loader image

 

Un año sin culpa

Aristeo Castro Rascón*

El fundamento de la ética es la libertad. Si no estamos en condición de elegir o decidir cómo actuar o cómo comportarnos, esto es, de elegir quiénes somos o quién queremos ser, el ejercicio ético ipso facto se anula.

Sin embargo, cabe preguntar, ¿acaso podemos limitar la condición humana a aquello que somos capaces de elegir, decidir o actuar? ¿No es, pues, la libertad, fundamento de un ejercicio mucho más acorde con el complejo humano: sus emociones, anhelos, sueños; deseos, sentimientos, intuición; experiencia, tiempo y un largo etcétera? Y, si es así, ¿no tendría que responder la ética a dicho complexus humano y no sólo atender aquello que compete a la elección, decisión o acción?

La presente colaboración propone que, una oportunidad de apertura, respecto el ejercicio ético y acorde a la libertad que le fundamenta, lo otorga la culpa, la cual, como Justin Coates y Neal Tognazzini señalan, “no es sólo la respuesta humana [a] acciones que muestran una especie de mala voluntad [sino] la lente a través de la cual podemos […] saber en primer lugar qué cuenta como una acción libre” (Blame, 2013).

Permítaseme dar cuenta de lo anterior a partir de la siguiente anécdota.

Durante una clase en la que discutíamos la deontología kantiana citada por Adolf Eichmann en los Juicios de Núremberg; es decir, una clase en la que analizábamos la justificación por el deber ser de un sujeto sobre sus actos; práctica, según Kant, enteramente racional y que, por la obediencia que implica, provoca, para Hanna Arendt, la negación o ausencia del sujeto; uno carente de elección, decisión y acción, y, por lo tanto, incapaz de hacerse responsable; un mal, como dicha filósofa lo denominó, banal o banalidad del mal, debido a la omisión, la abstención o el dejar de hacer y no por producir una acción.

Transcurría dicha clase y de repente una alumna preguntó: “Pero, a pesar de no haber responsabilidad, porque de acuerdo con Arendt, no hay sujeto que elija, decida o actúe, ¿no será que Eichmann pueda sentir culpa?”. O, como Victoria McGeer argumenta, “hay estados mentales o actividades que participan de la culpa, aunque, en el momento que la culpa surge, dichas actividades no están presentes” (2013). Agradezco a ella su puntual cuestionamiento pues puso en marcha una serie de inquietudes e interrogantes propios.

En primer lugar, la pregunta de la alumna cuestiona a Hannah Arendt, pues, de considerarse afirmativa, no podríamos entonces decir que, sólo porque es incapaz de elegir, decidir o actuar, el sujeto está ausente, así como tampoco que, debido a que no se manifiesta dicha capacidad, no se es responsable en ningún sentido.

Todo lo contrario, la pregunta propone la presencia de un sujeto, sólo que de uno que no se reduce a su capacidad de elegir, decidir o actuar; y, en lugar de no haber responsabilidad, la pregunta propone también la apertura de un ejercicio ético que atienda y sea acorde al complejo humano atrás referido; “agregar elementos conativos, como deseos, intenciones, expectativas y disposiciones […] podría explicar la forma en que la culpa parece implicar el compromiso o el ejercicio de la acción deficiente” (Coates y Tognazzini, Blame, 2013).

Si la libertad es fundamento de la ética es porque sólo siendo libres somos responsables. Pero, si ser responsable consiste sólo en poder dar cuenta o poder dar razones de una acción, elección o decisión, entonces el ejercicio ético podría limitar nuestra libertad. Cuando es lo contrario: porque podemos ser libres podemos dar razones y no porque podamos dar razones podemos ser libres.

Comenzamos la presente colaboración cuestionando un ejercicio ético ajeno a la condición de libertad que le sustenta y nutre; y hemos concluido que la culpa podría ser entendida como una oportunidad de apertura hacia un ejercicio ético acorde a la libertad y el complejo humano. ¡Muy feliz fin y principio de año!

*Profesor de Tiempo Completo del Colegio de Morelos.