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Hace 30 años, un hecho insólito se manifestó desde las profundidades de la selva chiapaneca: cuando un pequeño ejército le declaró la guerra al estado mexicano, en el amanecer del 1 de enero de 1994, momento estelar del régimen de Carlos Salinas de Gortari, con el inicio del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. La realidad de un sistema neoliberal, enfrentado a la realidad ancestral de las comunidades originarias del México profundo.

Ese hecho insólito no fue una casualidad, sino la expresión contundente del olvido y el abandono, del hambre y las enfermedades, del desprecio racial en un país abundante en recursos y cultura, gobernado por una pandilla de depredadores profesionales impunes.

La respuesta inicial fue de azoro y desconcierto. Sin duda, se trataba de un hecho desmesurado en todos los sentidos, menos en lo que concierne a una respuesta natural ante el abandono, la miseria y el racismo. “HOY DECIMOS ¡BASTA!” gritó la Primera Declaración de la Selva Lacandona, firmada por la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Aquellos primeros días de 1994 yo me encontraba en México, visitando a mi familia, y la realidad me impuso encarar mi trabajo periodístico en busca de reacciones, tratando de encontrar respuestas para compartirlas con las audiencias de Radio Bilingüe de Estados Unidos, donde entonces trabajaba.

La mañana del sábado 8 de enero de 1994, el escritor Carlos Monsiváis me recibió en su casa y grabamos una larga conversación, del cual comparto ahora este fragmento:

  • Carlos, ¿Cuáles son tus reacciones ante este momento?

Tengo que ser honesto, porque todos tenemos que ser honestos en estos días. El sábado pasado, en la mañana del primero de enero de 1994, mi idea de Chiapas era muy crítica, muy radical y muy poblada de ignorancias. Sabía de la situación de hambre y de miseria. He estado varias veces allí y me había percatado de la profunda desesperación, pero estaba convencido, como yo supongo que casi todos, que no iba a pasar nada. Que esas condiciones de miseria tan adentradas iban a prolongarse gracias a la resignación, a la apatía, la destrucción de las zonas de resistencia. Entonces, en estos días me he dedicado desesperadamente a leer todo lo que puedo y a hablar con los expertos. Desde luego mi visión todavía es muy confusa y muy genérica, pero tengo algunas certidumbres:

Primero, este movimiento es producto de un proceso que comienza en los años setentas, de radicalización, de mezcla de marxismo y teología de liberación, de presencia muy vigorosa de las comunidades eclesiales de base, y de residuos del 68 y de la experiencia maoísta. Hay mucho maoísmo en todo, como puede verse en el lenguaje de los comunicados y en la idea de una guerra popular prolongada.

En segundo lugar, las condiciones de la desesperación fueron armando el proyecto. No es un proyecto armado desde la ideología sino desde la desesperación. La ideología le dio la forma retórica si se quiere, pero lo que lo vuelve tan fuerte en las comunidades es la desesperación. El dato que dio el obispo Samuel Ruiz de 15 mil muertos por razones del hambre es uno de tantos datos de una entidad muy rica en posibilidades, y muy poblada por gente que vive en la miseria: el descenso del precio del café, las guardias blancas, la ominosa rapacidad de los ganaderos, la falta de reforma agraria, todos los elementos de los que se ha hablado exhaustivamente en la prensa, colaboraron a hacer de la desesperación el centro de atracción de un proyecto que desde luego no tiene ninguna viabilidad, que está montado sobre la locura de enfrentar un pequeñísimo ejercito al Estado mexicano, que no tiene asideros en lo que llamamos la realidad, pero que tiene asideros, y muy numerosos y profundos, en lo que es la desesperación, que también es la realidad.

En tercer lugar, la opinión pública ha coincidido en dos puntos: el primero es el rechazo a la violencia. Yo no veo, salvo grupos muy específicos que ya estaban por la violencia, y que también son el resultado de la desesperación y muchas veces del atraso, no veo quien favorezca la violencia, ni quien piense con la mínima sensatez de que es posible la guerrilla en México. El segundo punto es el rechazo a lo que han sido las condiciones de miseria en Chiapas, y una exigencia de reformulación del proyecto nacional. El neoliberalismo aquí ha recibió, en cuanto a persuasión y credibilidad, un golpe de muerte. Otro punto muy importante es la disposición de la sociedad civil de existir, a través de opiniones, juicios, organizaciones no gubernamentales, marchas, protestas, desplegados, esto es muy importante. Y el punto más indispensable, el que induce al pesimismo, es la inevitabilidad de la tragedia: sigue muriendo gente, las cifras podrán ser controvertidas, muy abultadas según algunos, muy disminuidas según otros, pero el caso es que sigue muriendo gente y que este baño de sangre no lleva trazas de terminar porque ni siquiera hay principios de una negociación.

Estas reflexiones de alguien como Carlos Monsiváis, buscando hallar respuestas ante un hecho que desbordaba la realidad y la imaginación, están plagadas de un conservadurismo que habría de trastocarse muy pronto. La apatía que prefiguraba en sus apreciaciones mutó en la valoración de un movimiento que cimbró la realidad nacional y confrontó nuestras ideas limitadas, desconsideradas, prejuiciosas y tremendamente sesgadas sobre los pueblos originarios. Al cumplirse 30 años de la irrupción pública del EZLN, prevalece el “HOY DECIMOS ¡BASTA!”

Ejercito Zapatista de Liberación Nacional