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No fue tragedia, fue una traición pensaba yo, con una tortura dolorosa… ¿Empezarían a detener a todos? … Yo recorría las calles con el periódico en las manos, pero nada parecía haber ocurrido, el mundo seguía igual. Ellos habían muerto y la gente transitaba en la ciudad como siempre. ¿Esto es el mundo? me preguntaba con dolor, con lágrimas que no me dejaban mirar claramente. Me preguntaba si así es la realidad, tan fría, tan imposible de doblegar, de conmover.

Guadalupe Jacott, testimonio en

Las mujeres del alba, de Carlos Montemayor

La madrugada del 23 de septiembre de 1965, un grupo de 13 jóvenes campesinos, maestros y estudiantes atacaron el cuartel militar de Ciudad Madera, Chihuahua. Fue una acción temeraria, encauzada por una ilusión que concentraba la rabia ante la desigualdad social y tenía en el manual Guerra de guerrillas, del Che Guevara, su inspiración. El plan consistía en realizar un asalto relámpago al cuartel, hacerse de armamento, tomar la población, expropiar las arcas del banco local y emitir un mensaje revolucionario a través de la radio. Nada de esto sucedió. El asaltó fracasó, era imposible el éxito de una acción realizada por unos cuantos hombres mal armados, que se enfrentaron a un ejército de 125 elementos y un arsenal moderno. 8 guerrilleros y seis militares cayeron en Madera.

Carlos Montemayor recuperó esta historia en su novela testimonial Las armas del alba, escrita desde la íntima cercanía que tuvo con sus protagonistas, y que él mismo relató en una entrevista publicada el primero de marzo del 2010 en el periódico La Jornada: “Cuando me enteré del ataque y vi las fotos de algunos cadáveres de mis compañeros me sacudí, pero sobre todo, me estremeció el tipo de información oficial sobre ellos: los trataron de gavilleros, de delincuentes, de pistoleros, de roba vacas. Eso fue lo que más me afectó, porque a mí me constaba su honestidad, su limpieza, su integridad, su militancia, su generosidad. Esta impresión de cómo una versión oficial puede destruir tan brutalmente la verdad de la vida humana me marcó para siempre”.

Cuando en el 2003 Carlos Montemayor presentó Las armas del alba en Chihuahua, entre el público se escuchó la voz de la profesora Alma Gómez, quien lo cuestionó porque sólo había tomado en cuenta el testimonio de los hombres y no el de esas abuelas, madres, hijas y tías que vivieron de cerca esa historia y la padecieron. Montemayor quiso justificar el hecho argumentando que en el asalto al cuartel de Madera no participó ninguna mujer, pero al mismo tiempo prometió escribir un libro con esas voces. Ese es el origen de Las mujeres del alba, el último libro que escribió.

Relatar lo real desde el territorio de la literatura no es un ejercicio de mera transcripción, aunque con frecuencia a tal se reduce esa tentativa. Recuperar las voces de la realidad para llevarlas a los territorios de la ficción (que no de la mentira), es una expedición de la que pocos salen airosos. Es muy fácil que los testimonios vitales se conviertan en frágiles estampas, cuando la mano de su escultor no logra darle vida a su materia. Lo ideológico, en este caso de Las mujeres del alba, tampoco es un asunto menor. Ya el realismo socialista se ha encargado de mostrar la naturaleza de su fuerza devastadora, en nombre del hombre nuevo, con tirajes millonarios. En este caso, Carlos Montemayor ha convertido sus encuentros con la realidad que le contaron estas mujeres en un testimonio poderoso. Allí está el hecho histórico y terrible con todas sus consecuencias. Pero sobre todo está el pulso de la intimidad, la rabia, el dolor y la inquietante esperanza de unas mujeres que en este libro salen de la clandestinidad para relatar sus historias, para darle voz a sus silencios.

“Van a matar a mi hermano Salomón. ¿No oyes los disparos?”, insistí, “están atacando el cuartel”. “No entiendo”, contestó mi hija. “Tienes que entender ahora, porque Salomón es de los atacantes. Recé muchas semanas para que esto no ocurriera.” El tiroteo aumentaba por el rumbo de los cuarteles y de los talleres de ferrocarriles. Había explosiones de bombas. Me asomé por la ventana: estaba oscuro, nada podía ver. Salí del corral y a lo lejos vi el espejo quieto y negro de la laguna. Olía a humedad, a lluvia reciente; la tierra en el corral estaba reblandecida, lodosa. Me sentía atrapada por la oscuridad, por el tiroteo y las voces. Quise gritar también, correr hacia la laguna. Sentía la muerte, el presentimiento, la delicada luz del amanecer que no lograría soportar estas cosas.

Testimonio de Albertina, hermana de Salomón Gaytán Aguirre, campesino que a sus 23 años cayó en el asalto al cuartel Madera, el 23 de septiembre de 1965.

Las mujeres del alba, Carlos Montemayor.

Fondo de Cultura Económica, México, 2019.