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Redes sociales y fragmentos

Alfonso Valenzuela Aguilera

Aunque parezca difícil creerlo, hoy es el día de las redes sociales. No sé si amerite una celebración como tal pero sí una reflexión sobre el impacto que tienen en nuestras vidas. La idea de origen fue quizás la de vincular a gente con intereses similares, establecer canales de comunicación con familiares, amigos o colegas del trabajo, pero la realidad actual es que las redes pueden servir como un vehículo para manifestarse en contra o a favor de una idea, para criticar una propuesta o compartir nuestra opinión con los amigos.

Por otro lado, las redes juegan un papel determinante en la economía de datos, y a falta de reglamentaciones, las compañías capitalizan la información que dócilmente les dejamos al interactuar cotidianamente, y que se utiliza tanto para identificar clientes potenciales como para predecir el comportamiento de los usuarios. Sin embargo, a lo que me quisiera referir en esta ocasión es a que el uso de redes sociales produce una fragmentación de la percepción, dado que nos orilla a enfocarnos en informaciones inmediatas, breves y cambiantes, dejando fuera una comprensión que pueda incluir un poco más de contexto, de historia o narrativa.

Los relatos crean una continuidad temporal que permite ubicarnos en el tiempo y en el espacio, lo que nos da las bases para desarrollar una racionalidad, y no solo reaccionar ante datos coyunturales o escándalos mediáticos. En ese sentido, es frecuente que la interacción con determinados grupos con intereses afines derive en la formación de burbujas sociales en donde la gente se agrupa en comunidades virtuales con gente que tiene intereses u opiniones similares. Además, es sabido que los algoritmos buscan replicar informaciones aparecidas en las plataformas digitales, de modo que el usuario encuentre una caja de resonancia en donde sus ideas y convicciones se amplifiquen. Este fenómeno limita la exposición de las personas a opiniones divergentes, lo que dificulta el diálogo y la comprensión mutua.

Otro elemento por considerar es la brevedad de las comunicaciones en las redes sociales, empezando por la limitación de caracteres como plataformas como Twitter, lo que obliga a los y las usuarias a simplificar sus argumentos, polarizar sus opiniones y limitar un razonamiento amplio sobre cuestiones de fondo. Es así, que en estas plataformas se fomentan las confrontaciones en lugar de promover un debate informado, constructivo, reflexivo y crítico. Para ello, las conversaciones deberían poder extenderse y no quedarse como notas al margen, buscando establecer una conexión emocional más profunda y significativa con los demás, así como contribuir a una comunicación más clara y directa.

Algo que deberíamos tratar de recuperar es la lectura de textos más allá de los mensajes, noticias y opiniones en las plataformas. Entre los beneficios tenemos el desarrollo de un sentido de profundidad y del contexto, toda vez que en los libros existe la posibilidad de desarrollar ideas, crear atmósferas, presentar argumentos detallados y explorar conceptos complejos, lo que se dificulta con la información fragmentada sobre la que se basan las redes sociales. Además se puede desarrollar un pensamiento crítico al encontrarse distintas perspectivas, argumentos o evidencias sobre casos específicos, permitiendo formarse una opinión informada sobre distintos temas.

Por otra parte, los libros permiten establecer un diálogo imaginario con quien lo escribe, además de contribuir a expandir nuestro vocabulario y mejora la escritura. El conocimiento del lenguaje es clave para poder formular ideas complejas, para expresarse de manera fluida y adquirir un sentido de estructura. Todo esto deriva de poder seguir una narrativa la cual cumple las funciones de conectarnos con los otros y con uno mismo, estableciendo vínculos emocionales ligados a la experiencia que nos permite identificarnos con los demás, encontrando nuestros puntos comunes.

Es por ello que aún cuando las redes sociales forman parte de nuestra cotidianeidad no debemos dejar de lado la capacidad de contextualizar lo que vemos, oímos y leemos. Más allá de los datos que deja nuestra huella digital tendríamos que recuperar la narrativa que nos permite entender el contexto en que vivimos, las circunstancias, condiciones y factores que rodean nuestra existencia, y que le dan finalmente un sentido.

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