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Con la muerte de Adalberto Ríos Szalay, morelense universal, Morelos ha perdido a su más grande embajador y México al más importante documentalista de su patrimonio cultural. Fue un fedayín de la cultura, como él mismo lo comentó en una entrevista que le hice de seis horas de duración; el último, digo yo. La cultura nacional está de luto. Su partida deja un vacío insustituible en la historia de la cultura en Morelos, esa “potencia cultural” que tanto han ignorado los políticos.

“Mostrar la dignidad cultural de los pueblos de México y el mundo, pero muy especialmente de Morelos”, esa fue la impronta que Adalberto Ríos Szalay hizo de su trabajo fotográfico, una pasión indómita por descubrir, investigar y divulgar, “no nada más la belleza sino aquello que nos pertenece a todos como humanidad: nuestra cultura”.

Adalberto hizo de sus travesías un itinerario cultural que en cinco décadas le dio la vuelta al mundo haciendo de su obra un acervo que desde la antropología visual será una referencia del mundo que hemos destruido, pero también del planeta que deseamos preservar. Viajó tierra adentro, a la provincia y a la ciudad, cámara en mano, navegó sus mares; caminó sus costas, valles, montaña y desiertos. En avioneta, en helicóptero, en aeroplano o a caballo, exploró las profundidades del alma de México. Departió sus festividades, fue testigo del poder de su voluntad, del carácter de su pueblo y el fervor de su fe, de su gente creativa y creadora, testigo apasionado de su historia de miseria y la grandeza, escuchó sus sonidos y sus músicas, le vio danzar, con el rostro desnudo y la máscara cantar, embriagarse y degustar los sabrosos festines de su cocina tradicional.

Apasionado y sonriente, enérgico y contundente, Adalberto siempre despertó en quienes le conocimos, una inagotable fascinación por el patrimonio biocultural de nuestro país: un legado milenario de pueblos y culturas que siguen asombrando a propios y extraños, exploradores, viajeros, turistas y científicos. Se obnubiló con el colorido de su belleza y la diversidad de su gente, un país de naciones. Resultado de ello: más de cuarenta exposiciones por todo el mundo, cerca de sesenta libros, crónicas de viajes a más de cien países, prólogos, introducciones, conferencias en diversas universidades e instituciones culturales de México en el mundo, así como miles de horas en radio en donde siempre fue una delicia escucharle a él y a sus invitades.

Su trabajo es imprescindible para la conservación y el estudio a través de sus registros de la biodiversidad y patrimonio cultural de México. Esto le valió el galardón Premio Mundial a la Excelencia Fotográfica Fuji, otorgado por la UNESCO y el Doctorado honoris causa otorgado por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

La historia comenzó en 1963, cuando el joven Adalberto, nacido un 21 de marzo de 1943 en la calle de Aragón y León, en Cuernavaca, se deslumbró después su primer viaje a Suecia. Después vinieron Suiza, Dinamarca, España, Francia, Alemania y una historia interminable de muchos otros lugares que le permitieron estar tomar café con una familia de mayas lacandones en Chiapas, o frente a las colecciones de arte en el palacio de Catalina La Grande en Rusia, hasta el Santuario de Ballenas de El Vizcaíno, el área natural protegida más grande de México en Baja California, o fotografiando el rosetón del Convento de Yecapixtla después del sismo de 2017, o a un artesano en Yautepec o cañaverales lo mismo en Cuba que en Zacatepec.

Archivos Compartidos Tres Ríos es una obra monumental conformada por más de un millón de imágenes de los cinco continentes que ha sido registrada como Memoria del Mundo-México de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). “El acervo representa un compromiso con el patrimonio de la humanidad, para difundir la cultura y la educación, la ciencia, la riqueza de su biodiversidad, lo que implica también la responsabilidad de mantenerlo vivo y transmitirlo a otras generaciones, pero lo más importante, es hacerlo público y de forma gratuita”.

De poderosa memoria, una inteligencia sagaz, una educación cultural, y un maravilloso sentido del humor, Adalberto fue un maestro de la conversación. Siempre tenía una anécdota de sus vivencias con campesinos, artesanos, artistas, reyes y reinas, políticos, presidentes, primeros ministros, embajadores, periodistas, directivos de la UNESCO, empresarios, cronistas, promotores y gestoras culturales, actrices, obispos, monjes, e intelectuales, arquitectos y científicos.

Algunos nombres: Valentín López González, Efraín Pacheco Cedillo, Jorge Cázares Campos, Guillermo Monrroy, Rafael Cauduro, el último sah de Persia, Mohammad Reza Pahleví, Juan Carlos de Borbón, Fidel Castro, Luis Echeverría, Mercedes Sosa, Alberto Diaz de Cossio, Enrique Cattaneo, María Félix, Octavio Paz, Miguel León-Portilla, Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Sergio Méndez Arceo, Rigoberta Menchú, Virgilio Caballero, Manuel Buendía, Luis Suárez, Baltasar López Bucio, Fray Gabriel Chávez de la Mora, Pedro Ramírez Vázquez, Edmundo Calva, Carlos Montemayor, Guillermo Bonfil Batalla, Rodolfo Stavenhagen, Jorge Alberto Lozoya, Ignacio Padilla, Diego Prieto, José Sarukhán, Carlos Villaseñor, Shigeko Watson, Teresita Loera Cabeza de Vaca, Marcela Tostado, Elvira Pruneda, Brígida Von Mentz, Salvador Rueda Smithers, Frida Mateos, Laura Ledesma, Edgar Assad, Fernando Hidalgo, Víctor Hugo Valencia, Jesús Nieto, Celia Fontana, Miguel Morayta, Lya Gutiérrez, Shigeko Watson, Margarita González Saravia, Rodolfo Becerril, María Elena González, Cecile Camil, Lucino Luna, Serafín Gutiérrez, Lucino Luna, Cornelio Santa María y entre muchísimas más.

Habrá que estudiar su legado, su papel como fundador, asesor, colaborador y servidor público dentro y/con instituciones culturales y científicas como el Instituto de Cultura de Morelos, la Conabio, el INAH, el entonces Conacyt, el CONACULTA, FONART, la UAEM, y la UNAM, su alma mater, la UNESCO, la Biblioteca del Congreso de Washington y diversas universidades del extranjero.

Congruente con sus principios, Adalberto también asumió una postura política y tuvo cercanía con gobernadores como Antonio Riva-Palacio, Jorge Morales Barud, pero también discusiones, diferencias y distancias con gobernadores como Jorge Carrillo Olea, Sergio Estrada Cajigal Ramírez o Graco Ramírez, y fue un severo crítico de lo que él llamó el desdén a la cultura morelense, contra aquellos que denominó la legión extranjera: de Mercedes Iturbe a Cristina Faesler.

Nos queda el recuerdo de un hombre ejemplar, coherente, ejemplo de su generosa amistad, de ideas y acciones, libre, digno, inteligente y franco de pensamiento, con un sentido del humor maravilloso. Compartimos amistades cercanísimas, un privilegio. Me enorgullece haber contado siempre con su apoyo moral, intelectual y político para la creación ciudadana de la Ley de Cultura y Derechos Culturales para el Estado de Morelos.

Nos volveremos a encontrar, para comer un delicioso espinazo y costillas de cerdo en salsa verde con verdolagas, acompañado de agua de limón. El vino para y la cerveza para festejar a la vida.

Lo hizo bien, muy bien. Somos sus herederos. Lo vamos a extrañar.

Buen viaje, maestro, y como lo dijo en nuestra última conversación el pasado lunes: “¡Que viva Morelos!”