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Últimamente, nuestros electrodomésticos han decidido morir o jubilarse uno a uno. Primero fue el lavaplatos, luego la lavadora, la secadora, el microondas y, por último, pero no menos importante, nuestra ruidosa y anticuada aspiradora. Ninguno de ellos nos dio señal previa alguna, ni un indicio para prepararnos para su despedida. Simplemente, ¡kaput! Así que poco a poco hemos ido comprando electrodomésticos nuevos. Todos me encantaron, excepto la aspiradora.

No fui yo quien la eligió; un domingo por la tarde, mi esposo llegó a casa con una caja que contenía una aspiradora sin cable, ligera y de aspecto moderno, aunque yo la veía frágil, muy “Made in China“. Desde el primer momento, despertó mi desconfianza, de la misma manera que nunca he logrado confiar en esas personas delgadas que pueden comer y comer sin engordar. La aspiradora no fue la excepción; naturalmente, desconfié de su esbelta figura que prometía aspirar todo a su paso en cualquier tipo de suelo y no solo en las alfombras.

Mi esposo sacó todos los accesorios de la caja y, con una emoción contagiosa similar al de una señora que vende Tupperware, me explicó que finalmente nos libraríamos de la molestia de tener que limpiar la escoba que se llenaba de mis largos cabellos y que siempre requerían ser desenredados con la mano. Estaba verdaderamente emocionado con la nueva integrante de la familia.

Yo escuchaba a mi esposo con escepticismo. Debo admitir que tengo una leve obsesión por la limpieza; no soporto sentir polvo en mis pies descalzos mientras camino por casa, y barrer compulsivamente los suelos me ayuda a relajar mi ansiedad. La idea de usar algo que hiciera ruido mientras limpiaba, interrumpiendo mi momento Zen del día, no me entusiasmaba en lo más mínimo. Sin embargo, según mi psicóloga, si quiero mejorar mi salud mental debo ser más flexible y adaptarme sin resistencia a los cambios. Así que, poco a poco, comencé a considerar la idea de tener una aspiradora delgada, potente y sorprendentemente silenciosa en mi vida.

Hace unos días, después de cenar, mientras mi marido y mi hijastra se encargaban de los platos sucios, decidí pasar la aspiradora para limpiar el suelo de la cocina. En ese momento, mi esposo sugirió que usara el accesorio que tenía una luz integrada.

“¡Uta-Madre!”, pensé, “más cambios a la bendita la aspiradora, justo cuando me empezaba a adaptarme a ella”. Sin embargo, no dije nada, porque las palabras sobre la inflexibilidad de mi terapeuta resonaron en mi cabeza. Así que dejé que mi esposo rápidamente cambiara el rodillo de la aspiradora por uno que tenía una luz verde fluorescente.

Pero lejos de ayudarme, el nuevo aditamento vino a “joder la marrana”, porque la bendita luz reflejaba perfectamente todas y cada una de las motitas de polvo en el suelo. Y entonces noté cómo mi Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) por la limpieza salía de su escondite y empezaba a montarse un fiestón en mi cabeza, mientras yo intentaba eliminar todas y cada una de las motitas de polvo que estaban en el suelo.

Me sentí abrumada, y entonces mi TOC tomó el control y comencé a aspirar como una maniaca no solo los suelos de la cocina, sino también los del comedor, del baño y de la sala. No podía parar. Cuando creía que ya no había más que limpiar y regresaba aspirando hacia la cocina, vi más motitas de polvo, por donde ya había limpiado mientras mi hijastra y mi esposo quienes parecían caminar como en cámara lenta, iban desprendiendo pequeñas motitas de sus calcetas con cada paso. Entonces, yo, graduándome de señora, grité: “¡No pisen por donde ya limpié!”

Los dos se quedaron congelados como en el juego de “las estatuas” o los “encantados” por el grito que propiné. Mi marido se giró lentamente y con movimientos cautelosos se fue acercando a mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me abrazó, mientras me quitaba lentamente la aspiradora de la mano y me susurraba al oído: “Baby, se acabó limpiar por hoy”.

Esa noche no pude dormir, pensando si sería procedente demandar a la mente diabólica que inventó una aspiradora con luz fluorescente o si debía denunciar a los fabricantes de mi escoba y trapeadores mexicanos porque al parecer no eran tan efectivos e infalibles como prometían. En medio del insomnio, mientras mi mente luchaba contra el cansancio, llegué a la conclusión de que esas diminutas motas de polvo esparcidas por la casa son como los problemas en la vida. Por más que intentemos evitarlos, siempre surgirán, a veces de los rincones más inesperados. Pero lo importante es cómo los enfrentamos. Podemos optar por verlos con objetividad, como simples desafíos que nos fortalecen, o podemos magnificarlos con una lupa que tiene una luz verde fosforito permitiendo que nuestras inseguridades crezcan, que nuestros miedos nos dominen y nos paralicen.

A día siguiente, pasándome la flexibilidad por el arco del triunfo y sintiendo paz mental, decidí quitar el rodillo con la luz de la aspiradora. Me di cuenta de que aspirar a tener una casa sin ni una sola mota de polvo en el suelo es como pretender tener una vida sin problemas, un verdadero sin sentido. Sin duda hay “polvos” que te cambian la vida.