loader image

CODIGO

El celular de Aldo se negaba rotundamente a entregar sus secretos. No cedió al primer intento con su fecha de nacimiento, ni a la segunda con la fecha de su boda y tampoco a la tercera con el año de nacimiento de Camila, hija única hasta ahora, de la pareja. Con la impaciencia hasta el colmo – la espera distaba mucho de ser su principal virtud – Denisse recurrió a un hacker conocido suyo para desbloquear el teléfono mientras Aldo seguía fuera de la casa, viendo un partido de hockey por televisión de paga con sus cuates del alma. “Lo más probable es que no se ha percatado del olvido” avisó al reparador con tal de evitar preguntas indiscretas que ni siquiera el hombre le iba a hacer. “Yo le quiero dar una sorpresa a mi esposo”, agregó un poco incomoda ante la aparente indiferencia del hombre quien pensaba para sus adentros que tipo de sorpresa puede hacer una persona al entrometerse en la intimidad digital de otra. Pero eso era un sentir suyo demasiado personal para compartirlo con su clienta. “Listo, señora, el código es 310380”. Denisse guardó el celular en su bolsillo y regresó con paso apresurado a su casa, algo perpleja por este número clave que no le resultaba familiar. Lo único cierto es que no era una fecha de nacimiento – Aldo siempre usaba fechas conmemorativas como contraseña – recordaba.

Como si alguien fuera a descubrir su indiscreción, la mujer volteaba de vez en vez por la ventana. Revisó a conciencia cada una de las fotos almacenadas en la memoria, se dedicó a leer varias conversaciones fútiles en la mensajería encriptada. Se detuvo un largo rato leyendo algunas revistas y periódicos a los que Aldo estaba suscrito. En un artículo aterrador, relataban el suicidio de un adolescente privado de teléfono por castigo paternal. Denisse tomó en el acto la decisión de no retirarle por ningún motivo EL celular a su hija para incitarla a tener mejores calificaciones en la preparatoria.

Entrando a las cuentas de correo fue donde se enteró de la vida profesional de su esposo. Denisse SE sobresaltó cuando de pronto tocaron insistentemente a la puerta. Un joven con uniforme, credencial y casco de motocicleta en la mano, esperaba en el umbral para entregar platillos calientes – no pizzas, ni hamburguesas – de su restaurante favorito. “No ordené nada joven, creo” dijo dudosa. “Vaya a tocar a la puerta del fondo, a lo mejor los Gómez fueron los que pidieron”. “No señora, el número del departamento es correcto”, replicó Matías. Además, la cuenta ya fue pagada. Y bueno, si me quiere dejar propina, está bien. Denisse corrió por su monedero para entregarle unas monedas. El repartidor esbozo una mueca, contando mentalmente el dinero recibido y se retiró.

Afuera, la luna llena tal un faro de luz, desprendía su fuerza cósmica entre las estrellas y sobre la tierra.

Aldo entró a hurtadillas a la casa para no despertar a Denisse. Dejó sin ruido sus llaves en la mesa del comedor donde se encontraba su celular olvidado. Respiró hondo al encontrarlo porque pensaba haberlo dejado en la fiesta de cumpleaños de Natalia nacida en marzo y de cuya dirección ni siquiera se iba a acordar por el estado inconveniente en el que estaba llegando.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM