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RESET

 

“Vamos a empezar la sesión. Acomódese y relájese por favor”. Ágata no se atrevió a interrumpir el discurso teñido de empatía comercial del terapeuta, aunque hubiera resultado significante recordarle que el motivo de su presencia allí y ahora se derivaba precisamente de un estrés acumulado en su cuerpo y mente por tiempos remotos. Sin embargo, la mujer permaneció sin expresar su sentir real…una vez más; en este caso tal vez porque la consulta se encontraba pagada, bueno, pensar ese pretexto compensador le resultó útil a Ágata antes de acomodarse y esperar.

Afuera, las ramas de las palmeras más altas bailaban al ritmo discreto del viento.

En días anteriores Ágata había sostenido varias conversaciones con amigos cercanos familiarizados con temas de salud. Como ferviente defensor de las medicinas alternativas, Fabricio criticó el mercado del bienestar para alcanzar la felicidad de inmediato, ingurgitando dosis de pastillas en muchas presentaciones al gusto del cliente ante cualquier situación relacionada con dolor. En cambio, Marcelo, adepto convencido de la medicina alópata, se había encargado de disuadir Ágata de acudir con cualquier persona que no ostentara cédula profesional en su consultorio, advirtiéndole de los riesgos inherentes al someterse a algún tipo de tratamiento. “Tú que trabajas en la industria de la belleza mejor que nadie entiendes lo que te digo. El mercado de la felicidad es un gran negocio de venta y compra. Desde que el bienestar mental y físico está también abierto a terapeutas y coachees que llegan todos con la misma advertencia irrebatible: usted es quien se va a curar, yo nada más la voy a acompañar en el trayecto y tantos centenas o miles de pesos por sesión…”, por favor, no sabemos como detenerlos. Al cabo de las dos videollamadas, Ágata se encontraba más perpleja que antes, puesto que ninguno de los dos había dado argumentos a favor de su postura, sino que parecían dos políticos en época de contienda electoral: atacando al otro. Pasaron algunos días durante los cuales Ágata reflexionó por primera vez acerca de su profesión de cirujana plástica. En más de una década, ella y su socio Maximiliano habían transformado físicamente, en su mayoría, A mujeres de todas las edades para crear una apariencia o imagen más saludable ante los demás, procurando esconder las heridas emocionales. Mientras el espejo mande el acuse de recibido acorde a la solicitud de su clientela, todo estaba bien, solía afirmar Ágata hasta ese día en que hubo de verse ella en el reflejo. La única cura es el amor, pero no hay receta ni secretos para ello terminó pensando.

Recordó de pronto que Fabricio le había desaconsejado formalmente acudir con un hipnotizador.

“Ágata, ya terminó la sesión. Quedó reseteado su sistema nervioso central. Por lo que pude observar durante la sesión, usted fue sometida a una serie de propaganda masiva y sostenida, demasiado agresiva, de relaciones tóxicas y llevada a aceptar conformarse con muy poco en su vida, pero ya se encuentra como nueva”.

“Ágata dice usted, pero ¿quién es Ágata?”

Afuera, la tierra, ávida de agua recibía cenizas del volcán exhalando sin parar.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM