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La hiancia en psicoanálisis

 

Me da la impresión de que una de las principales intenciones de gran parte de las psicoterapias hoy en día es resarcir las faltas, llenar vacíos, apuntar a una idea de completud, realización y plenitud. Negar estados de dolor y malestar, y acercarnos tanto como podamos a ideales de bienestar. Después de todo, en tanto terapias, buscan precisamente eso: efectos terapéuticos.

Desde luego, puedo estar equivocado. Baso mi razonamiento en lo que veo y escucho aquí y allá: en redes sociales, en las charlas de café. Nociones como “si duele, ahí no es”, plantean lógicas donde lo que se busca es huir del dolor, e imaginar una situación en la que éste brille por su ausencia. Pero, ¿tal cosa existe?

Pensar que existe un método, una receta, o un saber que nos provea de un bienestar “lleno” o colmado, en donde lo que prevalezca sea precisamente la completud (por ejemplo, otra de las cosas que he escuchado mucho es que la terapia da “herramientas”, con las cuales podremos saber-hacer, y cabría insertar aquí la lógica de Iván Illich de que en la era de los sistemas, más bien nos volvemos herramientas del sistema, y si acaso el sistema nos provee de herramientas, éstas no son conviviales, sino que siguen estando al servicio del sistema), es una falacia.

Esta idea de saber absoluto, con todo y método para su realización, Lacan la adjudica a Hegel y su Fenomenología del Espíritu, obra en donde el filósofo alemán postula que todo, absolutamente todo, es susceptible de ser cognocible y aprehendido. Para Hegel, el hombre puede aspirar a saberlo todo mediante su dialéctica: el encontronazo de la tesis y su opuesto contrario, la antítesis, que daría como resultado una síntesis, un nuevo conocimiento, que permitiría que éste siga avanzando cada vez más, hasta llegar a un punto de plenitud.

Sin embargo, Lacan no cede a la facilidad, y antepone a la dialéctica de Hegel, la duda cartesiana. Para Lacan, es imposible aspirar a saberlo todo, a un estado de completud sin falta. Por el contrario, Lacan recuerda el cogito cartesiano, y nos recuerda que, lejos de buscar (y pretender encontrar) certezas, de lo que se trata es de dudar de todo. La pregunta como herramienta de desmantelamiento del poder.

Por eso, cada vez que escucho las formulaciones lógicas, las metodologías que proveen gran cantidad de psicoterapias (algunas de las cuales hasta dejan tareas, ¿es la terapia una pedagogía?), no puedo menos que asombrarme: ellas suponen que, si el sujeto hace, o deja de hacer, esto o aquello, llegará a un punto de realización o algo semejante (pero, ¿quién se realiza, el sujeto, o el terapeuta porque su paciente cedió, se acomodó, a lo que él considera lo mejor para el otro?).

El psicoanálisis, por el contrario, sabe que no existe esa tierra prometida (o, cuando menos, lo sospecha, para ser consecuentes con Descartes). No existen los estados de completud, plenitud y bienestar absolutos, desprovistos de dolor. No existe un momento en el que el sujeto se vaya a conocer a sí mismo, por completo. Por el contrario, en vez de ceñirnos al principio de Delfos, nuestro principio es contradélfico: ¡desconócete a ti mismo! El psicoanálisis no promete ideas de curación, no promete la salud mental (más bien al revés: cuestionamos todo esto). En gran medida, el giro novedoso del psicoanálisis es sabernos en falta.

*Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Contacto: freudconcafe@gmail.com