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Debo iniciar esta columna señalando que no estoy en contra del turismo, ya que por décadas ha representado una de las principales fuentes de empleo en el Estado de Morelos. Sin embargo, en los últimos años, la industria turística trajo consigo más problemas de los que el supuesto impulso a la economía pretendía solucionar. De ellos podemos destacar el desmantelamiento de las economías comunitarias en pro de grandes inversionistas, la perturbación de las dinámicas sociales y la multiplicación de personas que “vibran alto”, estos últimos traen consigo el encarecimiento del nivel de vida y el desplazamiento de habitantes originarios hacia la periferia.

Para los grandes empresarios y a los turistas extranjeros que cuentan con capital económico, la industria inmobiliaria les abre espacios privilegiados en los centros de las comunidades o en las áreas de alto valor con miras a la construcción desarrollos turísticos exclusivos, brindando acceso a todas las comodidades. Mientras que aquellos que carecen de capital o no son apoyados por grandes firmas de inversión, son desplazados a la periferia. Combinando la segregación social se con la segregación espacial.

La gran pregunta es ¿qué hacer ante esa visión neoliberal/capitalista del turismo? Una de las posibles respuestas la encontramos en el pueblo de Sisal, Yucatán que ha rechazado rotundamente el nombramiento de “Pueblo Mágico” por los riesgos que representa para la vida comunitaria. Mientras que en el país son numerosos los pueblos que se pelean por acceder a esta distinción. Las prácticas paternalistas asociadas al turismo también deben erradicarse. Gobierno y comunidad deben trabajar en condiciones de igualdad en los proyectos enfocados a incentivar el turismo, en donde las prioridades de la comunidad primen por sobre la turistificación y las ganancias económicas de grandes empresarios. Evitando que tanto la industria turística como la inmobiliaria generen afectaciones irreparables en el medio ambiente y en la dinámica social y habitacional de los pueblos.

Por su parte la visión de las grandes empresas siempre ha sido la de minimizar las más que justas quejas y críticas realizadas por parte de las comunidades, respecto a sus proyectos. Estos suelen usar el argumento de que los desarrollos turísticos son benéficos porque traerán empleos. Como si las personas no tuvieran uno o los sueldos pagados realmente signifiquen una mejora en la calidad de vida de los pobladores gracias a la construcción de los megaproyectos.

El abandono de la eficiencia económica, el abaratamiento de los costos de producción, el trabajo y la calidad del empleo en el ramo turístico deben ser sustituidos por un crecimiento con bienestar que permita el restablecimiento de los ecosistemas dañados por el turismo masivo y sin planificación. Así como nuevas estrategias para un turismo sostenible. Con la erradicación del turismo extractivista debe establecerse un nuevo contrato social entre las comunidades y los interesados en participar del turismo, desde empresarios hasta los visitantes comunes. Promover un turismo socialmente responsable en el que el visitante y el empresario respeten la diversidad cultural y en la medida que las comunidades lo permitan, participar y contribuir al desarrollo del bienestar.

Adoptando estas medidas, el turismo dejará de verse como una industria que afecta tanto o de igual forma como la industria pesada. La crisis climática es real y si no incidimos en políticas públicas que frenen los grandes desarrollos turísticos que privatizan nuestro patrimonio y cuya huella ecológica es casi imposible de revertir, terminaremos acelerando la catástrofe. De tal forma que la conjunción de capitalismo, turismo y cultura es una receta para el caos. Daña el medio ambiente, legitima el despojo a las comunidades y la apropiación del patrimonio cultural por parte de empresas y grandes capitalistas. Como ya ha sucedido en Tepoztlán, Xcaret o San Miguel de Allende, solo por mencionar unos ejemplos.

*Historiador