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Vicente Arredondo Ramírez *

Es recurrente escuchar o leer el llamado a que respetemos las instituciones, para que nuestro país pueda avanzar en su consolidación democrática. Grandes debates, o más bien, diálogos de sordos se han dado en los últimos cuatro años a nivel nacional, sobre cambios de leyes y de políticas públicas que muchos consideran que atentan contra la institucionalidad de la nación. 

En el discurso de todos los políticos, sin importar su origen y bandera, aflora reiteradamente el celo por defender el marco normativo e institucional, a tal grado, que ya es una práctica común judicializar los acuerdos que se toman en el marco de sus atribuciones el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Esta excesiva práctica de “defensa de las instituciones” nos ha llevado a ver como normal la lucha política, que no el equilibrio, entre los tres Poderes de la Federación.

Aún retumba la frase del ahora presidente de la República dirigida en campaña a sus opositores: “al diablo con sus instituciones”, lo cual obliga a preguntarse, si las instituciones tienen dueño.

Entenderíamos mejor la importancia y significación de las instituciones, si el sistema educativo nacional, el Congreso Nacional y los Estatales, los aparatos políticos subsidiados, los medios de comunicación públicos y privados concesionados, y las iglesias de cualquier denominación encontraran el camino para en conjunto priorizar, enseñar y divulgar los saberes y conductas que todo ciudadano debería tener y practicar para asegurar la cohesión del país, en el marco de la libertad, equidad y justicia. Por desgracia esto no sucede, por lo que el tema de cuidado y defensa de las instituciones cae en el terreno de la discrecionalidad, de la autorreferencia, y de la propia valoración de quienes dirigen, controlan o se adueñan del gran número de instituciones existentes en nuestro país.

El pionero en la formalización de estudios sociológicos, Emile Durkheim, en su clásico libro “Las reglas del método sociológico” nos señala que la sociología es la “ciencia de las instituciones”, las cuales se expresan en diversos ámbitos, por lo que de manera resumida afirma que “se pueden llamar instituciones a todas las creencias y todos los modos de conducta instituidos por la comunidad”.

Muchos otros autores han reflexionado y escrito sobre el tema desde la perspectiva de otras disciplinas como la política, la jurídica, la histórica, la antropológica y la económica, y han formulado sus respectivas definiciones sobre lo que son las instituciones. Para nuestro efecto, menciono una del estadounidense Talcott Parsons, que también desde la sociología, afirma que las instituciones tienen como función específica “la regulación de la acción,de tal forma, que mantenga la conformidad relativa con los valores comunes últimos de la comunidad”. Dos ideas claves: regulación de la acción y conformidad con valores comunes.

La primera idea asume la premisa de que la vida en comunidad debe tener una serie de reglas convenidas y vividas por todos quienes la conforman, para con ello prevenir el caos, y orientar las conductas o intercambios entre las personas. De lograrse lo anterior, las instituciones deben ser sin duda vistas como un bien común. Esta idea se refuerza con el señalamiento de que las instituciones deben contener los valores suscritos por la inmensa mayoría de los habitantes.

Si suscribimos este planteamiento, no se puede permitir que las instituciones, a través de las cuales se regulan las conductas ciudadanas de aplicación y obligación general, sean creadas y conducidas por personas que defienden sólo los intereses de grupos específicos. Pero, ¿cuál es la realidad de esto en nuestro país? Creo que la respuesta a esta pregunta requiere por parte de cada uno de nosotros de mucho análisis y de mucha sinceridad, a no ser que no nos importe vivir en el autoengaño.

En efecto, escuchamos con mucha frecuencia que debemos respetar “las instituciones que nos hemos dado”. Yo pregunto, ¿que nos hemos dado o que nos han dado? ¿acaso tú o yo hemos opinado sobre la creación del sentido y práctica de alguna de las actuales instituciones? ¿conoces cuándo, por qué y por quién se crearon? Si la respuesta estas preguntas es un no categórico, entonces es tiempo de empezar a hacernos otro tipo de cuestionamientos sobre el papel que en lo personal jugamos en la sociedad en la que vivimos.

En estos tiempos que denominamos cambios de época se requiere que seamos realmente autocríticos y agudicemos nuestra capacidad de análisis, para discernir cuáles de las instituciones existentes ya no están cumpliendo su función para desaparecerlas o actualizarlas, o bien, para crear unas nuevas que en efecto nos brinden claridad sobre la mejor forma de relacionarnos entre nosotros, nos den seguridad sobre lo que hay que esperar de los demás, y sobre todo, sobre el aporte que en lo personal debemos hacer para avanzar en la construcción de un tipo de sociedad en la que todos tengamos el derecho y la posibilidad de disfrutarla.

 

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.

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