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Helen More disparó y Lee Morgan cayó la noche del 19 de febrero de 1972 en el Slugs’ Saloon de Nueva York. Hay varias versiones para explicarlo: que los celos, que una frase hiriente, que la adicción a la heroína, que la tormenta de nieve (especulaciones halladas en el documental I Called Him Morgan de 2017, dirigido por Kasper Collin), en fin: lo cierto es que esa noche, a los 33 años, murió uno de los más importantes trompetistas de jazz.

The Sidewinder (1963) es sin duda su disco más conocido (vendió miles de copias y lo hizo famoso incluso fuera del circuito jazzístico), pero ya desde su aparición con la Big band de Dizzy Gillespie y, sobre todo, con el sexteto de John Coltrane en el gran Blue Train de 1957, cuando tenía apenas dieciocho años, ese flacucho espigado como una mantis, nacido en Filadelfia, daba bastante de qué hablar.

Finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta en Estados Unidos fue, en general, una época difícil para los jazzistas emergentes. Luego de la gran cosecha del bop, muchos de los clubes a donde los músicos iban a foguearse hasta la madrugada se habían ido hundiendo hasta casi desaparecer. El Slugs’ y algún otro como el Five Spot o el Birdland sobrevivían a duras penas en una escena aún dominada por la embestida del cool jazz y el rythm and blues. Por otra parte, la trompeta, pese a Miles y Dizzy, había cedido su lugar como viento predominante en la improvisación, pues parecía que después de Charlie Parker, Coltrane, Sonny Rollins y los máximos vanguardistas del free jazz, “the new thing”, como la llamara Amiri Baraka, se hallaba en cualquiera de los tipos de saxo (incluidos los de plástico); y si a eso se agrega la prematura muerte del extraordinario trompetista Clifford Brown ⎯en cuya memoria Morgan interpretara tantas veces “I remember Clifford”⎯, el asunto no tenía visos de prosperar.

Pero prosperó, en buena parte gracias al sello Blue Note impulsado por Alfred Lion y Francis Wolff, los trompetistas arremeterían con todo. Freddie Hubbard, Kenny Dorham, Donald Byrd y Don Cherry aparecerían en grabaciones y tocando en vivo donde se pudiera (incluso en “lofts” acondicionados por los mismos músicos), uniéndose además en una dura lucha por el regreso del jazz a sus raíces afroamericanas. Pero, hasta esa noche fatal, Lee Morgan era el más prolífico entre ellos: había estado al frente en más de 25 discos, sin contar sus aportaciones para otros solistas y sus giras europeas con los Jazz Messengers de Art Blakey, durante las cuales, se supone, adquirió el “hábito”. Por una cuestión generacional y para salir del paso, se lo suele vincular al hard-bop y al soul jazz; sin embargo, su sonido, como el de los más grandes, iba camino a convertirse en un idioma propio, acompañado por uno de sus más fieles compañeros de ruta: el magistral baterista Billy Higgins.

Según algunos, la disputa de aquella noche se habría iniciado a las afueras del Slugs’, durante el intermedio de la presentación del quinteto de Morgan. Según otros, el problema venía de más lejos: Helen, una mujer dura que habría sacado a Lee de su adicción a la heroína por largas temporadas y que además fungía como su representante, estaba cada día más harta de que el trompetista le hiciera honor a su disco de 1965: The Gigolo. Un solo disparo accidental sin mayor gravedad, se dijo también; ya saben: Helen, en el fondo, lo amaba. Pero el trompetista no tuvo suerte (ni ambulancia) y acabó desangrándose en ese club de jazz que, por cierto, debió cerrar pocos días después: hoy sólo se lo recuerda como el lugar donde mataron a Lee.

Amalia Michailidi on X: "Lee Morgan / photo by Francis Wolff  https://t.co/NEzmXtgl45" / X

Lee Morgan (Foto: Francis Wolff)