loader image

Foto: Chicolú

A mediados de la década de los noventa recorrí el Camino del Inca junto a mi amigo Carlitos; largos trechos los hacíamos sin más compañía que la de las piedras, el viento y el queñual, pero cada tanto, en algún descanso, nos topábamos con un grupo de argentinos.

Primero, cuando nos dijeron, nos pareció extraño, y hasta sospechoso, que fueran argentinos, pues estos no hablaban como nosotros creíamos que hablaban -o deberían hablar- los argentinos. Pero después de encontrarnos un par de veces más, como ya era un poco tonto no saludarse ni hablarse, supimos que en el grupo había salteños, entrerrianos, tucumanos y cordobeses, una mezcla de acentos extrañísima, irregular, algo apagada, en todo caso: varias octavas por debajo del timbre de los porteños.

¿Son realmente argentinos estos locos?, nos preguntábamos, desconfiados, cuando por las noches armábamos nuestra casa de campaña, cansados y hambrientos; ¿no es raro que no griten tanto, que se limiten nomás a caminar soltando de vez en cuando breves carraspeos entre volutas de perfumado humo? Sobre eso seguíamos especulando con Carlitos, bajo las estrellas del Perú, devorando una lata de atún antes de caer rendidos de sueño.

Hasta que durante el último día de caminata, aprovechando un alto entre la densa neblina, los extraños argentinos sacaron el tema del bondi. Hablaban del bondi que pasaba cerca de cierta casa, el bondi de la universidad, el bondi que te llevaba a la cancha, una mina en el bondi, hasta hubo uno que se lanzó con una milonga donde aparecía el bondi.

Era un bondi de línea requemada

con guarda batidor cara de rope.

Si no saltó cabrón por la mancada,

fue de chele nomás, de puro miope.

¿Le dicen bondi a la micro?, pregunté, sin aguantarme, y uno de ellos me guiñó un ojo. ¿Y por qué?, preguntó Carlitos, y ahí los argentinos se silenciaron, casi invisibles entre la neblina. Sí, a ver, ¿por qué le dicen bondi?, insistí, casi gritando.

Pensaba que era un buen nombre, más cercano, más familiar: seguro preferiría decir “ahí viene el bondi” en lugar de simplemente esperar la micro. Tenía noticia de la guagua, la burra, la chivilla, carraca, liebre, ruta, chimeco, calafia, colectivo, diablo rojo, delfín, ballena, camión, guajolotero y el mejor de todos: el pesero; pero sobre el bondi los argentinos callaban, y entonces Carlitos, cada vez más intrigado, volvió a la carga: ¿es una palabra de ahora? ¿Un… cómo se llama? Neologismo, dijo uno de los argentinos. Eso, ¿es un neologismo? Suena como a italiano, intervine yo, un poco al azar, inseguro. Ellos negaron con la cabeza y el silencio, el fatal silencio, se unió al de los riscos.

Carlitos, cerca, me miró con cara de reproche y en un susurro cortante sentenció: la cagaste con lo del italiano. ¿Qué?, ¿por qué? Puta, porque a estos locos siempre los andan comparando con los italianos, les dicen italianos pobres, italianos subdesarrollados, italianos de segunda, ¿capisce?, la cagaste, la cagaste. Le dai color, me defendí; si estos son medio jipis, ¿qué les importa si les dicen italianos o colombianos?

Reanudamos la marcha y caminé callado, entre Carlitos y el grupo de argentinos, solo, con frío, mosqueado, pensando en comida, en dormir, preguntándome si acaso algún día veríamos Wayna Pikchu, pero sobre todo especulando acerca de la proveniencia del famoso bondi. Entonces uno de los extraños argentinos se detuvo, suspiró y levantando la voz dijo bueno: no sabemos de dónde viene el bondi, pue… el bondi… el bondi es uno de esos Grandes Misterios de la Cultura Argentina… ¡Ñaka!

Dicho lo cual, reanudó su camino a paso lento, justo cuando, entre la neblina, asomaba la ciudad en ruinas.