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Cinco ojos y bocas circulares: los bichos del Cámbrico

Gabriel Millán*

Twitter: @Desertius

Conocí el Cámbrico por Stephen Jay Gould. En su libro en su libro La vida maravillosa (1989), Jay Gould narra de forma magistral “el drama de Burgess Shale” a través de unanarración que se desarrolla como si fuera una obra de teatro (contiene 5 actos y una coda).

Burgess Shale es una cantera de lutitas ubicada en la Columbia Británica en Canadá; hoy sumamente famosa por los pequeños fósiles que ahí se encontraron. Las lutitas son un tipo de roca sedimentaria, es decir que se forma con el tiempo cuando pequeñas partículas de barro, arena muy fina, arcilla, limo se juntan, aprietan y compactan. Este proceso es muy lento, tarda miles e incluso millones de años. El color negro de las lutitas está dado por la presencia de materia orgánica, incluso hay un tipo, lutitas bituminosas, que tienen tanta materia orgánica que se pueden usar como combustible: literal, una roca a la que se le puede prender fuego.

Para muchas personas que no están familiarizadas con la historia de la vida, podría parecer que encontrar fósiles de pocos centímetros no se compararía con la emoción de encontrar un fémur de Tiranosaurio, la cabezota de un Tricerátops o las gigantescas astas de un alce irlandés, pero no hay nada más equivocado. Estos bichos son lo que sigue de fascinantes. 

Los fósiles que se descubrieron en Burgess Shale pertenecen a seres marinos con características extraordinarias. Uno de ellos tenía cinco ojos y tiene una especie de bracito (como los del Dr. Octopus de Spiderman) para sujetar su alimento (Opabinia); otro tenía el cuerpo acorazado, cubiertototalmente de espinas (Wiwaxia); había unos parecidos a flores con la boca y el ano muy juntitos en el centro del “cáliz” (Dinomischus); otro tenía siete pares de puntas en el dorso del cuerpo (Hallucigenia); uno más era tan inusual(Anomalocaris) que primero se pensó que sus partes eran varios organismos: tenía hileras de dientes dispuestas en una boca circular y apéndices con púas en la parte inferior de la cabeza que usaba para atrapar presas. 

Estas descripciones se basan principalmente en lo que explica Stephen Jay Gould en La vida maravillosa. Para mí este paleontólogo, el Cámbrico y Burgess Shale son inseparables. No solo por la descripción y las ilustraciones que me hicieron ―literalmente― soñar con monstruos marinos de otra era, sino por llamar la atención sobre la evolución como un proceso que no es ni lineal ni que va hacia el progreso y por enfatizar el papel del azar, lo fortuito, en la evolución. Por ejemplo, usa la clásica imagen que muestra a un primate en la extrema izquierda, varios hombres “primitivos” al centro y un hombre actual en la extrema derecha para mostrar cómo solemos entender la evolución de forma plana y errónea (que en esas representaciones de la “evolución” todos sean hombres y ninguna mujer es otro importante tema de discusión).

A 30 años de la publicación de ese libro y 21 de la muerte de S. J. Gould, muchas críticas se han hecho a sus planteamientos, incluso alguien llegó a llamarlo fraude científico. 

Gould argumentó que los fósiles encontrados en Burgess Shale representaban experimentos evolutivos fallidos que no tenían un papel significativo en la historia evolutiva posterior; además sostuvo que, si la historia evolutiva se reiniciara, era muy probable que los resultados fueran diferentes y que los seres vivos actuales no existirían.

Conway Morris, uno de los protagonistas del relato de Gould, argumentó (en The crucible of creation) que muchos de estos fósiles tienen paralelos con grupos de organismos modernos y que los patrones evolutivos que muestra Burgess Shale indican una cierta “inevitabilidad” en la evolución; de forma que, si la historia evolutiva se reiniciara, es probable que se produjeran formas de vida similares a las que existen actualmente. Otra crítica de Morris hacia Gould es su énfasis en el azar como el principal motor de la evolución: aunque reconoce que el azar es importante, asegura que existen restricciones y patrones predecibles en la evolución como proceso guiado por la selección natural y las limitaciones impuestas por la estructura y la función de los organismos.

Estemos o no de acuerdo con Stephen Jay Gould, sería muy injusto ignorar su gran contribución a la divulgación científica, al interés y la curiosidad que, para muchos como yo, han despertado sus libros.

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