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Víctor Manuel González.

La ciencia y el arte son expresiones culturales con una misma raíz. En ambas, la humanidad manifiesta su necesidad de conocer y explicar la naturaleza y de encontrarse a sí misma. Muy aparte de la utilidad que pueden tener la ciencia y el arte para aminorar y remediar los grandes problemas humanos, la fuerza motriz de los artistas y los científicos es el conocimiento en sí mismo. En el artículo “El valor cultural de la ciencia”, Edmundo Calva escribió “las ciencias comparten con las humanidades y las artes el proceso creativo, y todas ellas son satisfactores de la necesidad de explorar lo ignoto”. Edmundo afirmaba, con idealismo griego, que la importancia de invertir en la ciencia era precisamente por su valor cultural, y que los avances tecnológicos que nos permiten una vida sana y cómoda son resultado de hacer bien el trabajo científico en un entorno cultural y humanístico. Declaraciones como estas expresan un ideal poco apreciado en un contexto político y social, donde se exigen soluciones y productos para consumo inmediato, a la vez que se escatiman recursos financieros a la educación, ciencia, arte y cultura.

La buena ciencia, tanto como el arte que conmueve nuestros sentidos, son frutos del trabajo constante y del tiempo. La naturaleza imita al arte, escribió Oscar Wilde. En la ciencia, a menudo ocurre que la exploración de una pequeña porción del mundo natural resulta tan sorprendente, que es dificil renunciar a la tentación de imitarla en el laboratorio, e incluso ir más alla, como hizo la física de los años cuarenta del siglo XX, que logró entender la intimidad del átomo y desarrollar sus aplicaciones.

Edmundo narra en su artículo, “La búsqueda de la belleza”, su visita al pueblo natal del pintor surrealista Salvador Dalí en Figueras, Girona, España. Al ver la pintura de los relojes (Els rellotges, 1931) dilatados por el calor en un paisaje árido, Edmundo escucha una voz interior: “esta es la emoción fundamental que se percibe ante una obra maestra, en cualquier ámbito del quehacer humano, particularmente en las ciencias y en las artes”. Y exclama: “¡Eso era lo que había buscado por años; la fuerza unificadora de los procesos culturales! “ Edmundo, se refería a la belleza de la intersección de los procesos creativos de la ciencia y el arte, como explicación unificadora de dos mundos a menudo considerados separados. Contra lo que escribió C.P. Snow en su famoso ensayo “Las dos culturas” (1959), acerca de la mutua incomprensión entre científicos y literatos, personas como Edmundo, artistas y humanistas, sus amigos, entienden la ciencia, el arte, la literatura y la música como una sola cultura.

Edmundo Calva Mercado falleció el 15 de Junio de este año. Fué Biólogo Molecular con un Doctorado en la Universidad de Wisconsin en Estados Unidos. Trabajó como investigador en el Instituto de Biotecnología de la UNAM en Cuernavaca Morelos. Investigó a nivel genético y molecular, la manera como la bacteria Salmonella ocasiona infecciones en el ser humano. A lo largo de su carrera educó varias generaciones de cientificos, que hoy contribuyen al conocimiento de las enfermedades causadas por bacterias. A la par de su figura como hombre de ciencia, Edmundo fue un humanista mayor, cuya sensibilidad le permitió percibir la belleza de las actividades humanas y su poder civilizador. Con mucha generosidad expresó “la aplicación más importante de la ciencia, es social”, y ciertamente, “la médula de la ciencia no está en qué se obtiene, sino en cómo: la ciencia es el camino”. Escuchemos un adagio en su memoria.

vgonzal@live.com

Nota: los artículos citados fueron publicados en la sección “La Ciencia, desde Morelos para el mundo” de la Academia de Ciencias de Morelos en el diario la “Unión de Morelos”. Pueden leerse en el sitio web de la Academia: https://acmor.org/busqueda-de-articulos?buscar=Edmundo+Calva+

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