Ayer falleció el maestro Víctor Manuel Contreras Vázquez, tapatío, aunque orgulloso morelense por adopción. México pierde a un gran artista que a través de sus obras demostró un profundo amor por su patria y que el arte es más valioso, y hasta útil, cuando es público.
El maestro Contreras nació en Atoyac, Jalisco el 6 de agosto de 1941 y su madre, pintora, influyó en su amor por las artes que lo llevó a ingresar a la Academia de San Carlos a los 15 años.
De naturaleza inquieta y viajera, antes de los veinte años ya había visitado Nueva York y Alemania, en donde estudió en la Academia Derkunst; en Italia estudió Psicología, Filosofía, Historia del Arte, Dibujo, Pintura, Escultura y Modelado. En Francia, al mismo tiempo que cursaba Filosofía del Arte, Historia y Civilización Francesa en la Sorbona, ingresó a la Escuela Superior de Bellas Artes de París en donde, en 1963, obtuvo el primer lugar en escultura, aunque, para ese entonces, el maestro Contreras se identificaba a sí mismo, más bien, como pintor.
Dio cátedra en las Universidades de Morelos y Guerrero en las que organizó festivales culturales. En la UAG fundó el Museo de Pintura Contemporánea. Por esas épocas -mediados y finales de los sesenta del siglo pasado- tomó dos decisiones de gran trascendencia en su vida: establecer su residencia permanente en Cuernavaca y dedicarse de tiempo completo al arte.
Por ser de un viajero como él, no es de extrañar que la mayor parte de sus obras se encuentren en el extranjero, en donde tuvo gran aceptación desde joven, pero en su patria sembró arte en los lugares que más significaban para él: Jalisco, en donde realizó “Inmolación de Quetzalcóatl”, conjunto escultórico de cinco obras monumentales forjadas todas en bronce y labradas a mano; la figura central mide 25 metros de altura, y las cuatro alegorías que la acompañan, ocho cada una, que se encuentra en el Centro Metropolitano de Guadalajara.
En Guerrero, “El Himno Al Trabajo” obra en hierro forjado en la fachada del Palacio de Gobierno en Chilpancingo, ahí también se pueden apreciar los monumentos a la Madre y a los Niños Héroes, ubicados en la Alameda Central.
Pero a Morelos, y especialmente a su capital, le regaló su emblema más importante después del Palacio de Cortés: la Escultura a la Paz, aunque popularmente se le prefiera llamar La Paloma de la Paz o la Paloma de Cuernavaca, aquí también dejó el Monumento a la Madre, como en Guerrero, y un Quetzalcóatl, como en Jalisco.
Pero muchos también lo van a extrañar, por su charla y por su amble presencia en las calles de su amada ciudad.
Nadie vive para siempre, pero la partida de los grandes siempre impacta más pues, como en el caso del maestro Contreras, representa una gran pérdida para la cultura en estos tiempos que tan necesitados estamos de ella, sobre todo de ese arte que, al instalarse en plazas, glorietas y paseos públicos, son regalos generosos para todos, que nos recuerdan, casi por casualidad cuando pasamos frente a ella camino al trabajo o de regreso del paseo, que la belleza y la inteligencia nos pueden abrir caminos en la realidad de nuestras vidas.