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La realidad de la belleza

(luciérnaga fugaz)

se posa 1 segundo en mis cabellos

¿Qué viento negro podría romperme el paso

o intentar siquiera cancelar mi canto?

Mario Santiago Papasquiaro

Su personalidad y su figura eran las de un caballero andante. Su nombre, una premonición: Horacio Caballero Silva. Su verbo se desbordaba para hacer brotar un nuevo y ancho río. Era un ser con el don de la palabra, que aireaba en conversaciones interminables, fumando y bebiendo café. Era un tejedor de historias a la velocidad del instante. Fue amigo del poeta Mario Santiago Papasquiaro, fundador del Movimiento Infrarrealista, y guardaba recuerdos de sus encuentros, como quien sabe bien que la ausencia es una presencia que los momentos de entrañable amistad sellaron para siempre. Horacio siempre fue un poeta anónimo cuyos mejores versos quedaron flotando en el medio ambiente. Murió hace cuatro meses en la Ciudad de México. Como un recuerdo y una forma de homenaje, comparto algunos momentos de su memoria en torno a ese amigo:

Mario Santiago investigaba a la prostituta, al prisionero, al que murió de cirrosis, al mediocre, investigaba al criminal, al vividor, al que le roba a los demás con su profesionalismo. Todo el inventario de sinvergüenzas estaba perfectamente valorado por él y lo aprovechaba hablando no de personajes sino con metáforas que aludían a ese tipo de seres. Sus metáforas tienen la característica hermética de contener compactos de seres compactados que viven en una promiscuidad, en un horror, en una soledad indiferente. Toda esta sociología de seres excepcionalmente defraudados, tristones y resentidos, tenían la revancha en el verso agresivo y sorpresivo de Mario Santiago. Él, ahora sí que se hacía cargo de causas perdidas y las llevaba a expresarse a través de su palabra. En el universo secreto al que arriba con mucho esfuerzo el poeta, están invitados todos los personajes que menciona y algunos que, aunque no los nombra, están presentes porque los respeta.

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A fin de cuentas, es un ser que se gana a pulso cada instante de libertad, que quema, que incendia, que convierte en un montón de ruinas o en pleno poema mira cómo se resquebrajan las verdades, las cosas. Luego, con esos pedacitos arma nuevas criaturas animadas, sólo para que el poema tenga una expansión, una extensión, una forma encantada, como un monstruo que con un beso se convierte en princesa. Esas historias que nos cuentan de niños, él las recreaba. En muchos momentos vemos cómo hace los milagros de transformar lo horrible en maravilloso o desenmascarando lo maravilloso con todas sus complicidades con una humanidad que él definitivamente no puede salvar. La mira toda leprosa y toda enferma. Se especializa con las enfermedades de los pobres: la sífilis, la tuberculosis. Pero no sólo las enfermedades, sino la locura, el ímpetu y la dignidad que le agrega a sus esfuerzos de persona que maltrata con la palabra a otras palabras. Entonces, es la lucha contra esa personalidad con la que no para de tener conflictos, que puede ser Dios, un ángel o cualquiera de los demonios que él menciona. Porque no menciona a los demonios de acuerdo al nombre que tienen en las tradiciones musulmanas o judías o cristianas. Cuando digo que él menciona a los demonios es que él menciona la embriaguez, la pobreza, la sordidez. Las conjura y se pelea con ellas, no son sus socias sino sus formas de provocar al abismo para sacar lo que Rimbaud decía: a ver qué sacas, ¿lo amorfo?, dalo, sigue dando lo amorfo, si trae forma dalo con forma.

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Una de las cosas que le producen más placer es llegar al momento del éxtasis de la gran poesía. Lo convierte en sorpresa, aprovecha esta forma de exteriorizarse como alguien sorprendido porque la cosa ya está diciendo con más energía una verdad. Sabe hacer muy bien los contrastes y las verdades a las que se permite tener derecho son las verdades del pobre y del que sufre, del que tiene un resentimiento más grande por lo que la humanidad no tiene que por lo que a él le falta.

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Otra cosa que puede permitirnos una pista para descubrir los recursos secretos de Mario Santiago es el placer que la da no ser monedita de oro. El placer que le da ser una mortificación hasta para las personas que más estima. Eso le costaba mucho. No se flagelaba como un místico en la celda de un convento, aunque podrían considerarse actividades por el estilo esas depresiones alcohólicas que indudablemente no eran placenteras. Lo placentero en él es encontrar calidades, no la belleza como una presencia o una estatua o una imagen maravillosa. No, no, no. Las pinceladas que llegan a tener estas calidades eran para él su gran encuentro con la poesía. No con la poesía bonita, sino la poesía que encontraba en esas astillas verdades supremas y eso era su esfuerzo de náufrago. Al mismo tiempo, cuando ya despertaba de su propio impulso y se daba cuenta de que su forma de no fracasar en el esfuerzo poético le procuraba el placer y el gusto de poder leerles a sus amigos el poema, a ver qué te parece esto, en una llamada telefónica a las tres de la mañana, cuando uno está más bien para descansar y dormir que para escuchar a un tipo con el que se necesita el triple de voluntad para entender que se trata de un artista excepcional.

Un gato acostado en el suelo

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Hallazgos – San Agustinillo, Oaxaca, 2023 / Cortesía del autor