos de los artistas plásticos, visuales y de todos aquellos creadores que por su prestigio y alto valor comercial de sus trabajos son atractivos por los falsificadores, o de plano, sus piezas son “pirateadas” por diversos medios electrónicos sin autorización o control alguno.