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Yo no jugaba a las muñecas. Prefería corretear con los muchachos del rumbo, jugar béisbol, encaramarme en los árboles, atrapar caballos en el día y luciérnagas en la noche, bailar el trompo y ponérmelo en la palma de la mano hasta que se quedara “dormido”; jugar a la rayuela, a las canicas y a la guerra.

Judith Reyes, La otra cara de la patria. Autobiografía*

¿Cómo escribir la biografía de un océano? ¿De qué manera relatar la vida de un bosque? ¿Qué palabras usar para describir el corazón de las nubes? No existen leyes escritas que ordenen el curso de la naturaleza. Las vidas del océano, el bosque y las nubes contienen el misterio de ese rayo invisible que endulza las naranjas y acidula los limones.

Contar la historia de Judith Reyes es trazar el camino de una verdadera fuerza de la naturaleza. Su espíritu de rebeldía ante lo injusto, la fidelidad a sí misma, el coraje para seguir andando un camino sinuoso y su pasión por la vida, materia y espíritu de ese fuego interno que la habitaba. Todo, afinado por el canto combativo y urgente.

En su libro Judith Reyes: una mujer de canto revolucionario, la historiadora Liliana García busca en el caminar, en los ecos profundos y en las enseñanzas de esta mujer, reconstruir una vida que también contiene momentos esenciales en la historia de la lucha social, la canción urgente y la canción popular mexicanas. En el párrafo final de su libro, Liliana define así la vida y la obra de Judith Reyes: “Uno de los más valiosos cantares del acelerado siglo XX, registro musical de hecho y actores históricos. Crónica de las hazañas y los hechos memorable, desde los ojos de los “otros”. Un registro que se suma a la crónica contemporánea de la resistencia y la defensa de la dignidad humana”.

La vida y la obra de Judith Reyes son una sola travesía. Esa niña que a los diez años recibió de su padre una vieja guitarra sexta doble, con las cuerdas y la maquinaria oxidadas, que recibió como si fuera el mapa de un tesoro que ella misma se encargaría de encontrar. Esa niña que escuchó a su padre hablar de las injusticias que vivió como bracero en Estados Unidos y que en esas historias halló el don de la indignación y el coraje para vivir en constante rebeldía contra los abusos del poder, cualquier poder, el de los patrones y el de los machos. Esa mujer que vivió de cerca la época de oro de la canción y el cine mexicanos, que pudo ser una de sus estrellas pero se alejó de ese mundo por el inmenso dolor que le provocó la muerte de su amigo, Jorge Negrete, quien supo valorarla y grabó sus canciones, como la célebre “Parranda larga”. Esa mujer que hizo del periodismo y el canto su manera más explícita para hablar de tomas de tierra, movimientos guerrilleros y estudiantiles, luchas sociales del continente americano. Esa mujer que sabe interpretar la canción popular con esa cadencia y sentimiento que tienen los clásicos.

La ideología no es contraria a las formas de la canción popular, los mismos acordes sirven para cantarle al amor, al despecho o la guerrilla. Judith tuvo espíritu para entregarle su corazón a esas dos maneras de andar por la vida. Su manera de cantar esas canciones que tanto se cantan (“María Chuchena”, “La Rielera” o “Me he de comer esa tuna”), desde el temple de la mejor tradición ranchera, contrastan con su preciado espíritu bravío, azuzada por una realidad cabrona. Porque Judith Reyes era una mujer radical. En su rabia se concentraba la rabia de muchos y la lucha contra el silencio de tantos. Pero más allá de las ideologías, de los juicios lapidarios que condenan los actos radicales desde la comodidad de la distancia, en el canto rebelde y explícito de esta mujer intensa ha quedado una memoria necesaria, a la vez que una abierta provocación para vivir por el mundo con la certeza de las convicciones y no de las conveniencias. Práctica más bien imposible en estos tiempos, donde cada vez son más los que se aferran a proteger sus parcelitas o sus latifundios.

Cuando pienso en Judith Reyes pienso también en José Revueltas, en Lucha Reyes, en Violeta Parra, en el bosque, en el océano y en la lluvia.

*Primera edición en la UNAM: agosto de 2019

Centro Cultural Universitario Tlatelolco, UNAM

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Judith Reyes