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Siendo totalmente sincero, me conocía mucho mejor hace unos meses. Vivía en un autoexilio, uno que yo mismo me había creado, tenía poco acceso a las redes sociales y por ende a las distracciones, a menudo me encontraba caminando y haciendo ejercicio en silencio, tratando de esquivar cualquier encuentro social.

No es que no me rompa los vidrios estar con más personas, en realidad disfruto mucho de ello, y trato de estar presente cuando lo hago, cada que veo a un amigo lo escucho con atención, y casi siempre recuerdo lo último que dijo, pero estar solo me parece un ejercicio imprescindible hacía la libertad personal.

Es como si ese distanciamiento del mundo exterior te protegiera y te diera la posibilidad de escuchar lo que tienes dentro, y para eso es menester clausurar el ruido, silenciarlo, estar lejos de testigos que arropen y desenmascaren con sus opiniones nuestras acciones, hay que crecer sin creer que las mesas de café son sólo eso; mesas de café y no montañas, hay que romper con la simulación.

Qué terrible responsabilidad para los amigos que acaban de ser padres: intuir que esto que hagan con los primeros años de las vidas de sus hijos les marcará para siempre, como unos grilletes invisibles sobre la inocencia incandescente de aquello que son y serán, limitando su mundo por no arriesgarse a conocer más. ¿Cómo explicarle a un niño qué es el mar si nunca lo hemos visto con nuestros ojos, si nunca hemos medido fuerzas con el? Y sobre todo, cómo evitar heredar en ellos el miedo que va disfrazado de firmezas y soluciones, porque se ha vuelto el antídoto contra lo desconocido.

Quiero decir con ello que de críos crecemos cobijados de las opiniones y limitaciones externas, y estar solos pone la brújula sobre nuestro sentir, hay que buscar aquellas cosas que nos hacen felices por lo que son, por lo que nosotros somos; cosas que nos suscitan ideas, y que nos conmueven; interpelar a esa parte de nosotros que no podemos escuchar en el fragor de la batalla cotidiana, en el zumbido que no calla.

La soledad es una misión que vale la pena caminar, tal vez con la suficiente intención podamos llegar a la trastienda que nos permita tener una conversación con nosotros mismos.

Imagen: Cortesía del autor