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“Vendrá la muerte y tendrá tus dientes”, dice una sentencia anónima. Todas las sentencias deberían ser anónimas, porque lo esencial está en lo implacable de su decir y no en quien lo dice. En este caso, la sentencia se puede adecuar a distintos significados, como todo. Uno de ellos podría ser que la muerte no se anda con mentiras y su aparición es como una radiografía de lo que fue nuestra vida, con todos sus dientes y molares, presentes o ausentes. También, podría ser que esta aparición de la muerte y nuestros dientes sea una metáfora para decirnos que lo esencial siempre está frente a nuestra nariz, aunque es común no darse cuenta. Pero lo cierto, para el propósito de este relato, es que la sentencia anónima aparece en forma de epígrafe para anticipar La historia de mis dientes. Una novela en seis entregas escrita por Valeria Luiselli, que contiene las parabólicas, hiperbólicas, elípticas, alegóricas y preambulaciones circulares e historia de vida de Gustavo Sánchez Carretera. Editada por Sexto Piso, con ilustraciones de Daniela Franco. México, D.F. MMXIII.

Valeria Luiselli escribió La historia de mis dientes con una pequeña ayuda de 12 obreras y obreros de la fábrica de jugos Jumex. Lo que comenzó siendo un intercambio de historias terminó siendo una novela. Valeria escribía por entregas, y cada una de ellas era impresa para que en un cuarto del barrio de Santa María Tultepec fueran leídas en voz alta, comentadas y criticadas: “Fue un libro que escribí con una inmensa libertad y desparpajo, con una inmensa alegría y gozo por contar historias y también en un vaivén muy interesante con quienes a fin de cuentas fueron los primeros lectores. Estos trabajadores de Jumex son de algún modo coautores, porque fueron sus ideas, sus voces, sus comentarios y sus críticas e inquietudes las que fueron dirigiendo la pauta del libro. Yo no tenía un plan prefabricado, porque hubiera sido deshonesto tenerlo, y realmente lo que me interesaba era escribir a partir de un diálogo con los obreros.

– ¿Y cómo te fue en ese dialogo?

Fue fascinante y tuve también que despojarme de muchas mañas y muchos prejuicios. Por ejemplo, antes del primer intercambio con los obreros yo asumí que todos iban a ser hombres, pues como era una fábrica pensé que todos eran señores y me los imaginaba a todos como de cierta edad. Entonces, cuando mandé mi primera entrega decidí no escribir con mi nombre sino con un seudónimo, que era el nombre de mi narrador, Gustavo Sánchez Sánchez “Carretera”, y construí el personaje pensando en alguien que de alguna manera pudiera tener una cercanía en edad, género y profesión con los obreros de la fábrica. Luego, ellos se reunieron, leyeron esta primera entrega y grabaron su lectura en voz alta, con sus comentarios y críticas, como hicieron cada semana después de eso. Cuando me mandaron esa primera grabación, al escucharla me di cuenta de que la gran mayoría de las personas en el grupo eran mujeres, y desde ahí empezó mi propio enfrentamiento con las ideas que uno se forma de los lectores y que luego resulta que no son como uno creyó que eran. Entonces, desde ahí decidí no asumir nada de ellos.

– Esta novela colectiva, construida desde miradas ajenas al mundo de la literatura debió ser una gran vivencia, ¿no?

Lo que más me impresionaba de esos intercambios era la frescura y la capacidad crítica que había en ese grupo, porque finalmente tenían interés y se entregaron a la disciplina de reunirse una vez por semana para leer y discutir. Fueron muy disciplinados y generosos con su tiempo y sus comentarios críticos eran tremendos, recibí varios palazos interesantes que me ayudaron a despojarme de muchas mañas. Además, en mis entregas yo tenía que ser capaz de ofrecer cierto entretenimiento a un grupo de gente que había pasado todo el día trabajando en la fábrica y que, además de haber pasado todo el día trabajando, se reunían en la noche a leer estas entregas, entonces no podía yo escribir un texto muy soporífero porque se me hubiesen dormido y tenía que mantener un ritmo. El ritmo de la novela es veloz, no es una obra meditativa, es una novela que se mueve con la lógica de las novelas de panfleto del Siglo XIX, en entregas cortas, rápidas, episódicas, con cierto humor satírico … y todo eso lo fui descubriendo a medida que escribía.

– Maravilloso caldo de cultivo para la experimentación y la reinvención de la novela…

La novela trata de reflexionar a propósito de los procedimientos dentro del arte contemporáneo que generan valor agregado en los objetos del arte contemporáneo. Entonces, por ejemplo, pensaba en el “name-dropping” o en la construcción del artista como un personaje público, o en la presencia del artista en su obra. O, lo más importante, la importancia del tejido narrativo en torno a una obra con respecto a un sentido que quizás no tenga sin ese discurso que la envuelve. Entonces todas esas eran cosas que yo iba pensando en este diálogo con los obreros, porque además entre todos teníamos que reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo en la galería de la Jumex en ese momento en que se estaba montando una exposición. Por eso, uno de los mecanismos que incorporé a la novela, traído del mundo de las artes, fue el desplazar nombres de escritores de su contexto habitual, es decir despojarlos de sus referentes usuales y usarlos sólo como nombres vacíos, dotados de una identidad distinta y lanzados sobre el texto para ver qué pasaba cuando usas un nombre como Julio Cortázar o Jorge Luis Borges en una historia donde aparecen sin su propia identidad, convertidos en conductores de un camión o farmaceutas o lo que sea. A mí me interesaba el peso de los nombres desplazados de su contexto habitual y puestos en otro contexto, un poco como el mingitorio de Duchamp a la inversa, o sea en el mingitorio de Duchamp era un objeto introducido al museo que no era un objeto de arte y entonces eso genera una reflexión sobre lo que pasa con un objeto una vez que está en un contexto que lo dota de valor y significado y yo estaba haciendo lo opuesto, sacar a un hombre del panteón literario y echarlo en la cotidianidad de un modo distinto.

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“Soy el mejor cantador de subastas del mundo. Pero nadie lo sabe porque soy un hombre comedido. Me llamo Gustavo Sánchez Sánchez y me dicen, yo creo que de cariño, Carretera. Puedo imitar a Janis Joplin después de dos cubas. Sé interpretar galletas de la suerte. Puedo parar un huevo de gallina sobre una mesa, como hacía Cristóbal Colón. Sé contar hasta ocho en japonés: ichi, ni, san, shi, ko, loko, sichi, hachi. Sé nadar de muertito. Ésta es la historia de mis dientes. Es mi carta familiar a la posteridad, mi ensayo sobre los coleccionables y el reciclaje radical. Primero vienen el Principio, el Medio y el Fin, como en cualquier historia. Ya luego vienen las Parabólicas, Hiperbólicas, Elípticas, y todo lo demás. Y después de eso no sé qué viene. Posiblemente la ignominia, la muerte, y más tarde, la fama post mortem; pero de eso ya no me va a tocar decir nada en primera persona”.

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La historia de mis dientes, Valeria Luiselli. Editorial Sexto Piso, 2014.