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Con motivo de la salida de imprenta -tarde- de la revista teatral mexicana PasodeGato que en 2003 sólo pudo imprimir dos números por la situación de las políticas culturales del país, se organizó en noviembre pasado un panel sobre producción teatral que convocó en el Teatro Libanés uno de los mayores productores del llamado teatro comercial: Morris Gilbert, director de MejorTeatro. El conversatorio se tituló: “Producción teatral: ¿compromiso, harakiri, apostolado o negociazo?” La mesa variopinta incluía a productores que cuentan con el respaldo de organizaciones grandes como OCESA, funcionarios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), así como productores independientes. Lo realmente sorprendente del encuentro fue tener en el mismo escenario a protagonistas del teatro mexicano que únicamente se topan colateralmente en las premiaciones anuales de asociaciones de críticos, para reflexionar sobre lo que es levantar proyectos en un país con políticas cada vez más hostiles hacia la cultura y el mundo del espectáculo.

Los ponentes invitados fueron Susana Alexander (actriz, directora y productora), Juan Torres (Productor), Jimena Saltiel (Once Once), Mariana Garza (actriz y productora), David Cuevas (Vatru Entertainment), Julieta González (OCESA), Daniel Delgado (Playhouse Entertainment), Juan Meliá (Dirección de Teatro, UNAM), Daniel Miranda (Coordinador Nacional de Teatro, INBAL), Morris Gilbert (MejorTeatro) y Jaime Chabaud (PasodeGato y Mulato Teatro). El tema central de la mesa, desde mi punto de vista, se despejó con bastante celeridad, aclarando además los mitos y confusiones que existen -diría Gilbert- por influencia del sistema norteamericano respecto al papel del productor así como las diferencias entre “productor, productor asociado y productor ejecutivo”. Lo que emergió de manera clara fue que, desde las aparentemente contrarias trincheras del quehacer teatral en realidad hay un vértigo que une a todos aquellos que levantan proyectos teatrales que es el encuentro con los públicos y que las salas se llenen. Más allá de si los proyectos resultan mínimamente rentables o se recupera la inversión, lograr la conexión con los públicos, que éstos disfruten de lo que se ha construido con tanto esfuerzo, es una pasión que parece irrenunciable, una adrenalina adictiva y hermosa que justifica que nos dediquemos a labor no pocas veces ingrata.

En México, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), sólo el 8.5% de los ciudadanos consume teatro o a entrado alguna vez al teatro. Esta cifra, como la de cuantos libros de leen en el país al año (que se estima en 3.4 en la población alfabeta), nos arroja una realidad alarmante aunque no desconocida. Ese 8.5% de los mexicanos que han asistido al teatro primordialmente se concentra en las grandes capitales: Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara y algunas más. De las 32 provincias o Estados que componen la República Mexicana la mayoría no cuenta con más de un “gran” edificio teatral en su capital, mismo que resulta inaccesible para los grupos locales pues los funcionarios o políticas institucionales suelen rentarlos a altos precios a las producciones comerciales. Y eso es en las capitales de los Estados. Buena parte de ese 91.5% de mexicanos que nunca han tenido acceso al teatro viven en las grandes capitales pero una cifra aún enorme en municipios que a su vez tienen pequeños poblados, prácticamente sin infraestructura cultural salvo en las cabeceras municipales alguna Casa de la Cultura que se usa para lo que sea, incluso para cultura.

La realidad es que luego del boom del regreso de espectadores a las salas teatrales postpandemia de COVID 19, ha venido una baja en la asistencia. La oferta teatral de teatros independientes, institucionales y comerciales es enorme, primordialmente en las grandes capitales. La demanda no. Pero todo este teatro sigue apelando a ese 8.5% de la población que ya lo consume. El gran tema cuasi mitológico de lo que significa la “creación de públicos” continúa en el plano de las especulaciones y aproximaciones teóricas (salvo esfuerzos que escapan a esta prejuiciada interpretación mía, aunque sus alcances aún están por medirse). Lo cierto es que allá afuera de los edificios teatrales y de las políticas públicas (en México el fracaso de este gobierno se llama Cultura Comunitaria) el 91.5% de la población espera por nosotros. No saben que aguardan porque al fin decidamos salir de los centros de prestigio cultural para volver a hace la legua como antaño para irles a conquistar para el teatro. Si no saben que necesitan el teatro o que éste les puede dar satisfactores y consuelos varios, ¿cómo les hemos de llamar a su justa causa?

* Dramaturgo, periodista y editor

Un grupo de personas de pie

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